Nadie puede presentar argumentos serios contra el diálogo que se anuncia entre representantes del régimen y voceros de la MUD. Es una necesidad debido a la crisis social de la actualidad, una de las más pronunciadas de la historia, pero también la más cargada de escollos que traban un deseable desenlace. De allí la necesidad de tocar un punto crucial, si cuya consideración no llegarán los dialogantes a la meta de conciliación que persiguen.
Así como se reconoce la urgencia de tratativas entre las figuras que deben estar involucradas, sobran las voces, algunas muy airadas y otras más atemperadas, que no las ven con buenos ojos. A las muchedumbres que las apoyan se les enfrenta una legión que las considera no solo inútiles, sino también indeseables. Del hecho se desprende una natural expectativa que debe ponderarse con la debida atención por los políticos que se sentarán a discutir para beneficio del bien común. ¿Por qué? Porque es la expresión de la gente común.
El diálogo debe contemplar la opinión de quienes lo observan a prudente distancia, porque son ellos los destinatarios de lo que se resuelva en su seno. La versión política que desarrollen debe relacionarse con el sentimiento popular y con la necesidad que expresa. El hermetismo de las reuniones no debe ser "tan hermético", porque no se trata de un conjunto de reuniones entre un grupo selecto de participantes sino, en esencia, de una misión que depende de las urgencias populares. Las conversaciones deben ocurrir en un clima de sigilo y cuidado, naturalmente, no son asuntos para la plaza pública, pero deben tener presentes a quienes se juegan su destino en ellas.
No se les puede pedir mucho a los mediadores extranjeros en este sentido, porque apenas manejan planteamientos superficiales sobre las urgencias del pueblo. Tampoco a los corifeos del régimen, porque entrarán y saldrán leyendo y repitiendo una cartilla inamovible a la que únicamente motiva el interés de mantenerse en las alturas del poder.
Ni los ex presidentes de otras latitudes ni los gobernantes representan al pueblo. Los primeros por razones obvias y los otros porque el pueblo quiere desprenderse de ellos en breve.
En consecuencia, se trata de un asunto que, en esencia, incumbe a los líderes de la oposición a quienes corresponderá orientar las negociaciones.
Es evidente que los líderes de la MUD y los diputados de la mayoría parlamentaria están empapados de lo que importa de veras a la gente, pero el problema radica en su manera de traducirlo en el cónclave. Una cosa es lo que llevan en sus notas sobre lo que consideren fundamental, y otra lo que el pueblo quiere que se debata con énfasis, que esté en el centro de las discusiones, que no se convierta en escamoteo.
El diálogo no es el trabajo necesario de media docena de personas, es un puente por el que pasan las angustias del pueblo.
Esas angustias deben ocupar el centro de la mesa, mientras los ex presidentes se enteran cabalmente de la situación nacional y los oficialistas se conforman con un salvavidas.
Fuente: El Nacional
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