lunes, 4 de enero de 2021

De nuevo el fantasma de la invasión, por Américo Martín


Américo Martín|@AmericoMartin|Enero 3, 2021 / Twitter: @AmericoMartin

Ni siquiera un hombre de armas tomar como el presidente Trump llevó la política de presiones contra el régimen madurista a términos de hecho, no pasó de insinuaciones y advertencias que los partidarios de semejante fórmula tomaron por decisiones.

El caso es que jugar a la guerra puede ser tentador cuando se derraman ríos de lava ardiente que parecen anunciar fuerzas volcánicas en trance de estallar, pero lo cierto es que el salto definitivo  desde  la guerra fría a la caliente nunca ha sido fácil, especialmente en la era nuclear, cuando la capacidad de las dos más grandes potencias militares bastaría para aniquilar la vida en el planeta. Esa doctrina se conoció y sigue conociéndose con  el nombre de “mutua destrucción asegurada”  (MDA)


Para evitar el desastre, EEUU y la URSS entendieron que era inaplazable suscribir tratados de control nuclear sometidos mediante reglas pertinentes, convenidas y obligatorias para todos.


Por supuesto, las guerras convencionales han menudeado incluso como reacción frente a la estricta detente atómica, aun en los casos en que hayan participado las superpotencias. La República Popular China se ha incorporado al club de potencias nucleares y es extremadamente importante que haya aceptado el concepto de MDA y, en ese sentido, juegan con sus estrictas reglas.


No obstante, como por desgracia no han desaparecido las causas de las guerras convencionales y las irregulares, el desgaste bélico sigue desestabilizando países y minando las bases de la convivencia, mientras en distintos lugares del orbe corren en paralelo exitosos convenios para el desarme y la desmovilización.

 

Al fortalecimiento de tales avances dediqué mi obra La violencia en Colombia, prologada por el exsecretario general de la OEA y expresidente de Colombia, César Gaviria.


Casi simultáneamente con la publicación de mi indicado libro, Fidel Castro editó otro sobre el mismo tema que, a diferencia del mío, tituló La paz en Colombia. Mi libro trata de profundizar en ese complejo causal que fue la violencia encarnizada, que cambió de piel totalmente desde, cuando menos, el asesinato de Gaitán, el 9 de abril de 1948, hasta la derrota de las FARC, muerte de Marulanda, Reyes, “mono” Jojoy y, por último, de alias Alfonso Cano, sucesor de Marulanda en el Secretariado de la organización.


Percibo, en cambio, que el interés de Castro en ese cardinal tema colombiano responde a la política que el líder cubano decidió aplicar en el país hermano. A sabiendas de que Colombia se había convertido en uno de los principales —si no el principal— aliados de los EEUU en Latinoamérica, desplegó un fuerte acercamiento hacia el mando colombiano, con la finalidad ulterior de mejorar por mampuesto las relaciones cubano-norteamericanas.


No se trató simplemente de una serie de golpes sucesivos contra la sólida estructura de la más importante de las fuerzas militares irregulares y fallecimiento de fuertes jefes de estas, sino también de la pérdida del aura de invencibilidad que los acompañaba.


El piso superior de las FARC se desplomó y, a partir de ese momento, lo que se planteó fue negociar la desmovilización, desarme y desmilitarización. Cuando Alfonso Cano llamó a retornar a la forma guerrillera, abandonando la ahora insostenible guerra de movimientos y posiciones, se me hizo evidente que la guerra en Colombia ya no se sostenía y que el paso siguiente sería la negociación y el desarme. Cierto es que aparecen sombras de la feroz estrategia que puso al Estado colombiano contra la pared. Pero son eso, si acaso, sombras de un poderío que ya no existe.


En Venezuela se retoma la teoría de la invasión militar con una pérdida de perspectiva para no aceptar la realidad y, adicionalmente, un extraño olvido de las vicisitudes de semejante idea en los meses pasados, cuando casi desapareció, hasta el momento actual en el que parece haber sido retomada.


No se trata de mala fe ni nada similar. Sus postulantes son bravos luchadores que merecen reconocimiento, pero insisto, con la guerra y la violencia no se juega. En especial si olvidamos el estado ruinoso en que se encuentra Venezuela, debido principalmente a la muy mala gestión del poder.


Se trata de abrirle espacio a la oleada humana castigada por la crisis humanitaria e impulsar cambios de fondo en la dirección del país, con la participación unida y organizada de los propios afectados y sin recaer en errores de apreciación que malbaraten recursos y, por el contrario, se traduzcan en ausencia de logros.


Con realismo, sentido práctico, consolidando y acrecentando la unidad tendremos un mundo de posibilidades al alcance de la mano.


Américo Martín es Abogado y Escritor.


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Tomada de: TalCualDigital 

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