Por Ignacio Serrano/El Nacional
Nadie va a hablar. El principal reflejo de lo que vive el beisbol venezolano está en este detalle inusual: No hay voceros que expliquen oficialmente qué está pasando en la LVBP en esta, quizás su hora más menguada.
Juan José Ávila, presidente del circuito en los últimos años y uno de los más respetados ejecutivos de la pelota criolla desde finales del siglo pasado, renunció a su cargo este jueves.
También su primer vicepresidente, Esteban Palacios, aunque la mayoría de los medios de comunicación no lo asumen como una noticia cierta.
Versiones no confirmadas aún indican que, de igual forma, Domingo Santander dejará su puesto como segundo vicepresidente. El pasatiempo nacional hace crisis y queda sin una cabeza visible.
Un oscuro velo oculta lo que realmente está ocurriendo detrás de bambalinas. Hay hechos claros y comprobables:
La decisión de la MLB de desconocer el torneo local, mientras el gobierno de Donald Trump no exprese su visto bueno, por ejemplo, y la presión de Miraflores para que el torneo 2019-2020 se lleve a cabo a como dé lugar, en medio de la peor crisis económica y social que haya vivido la Venezuela contemporánea.
Todo lo que se sabe, bajo la premisa del comentario “off the record”, es el recurso que tiene el periodismo y las fuentes para proteger la identidad de los declarantes.
Es así como se sabe de la formidable dificultad que afrontan los clubes para montar la competencia.
Los costos son enormes, la logística es un desafío, pues nadie se compromete a cobrar ahora por un servicio que se dará en diciembre, en un país en híper inflación y a esas incertidumbres se ha unido la orden de las Grandes Ligas a sus jugadores, técnicos y demás relacionados.
Juan José Ávila renunció a la presidencia de la LVBP
La OFAC, la oficina del gobierno estadounidense para el control de los activos extranjeros, no se ha pronunciado en contra de la LVBP, aunque la gran carpa ha apelado a ella, para justificar su suspensión.
Es una espada de Damocles que puede caer en cualquier momento, porque la liga local ocurre gracias al apoyo de empresas privadas y, cada vez más decisivamente, al patrocinio estatal.
La desaparición de marcas que tradicionalmente se involucraron en el beisbol han hecho que la dependencia con el poder central sea mayor, en un país donde prácticamente todo, desde las cajas CLAP hasta la importación de alimentos o antes el cupo Cadivi, depende del gobierno.
Sin jugadores del roster de las mayores, sin ligamenoristas ni coaches o managers libres de compromisos en el norte para sumarse al torneo venidero, los clubes han tenido que recomenzar desde cero, en pena cuenta regresiva.
Los peloteros de la Liga Nacional Bolivariana están disponibles. También los de ligas independientes, los de México y Europa.
Aunque no todos. Aquellos de nacionalidad estadounidense o con residencia en ese país corren el mismo riesgo de sanción, si la OFAC se pronuncia en contra. También los que tienen vínculos personales y familiares con Estados Unidos. Lo que abarca incluso a directivos de varios clubes, si no todos, incluyendo a los dos elencos que se identifican con la línea oficial.
Tres conjuntos, de acuerdo con varias fuentes citadas, consideran que un campeonato en estas circunstancias es irrealizable. Al menos dos escuadras piensan lo contrario, pero sus voceros consultados admiten escepticismo y reconocen que, en el mejor de los casos, existe un 65 por ciento de posibilidades.
Una reciente iniciativa ha tratado de recabar patrocinio privado, para cubrir lo que Pdvsa y otros entes han aportado en los últimos años.
La idea es poder demostrarle a la MLB que la LVBP puede disputarse sin el apoyo de las empresas gubernamentales.
Fuentes indican que se requiere cerca de un millón de dólares por club para que sea viable. Pero no ha sido posible llegar a esas cifras todavía, en medio de una devastadora crisis económica, que ha reducido el Producto Interno Bruto a cifras que no se veían desde la primera mitad del siglo XX.
Ávila adujo razones familiares para su renuncia. Ni él ni Palacios, ni posiblemente Santander, van a declarar sobre este asunto, en el futuro cercano.
Las presiones son enormes, confirman ejecutivos consultados. Miraflores no toleró ni siquiera que la justa empezara en noviembre, como medida para aligerar costos y facilitar la logística, y en cambio presionó para que haya beisbol desde octubre, como si nada pasara.
Voceros del PSUV han alertado sobre una alternativa a la posibilidad tirar la toalla: el ejemplo de Cuba, la nacionalización de la liga antillana en los años 60 y la expropiación de los equipos en Venezuela ahora, una exigencia del sector más radical, que gravita como amenaza desde hace más de una década, aunque el grueso de la fanaticada no tenga noticia de esto.
No hay fuente que descarte esto último. La suerte de empresas acereras, lácteas, petroleras y tantas otras, recuerda cuál es el camino que el país recorre desde hace años, así como el maltrecho resultado de tales expropiaciones.
Este mecanismo, que no es imposible, parece no obstante inviable. El apoyo de la Asociación de Peloteros de la MLB terminará, si eso sucede, la Confederación del Caribe suspenderá a Venezuela, decenas de peloteros que actúan en México o Europa se abstendrán y la Serie del Caribe vetará al representante nativo.
Una expropiación de los seis elencos de la LVBP no vinculados con el oficialismo dejaría al evento local en la urgencia de contar básicamente con los jugadores de la Liga Nacional Bolivariana, aunque no todos, pues allí acaban de actuar algunos de quienes acaban de rehusarse a jugar la final en enero, alegando circunstancias políticas. ¿Se sumarán a una iniciativa en la que el estado sea quien controle la acción en los diamantes?
También es válido preguntarse cuál será la respuesta de la afición. El beisbol ha podido navegar las aguas de la extrema politización gracias a que una mayoría de los venezolanos ha desvinculado su amor por este deporte de la pugna entre gobierno y oposición.
Pero las últimas encuestas del IVAD y Datanalisis indican que ronda el 15% el apoyo popular a las políticas oficiales.
¿Cuántos aficionados irán a los estadios, cuántos darán su apoyo a la competencia, si ya no hay caras conocidas, si ni siquiera hay prospectos y si está claro que el nuevo administrador del espectáculo tiene carnet del PSUV?
La situación es compleja como nunca antes. Ni siquiera hay garantía de contar con pelotas para jugar.
La Rawlings, utilizada en los años recientes, es de licencia estadounidense. Alternativas como la Mizuno japonesa o la Tamanaco venezolana parecen distantes, por tener las mismas relaciones económicas que otras empresas tienen con el ámbito internacional, y por lo tanto, con Estados Unidos.
Nadie va a hablar. Al menos oficialmente. Pero “off the records”, la preocupación es general. Por primera vez en tres cuartos de siglo existe el riesgo claro de que no haya beisbol en Venezuela. Aunque nadie dé el paso de admitirlo formalmente.
Tomada de: El Nacional
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