jueves, 23 de marzo de 2017

Oligarquía titánica/ Laureano Márquez jueves 23mar2017

A Don Armando Rojas Guardia
Para estar a tono con los tiempos que corren, me inscribí en un curso de tragedia clásica. En una de las sesiones nos dedicamos al estudio de los titanes, personajes sumamente importantes en la mitología antigua porque, en uno de los diversos mitos griegos sobre la creación, se habla de que el hombre fue formado de las cenizas de los titanes, luego de que Zeus —que no se lo pensaba dos veces para achicharrar al más pintado— los fulminara con un rayo como castigo por haberse jartado a Dionisos. El alma humana que de esa masa cenicienta surgió tiene, pues, en su constitución elementos titánicos y dionisíacos.


El uso que contemporáneamente damos a la palabra titán refiere a una persona capaz de hacer esfuerzos excepcionales, es decir, titánicos. Pero para los griegos significaba otra cosa: según Kerényi, la palabra viene de titainein que significa “sobrepasarse a sí mismo” y no había nada peor para un griego que la desmesura. “Nada en demasía” era su consigna. Qué lástima que los que botaron al mar al celebérrimo Titanic no supieran esto, porque no habrían cometido la soberbia desmesura de retar a los dioses considerándolo “el insumergible”. Amargas son las lecciones que recibimos los hombres cuando nos creemos dioses.

Partiendo de la caracterización que hace López Pedraza, definamos los rasgos distintivos de los titanes:

La transgresión del límite y la vocación de omnipotencia. Esa sensación de supremacía los hace sentirse dueños de todo y capaces de cualquier cosa. No hay ley que pueda frenarlos ni principio que no pueda ser violado.
El titán es mesiánico: la vida se divide en antes y después de él. Exige confianza, adoración y entrega absoluta: solo él conoce lo que es bueno para todos. Todo el que se le oponga, por tanto, es un traidor, un enemigo, un gusano digno de ser encarcelado, vejado y humillado.
El titán es fraudulento: hace promesas que no cumple, hace trampas. Dice cosas como “me cambio el nombre si no logro tal cosa o tal otra”. Es de naturaleza embustera, farsante, embaucadora y pilla. El cinismo es su estado natural.
El titán es charlatán: habla, habla y habla para llenar el vacío de su inconsistencia y su carencia de ideas. No se me ocurre ningún ejemplo en este momento, pero se han visto.
El titán está, pues, en la frontera de la psicopatía.
Pero los griegos no solo se dedicaron a contar mitos que recogían sus teogonías y cosmogonías, sino que también formularon las bases de la filosofía política de Occidente, entre otros detallitos. Aristóteles, por ejemplo, realiza una clasificación de las formas de gobierno según estas estuviesen orientadas al beneficio colectivo de la ciudadanía o a beneficio propio de los gobernantes. Una de las peores formas de gobierno, hermana de la tiranía, es la oligarquía.

Como es una degeneración de la aristocracia, es una forma de gobierno ejercida por los ricos más brutos. Los ricos brutos son aquellos cuya fortuna no es producto del esfuerzo sostenido e inteligente de años, sino del privilegio cortoplacista que daba la posibilidad corrupta otorgada por Pericles de que sus compinches obtuviesen dracmas a 10 denarios, mientras en el ágora estaban a más de 3000. Eran, pues, los pericleros dracmáticamente ricos y excepcionalmente brutos.

Sin duda, solo puede ser visto como una fatalidad del destino —de esas que tanto animaban a los autores trágicos griegos— el hecho de que quien alguna vez insurgió en contra de una oligarquía, termine edificando otra oligarquía y, además, titánica. Dura la predestinación de ser a un mismo tiempo rico, bruto y todopoderoso (dura, digo, para el que la padece).
Fuente: TalCualDigital

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