Analítica24 abril, 20240
El poder tiene una atracción adictiva, una vez que se prueba, resulta difícil imaginar la vida sin su influencia. Genera una sensación de control, importancia y autoestima que puede compararse al efecto de una droga. El miedo a perder ese poder puede generar una crisis de identidad y dificultades para adaptarse a un nuevo rol en la sociedad.
La renuncia al poder puede ser percibida como un signo de debilidad o fracaso, lo que puede dañar permanentemente la reputación construida durante el ejercicio del cargo.
Ejemplos extremos como el de Hitler, quien optó por el suicidio en lugar de la rendición, o el de Ceaucescu y Gadafi, quienes confiaban en el amor eterno del pueblo y terminaron trágicamente, ilustran esta dificultad.
El proceso de abandonar el poder es complejo tanto a nivel psicológico como social. Figuras como Pinochet, De Clerk y Jaruselski, entre otros, requirieron garantías sólidas de que ellos y su entorno no sufrirían consecuencias negativas si renunciaban pacíficamente al poder.
Tomada de: Analítica
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