En verdad, la única eficiencia que muestra el régimen es en lo que toca a actividades delictivas. Es lo único que se le da bien. Hace algún tiempo, mi colega Claudio Nazoa señalaba que la mejor manera de acabar con el narcotráfico era colocarlo en manos del gobierno -hablamos de los tiempos en los cuales no se tenía conocimiento de que efectivamente se estaban apoderando de este negocio-.
En manos de este Estado destructor, argumentaba mi compañero, la droga nunca llegaría a su destino, se la robaría alguien en el camino o nunca tendría la calidad requerida. La realidad ha mostrado que en este ramo sí son eficientes.
Según se comenta, la detención del Pollo, destapará toda la trama del narcoestado, de la que él mismo no solo formaba parte, sino que era coordinador.
Hace poco tocaba explicarle a alguien que no está muy al tanto de lo que sucede en Venezuela, que los venezolanos tememos por igual a los delincuentes y a las autoridades. Para nosotros son lo mismo: la barrera que separa el delito de la ley en Venezuela se borró de manera definitiva en los últimos 20 años. Los ciudadanos tenemos una amplia gama de enemigos y vivimos en un estado de indefensión absoluta. Estamos atrapados en un engranaje de injusticia y crimen.
Por eso cuando vemos en otros países funcionarios que roban “poco”, nos parecen “decentes”. Incluso, cuando hablamos de los últimos años de la democracia que este régimen se encargó de demoler, nos atrevemos -con asumida exageración- a decir “estábamos bien, pero no lo sabíamos”.
No, no estábamos bien, en los últimos años de la democracia se robaba con “normalidad”. Por supuesto que frente al atraco generalizado a Venezuela que representa esta gente, los últimos años de la democracia venezolana se nos antojan imagen de Suiza, pero no es cierto.
Aquellos rateros produjeron estos criminales de lesa toda vaina.
Se atreve uno a pensar que, salvo el periodo de la desbordada crueldad de la “guerra a muerte” (que sucedió en medio de la Guerra de Independencia), Venezuela no había vivido un tiempo de tanto crimen cometido desde el poder.
Por ello cuesta tanto encontrar una salida a esta encrucijada: sus protagonistas están conscientes de los crímenes y delitos que cometen. Están claros en todas las violaciones a los derechos humanos que han llevado a cabo.
Ellos mismos -porque son sus autores- saben que son difíciles de perdonar los crímenes por su gravedad y que -además- a su partida se descubrirán los peores. Por eso, parte de la salida pacífica tendría que ser -y suena espantoso- negociar impunidad. Ningún secuestrador va a soltar a un rehén si le dicen que afuera está la policía esperándolo para meterlo preso o acribillarlo.
¿Hace falta negociación?
Siempre, donde haya un conflicto humano. El error está en pensar que es un tema de negociadores políticos. Es ya un tema de criminología. Esto debe ser manejado por expertos en situaciones de rehenes, pero no rusos, que acaban a la vez con secuestradores y secuestrados. Tiene que existir una manera inteligente de proteger a 30 millones de rehenes.
Tomada de: TalCualDigital
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