Por más que los economistas del gobierno se empeñen en explicarle al venezolano que en nuestro país la moneda oficial es el Bolívar Soberano, el día a día se encarga de enfriarles la sopa.
La dolarización de la economía se ha hecho tan cotidiana que ya es usual ver transacciones en esa moneda hasta en las situaciones más insólitas.
Por ejemplo, esta mañana vi a un joven mototaxista pagar 4 empanadas y dos maltas con 5 dólares. También he visto a amas de casa pagar con “verdes” el kilo de yuca. Los “Gochos” (moderna franquicia de venta de víveres) están diestros en determinar la convertibilidad de la moneda extranjera, sea en dólares, euros o rupias.
A esa vieja idea leninista de destruir el capitalismo destruyendo su moneda, los revolucionarios chavistas no le han parado ni media bola. Por el contrario, la moneda que destruyeron fue el Bolívar, es decir, la nuestra, no la de los gringos
Algo curioso pasó durante ese proceso digno de “Chacumbele” (el mismito se mató). En la medida en que iban debilitando nuestra moneda, le colocaban nombres que sugerían mayor fortaleza. Cuando se hizo el primer cambio de cono monetario, eliminando tres ceros a los billetes viejos (confesión de debilidad del Bolívar), le llamaron “Bolívar Fuerte” (¿¿??). Luego, cuando ya solo se podía comprar con dólares, imprimieron un nuevo cono llamándolo “Bolívar Soberano” (¿¿??). Vainas de la semántica revolucionaria.
Lo cierto es que el dólar ha estado desplazando al Bolívar Soberano. Como suele suceder en casos de desquiciamiento económico, hay efectos colaterales que pueden ser buenos. Por ejemplo, ya nadie asalta Bancos porque con los Bolívares no llega ni a la esquina. Nadie clona Tarjetas de Crédito, porque no vale la pena tanto trabajo para comprarse una pasta dental, que es para lo que alcanza el límite de crédito.
Ahora se juega ajilei con granos de lenteja de la Bolsa CLAP. Me atrevo a asegurar que no hay ningún riesgo de que se caigan a tiros por una deuda de juego. Por otro lado, se acabaron los rateritos porque nadie carga más de 3 mil Bs encima. Los motorizados ya no arrancan bolsos a las damas. Ya que lo más valioso que pueden conseguir es un tuquito de lápiz labial o una estampita de San Antonio para ver si se hace el milagrito
Paralelamente a los efectos señalados, se han producido otros no tan buenos. Debido a que no hay ingresos de divisas por la merma de la producción del crudo y las sanciones impiden la exportación de otros bienes, ha subido la cotización del dólar a niveles exorbitantes. Cada vez es más difícil comprar un dólar y, como diría mi compadre Giuseppe, “el dólar más caro es el que no se consigue”. Las primeras lecciones de economía enseñan que cuando la demanda se coloca por encima de la oferta, el precio de ese bien tiende a subir.
Ahora bien, con todo este panorama, la gente intenta sobrevivir. Es cierto que las remesas familiares han cubierto una pequeña parte de la demanda, pero el grueso de la población no puede pagar precios en dólares y menos comprarlos. Con estos míseros sueldos, imposible. Resultado, todos requieren de la moneda que les permita acceder a comida y servicios, pero no todos pueden adquirirla. Así, bajo la premisa “la necesidad obliga”, muchos venezolanos se han aventurado a transgredir las leyes, para conseguir los verdes.
Esto explicaría la matraca en el aeropuerto; los secuestros dolarizados; las vacunas en divisas; los gestores cobrando en dólares por legalizar y apostillar documentos; registros inmobiliarios que cobran en divisas para concretar ventas de inmuebles; cobro en divisas para restituir servicios públicos o conseguir alguna solvencia originalmente gratuita.
Al final, el hampa y la corrupción se dolarizaron por completo. Pero a diferencia de los funcionarios corruptos que hasta no hace mucho robaron los dólares para invertirlos o ahorrarlos en el exterior, ahora los roban para cubrir el diario, es decir para pagar la carne, las verduras, el microondas, la cita médica, el implante dental, los cauchos del carro, la reparación de la secadora, en fin todo lo que antes se pagaba en bolívares.
Quizás es por eso, que las viejitas rezanderas de mi cuadra ya no dicen en sus oraciones “…y danos el pan nuestro de cada día”, sino que ahora imploran “…y danos el dólar nuestro de cada día”
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