Se encontraba en su hogar en cuidados paliativos tras sufrir un cáncer de piel. Votó en las pasadas elecciones
Pablo PardoWashington / Actualizado Domingo, 29 diciembre 2024 - 22:25
El presidente más longevo de EEUU, Jimmy Carter, murió ayer a los 100 años y más de un año después de ingresar en cuidados paliativos. Lo hizo en su casa de la pequeña localidad de Plains (Georgia), donde vivió con su esposa hasta que ésta falleció en noviembre de 2023, a los 96.
James Earl Carter Jr. (Plains, Georgia, 1924) perteneció al Partido Demócrata y fue el trigésimo noveno presidente de los Estados Unidos (1977-1981); antes había ejercido como gobernador del estado de Georgia (1971-1975) y senador en la Asamblea General de Georgia (1962-1966).
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— The Carter Center (@CarterCenter) December 29, 2024
Como presidente, Jimmy Carter fue inclasificable. Un pacifista declarado que, sin embargo, había servido en la Marina en un submarino nuclear y que acabó dejando como legado el inicio de la intervención estadounidense en Afganistán en julio de 1979, o sea, cinco meses antes de que la Unión Soviética invadiera ese país. Un líder cuyo nombre es sinónimo de inflación pero que cometió suicidio político al poner al frente de la Reserva Federal a Paul Volcker en 1979, y darle luz verde para subir los tipos de interés y acabar así como el descontrol de los precios (y, de paso, con la propia presidencia de Carter).
Fue un hombre al que muchos asocian a la izquierda y que, sin embargo, era un baptista del sur, una iglesia protestante profundamente conservadora en materia moral. Un presidente al que muchos consideran un defensor de la intervención del Estado en la economía que fue pionero -muy por delante de Margaret Thatcher y, por supuesto, de Ronald Reagan- en la liberalización del transporte aéreo y por carretera, lo que supuso un golpe mortífero para el movimiento sindical y acabó con la mafia de la Hermandad de Camioneros (los Teamsters), del siniestramente famoso Jimmy Hoffa, protagonista de algunas de las películas de mafiosos más famosas de Hollywood.
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Barack y Michelle Obama, junto a Bill Clinton y Jimmy Carter.MARK WILSONAFP |
Caso atípico
Como ex presidente, Carter también fue un caso atípico. Mantuvo una actividad pública muy intensa, hasta el punto de que el semanario de tendencia republicano Time llegó a calificarle en los noventa como «uno de nuestros peores presidentes y el mejor ex presidente». Pero en esa actividad actuó por libre, sin pensar en las políticas de sus sucesores. Acaso haya que preguntarse si Carter, además de una persona de hondas convicciones éticas, sufría la enfermedad del Despacho Oval que Richard Nixon resumió con un rotundo «nadie que haya estado en la Presidencia volverá a sentirse satisfecho nunca».
La post-presidencia de Carter fue una fuente de quebraderos de cabeza para sus sucesores. El mejor ejemplo fue en 1994, cuando Bill Clinton -demócrata y baptista del sur, como él- decidió pedirle que fuera a Corea del Norte para reunirse con el entonces dictador del país, Kim Il-Sung, con una misión doble: por un lado, convencerle de que dejara su programa nuclear militar, o de que estuviera dispuesto a sufrir un ataque militar de EEUU; por otro, tratar de obtener la mayor cantidad de información posible de Kim.
Viaje a Pyongyang
Carter viajó a Pyongyang. E hizo lo que le dio la gana. Negoció con Kim un acuerdo en el que Corea del Norte desmantelaría su programa nuclear militar a cambio de que EEUU le suministrara petróleo. Cuando lo comunicó a Washington, el equipo de Clinton lo rechazó de plano. Así que Carter dio desde Corea del Norte una entrevista a la cadena de televisión CNN anunciando urbi et orbi el pacto. Con semejante presión, la Casa Blanca tuvo que ceder. Pero -comprensiblemente- Clinton jamás perdonó a Carter.
De hecho, un miembro del gabinete de Clinton llamó al ex presidente una serie de lindezas, entre ellas «gilipollas» y «traidor». Han pasado casi 29 años y aún no se sabe quién dijo eso, pero una posibilidad es que fuera el propio Clinton.
Pero Carter no se llevó bien ni con Clinton ni con ningún otro ex presidente o presidente en activo. Eso es muy inusual en EEUU, donde es casi una tradición que los antiguos ocupantes de la Casa Blanca se hagan amigos. Y, cuanto más contra natura parezca esa relación, más estrecha es. Los Obama (demócratas) se llevan muy bien con George W. Bush y su esposa Laura (republicanos). Clinton (también demócrata) se hizo amigo del hombre al que echó de la Casa Blanca, el republicano George Bush padre, hasta el punto de que éste le invitó en numerosas ocasiones a su mansión de Kennebunkport, en Maine. Y el supuestamente izquierdista Clinton tuvo una estrecha relación con el teóricamente conservador Richard Nixon, que mantuvo incluso en secreto a sus propios asesores.
Carter jamás participó de esas relaciones. Con Clinton «las similitudes eran demasiado grandes y, entre los presidentes, los extremos se atraen, pero los parecidos siempre provocan rivalidad», explica en una conversación telefónica Michael Duffy, subdirector del Washington Post y coautor del libro The President's Club, un impresionante relato de esas amistades entre los hombres más poderosos del mundo. «Es un poco como entre Reagan y Nixon: ambos eran republicanos del sur de California», remacha. Lo mismo pasa hoy entre Biden y Obama. De nuevo, posiblemente, porque ambos se conocen muy bien, aunque Duffy apunta otra posibilidad: «Sus personalidades son opuestas. Por un lado está el tipo guay, de universidad de élite, que es puro cerebro [Obama]; por otro, el de clase obrera que se pasó la vida en el Senado y que es puro corazón... y acaso poca cabeza [Biden]».
Republicanos
Pero Carter tampoco se llevaba bien con los republicanos. La única razón por la que tuvo una mínima relación con sus predecesores republicanos -Ford y Nixon- fue porque, en un viaje de 12 horas para asistir al funeral del presidente egipcio, Anuar Sadat, asesinado en 1981, «descubrió que sus dos predecesores detestaban a Ronald Reagan, que entonces era presidente y le había derrotado a él, tanto o más que él mismo», explica Duffy. Nada cimenta mejor una amistad que el resentimiento. Al menos, entre los hombres más poderosos del mundo.
Carter recuerda así a otro político que se encuentra en sus antípodas en ideología, trayectoria vital, y personalidad: Donald Trump. Pero el rechazo de cada uno a entrar en el club de los ex presidentes parece tener motivaciones muy diferentes. «A Trump no le importa la tradición. Para él, la Presidencia es casi una Monarquía, pero no constitucional, sino absoluta», concluye Duffy.
Sin embargo, tanto Carter como Trump tienen algo en común, que rompe con la actitud de sus demás compañeros del Despacho Oval: tras dejar la Casa Blanca, ellos han siguen desarrollando actividad política. Carter mantuvo una carrera post-presidencial de cuatro décadas, en las que ganó el Nobel de la Paz y creó una fundación sin ánimo de lucro, el Centro Carter, que defiende los derechos humanos y lucha contra la pobreza en el mundo. Así que el primero sigue relacionándose con consultores políticos y líderes locales, mientras que el segundo trabó amistades estrechas con otros líderes políticos, como Nelson Mandela.
Sea como sea, Carter nunca quiso ser miembro del Club de los Ex Presidentes.
Tomada de: elmundo.es
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