El presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, tiene un hijo llamado Laureano, con una pasión complacida: la ópera. Le ha gustado desde niño y el padre, que no solo se ocupa con singular ahínco de los intereses de sus gobernados, sino también de complacer a su retoñito, le ha permitido montar en el Teatro Nacional de Managua un festival en homenaje a Puccini.
La criatura no solo estará en el palco, a la cabeza del evento, sino que participará como cantante en montajes tan afamados y costosos como La Boheme y Turandot. La burocracia sumisa y entusiasta lo aclamará como si fuera el nuevo Pavarotti, haciendo caso omiso de las soflamas populistas y de las poses reiteradas del sandinismo redentor.
Pero Laureanito no es propiamente un debutante, aunque lo sea en el terreno operático. Ya ha corrido en plazas del jet-set internacional como representante de su país en negocios de gran calado. Se le conoce por los trajes de marca que colman su heterogéneo vestidor, y por los relojes de oro macizo que adornan su muñeca de delfín. Dirige ProNicaragua, un parapeto encargado de atraer inversionistas, entre ellos el empresario Wang Jim a quien se ha encargado la construcción de un retador canal interoceánico que ya ha provocado múltiples polémicas y, todo hay que decirlo, suspicacias monetarias.
El protagonismo del joven Laureanito no es insólito, porque también lo llevan a cabo otros miembros de la sagrada familia nicaragüense, como el mayor de los hijos, Rafael, quien administra la distribución del petróleo en un país que no lo tiene. El negocio de los hidrocarburos se ha convertido en la fuente de mayores ingresos de la parentela presidencial, hasta el punto de convertir al presidente y a la primera dama en unos magnates como jamás se habían visto en Nicaragua.
Pero, ¿de dónde han sacado Daniel Ortega y su progenie la palanca que los ha convertido en dueños y señores de la sociedad? La cooperación venezolana en materia de petróleo, ordenada por Hugo Chávez y continuada por su sucesor, Nicolás, asciende a 3.500 millones de dólares que administra el mandatario compinche a su leal saber y entender con la ayuda de los miembros de su casa y con la de algunos íntimos, sobre quienes no recae ningún tipo de fiscalización institucional.
La venta de hidrocarburos en una de las ramas más vigorosas de ese árbol podrido, según denunciaba la prensa independiente cuando podía denunciar. Ha sido así desde 2007, para convertirse en plataforma de una corriente de corruptelas que, aparte de convertir al viejo guerrillero sandinista en un opulento multimillonario, ha fomentado el establecimiento de una nomenklatura deshonesta que vive en mansiones de lujo y se permite cualquier tipo de extravagancias ante las cuales ni siquiera existe la posibilidad de la protesta, porque es aplastada sin misericordia.
El galáctico comandante Chávez resolvió que la espada de Bolívar debía recorrer la América Latina, y puso manos a la obra. En el imperio de Daniel Ortega estamos ante uno de sus resultados más elocuentes.
Fuente: El Nacional
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