El vago en palacio utiliza los mismos gestos, pluraliza las mismas palabrotas, lo hace a cualquier hora del día o de la noche; todos los días de la semana, del mes o del año
Hasta el reposo del guerrero pudiera calificarse como una vagancia, si esa fuera la razón para determinar que una intensa faena amerita descanso corporal y goce espiritual para tal cumplido. Un hombre que utiliza la fuerza física en mamposterías, en una cuerda de circo, en la montura de una bestia, sobre el cuerpo seductor de una dama, en competencias de pista y campo, después de ejercitarse, necesita darle tranquilidad a ese cuerpo en movimiento.
Los ejercicios mentales también conllevan premura de sosiego en largo aliento para no sentir “lagunas” intensas, cuando se desconoce la proveeduría de tantos guisando. Trabajar con la mente como única arma que se tiene para la defensa de tantas iniquidades, mal no vendría un dilatado espacio para la calma, aun cuando todo en el país se avizora oscuro y se apresura la marcha para no caer en el vacío.
El pueblo venezolano y todos los demócratas del mundo saben del vago que siempre anda por el soportal que da a la verja de atrás, por donde pretendió la tanqueta golpista entrar al palacio para deponer a los civiles, en esa intentona militar golpista de malos recuerdos. Como perdido en ese espacio, camina insulso siempre como prisionero que es de sus propias canalladas.
Cada paso que da es una evasión encasillada en sí mismo, y para su desgracia, el camisón que usa de mangas largas y apretados botones, se llena de esos malolientes sudores que brotan de un cuerpo vago. Siempre los tiranos no encuentran sacudirse la sangre que alimenta el espíritu que le persigue como el Diablo, que busca al que se comprometió pagarle sus mejores oficios.
El vago en palacio utiliza los mismos gestos, pluraliza las mismas palabrotas, lo hace a cualquier hora del día o de la noche; todos los días de la semana, del mes o del año. Las gárgaras de manojillo no le sirven; un babalao se dio a traer de la provincia matancera un brebaje de ipecacuana, que lo dejó sin habla durante seis largas horas, tiempo para alborotar los espíritus en la casa de esos diablos.
Como el vago se complace pensando en lo malo, acaba por convocarse el mismo y llega hasta la villanía de creerse tener el don del poder para perpetuarse. La vagancia extrema hace tanto daño como el silencio extremo ante la inocultable y profunda crisis que vive el país. El que vive de ilusión muere de desengaño. En ese trajinar por pasillos silentes, la vagancia nunca le permitió alimentar su espíritu de la paz que tanto pregona, todo lo contrario, se llenó de mentiras, violencia, chantajes, terror e ignorancia.
Era tanta la inmisericordia de la impostura del vago, que la violencia, el crimen y la corrupción, se han vuelto protegidas por la fuerza armada, compuesta por algunos indeseables, más interesados en proteger a sus camaradas que a la humilde población que vive asediada por tanto clima de inseguridad, venganza y vergüenza.
El vago sufre de microfonía, no pierde un instante de sus dislate para referirse a la derecha sifrina y fascista, partidos políticos opositores y al 85% de los ciudadanos que pide desalojo del palacio donde nunca debió estar. Cada vez más lastimero se acerca al seco jardín para oír al Tucusito sus resonancias de mentiras, iniquidades que adopta en esos momentos un lenguaje de filibusteros con rodilla en tierra.
La vocería del desgobierno se desgañita ante un conductor de ondas hertzianas, dando muestra de tal precariedad que nadie se las cree; razones para el oyente que prefiere alejarse del escozor que le produce, además, las mentiras del vago con un micrófono en las manos.
Fuente: TalCualDigital
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