Como es lógico suponer, lo sucedido ayer entre el secretario general de la Organización de Estados Americanos, Luis Almagro, y el presidente Maduro nos indica a las claras que el gobierno de Venezuela está pasando por uno de sus peores momentos en el escenario internacional, que nos llena, simultáneamente, de tristeza y de rabia, de pena y de asco porque hoy somos objeto de burlas y reproches por la manera grosera y bufa en que estamos manejando nuestras relaciones con otros países, cuando incluso durante el mandato de Chávez manteníamos lazos cordiales o, cuando menos, “civilizados”.
Nos entendíamos a pesar de las distantes posiciones sin que por ello se dejara de ser firme y tajante. Lo importante es que no se cerraban las puertas herméticamente sino que siempre quedaba una rendija por donde se colaba algún entendimiento a través de terceros países o enviados de buena voluntad. En todo caso, los choques nunca fueron tan profundos porque, con algunas excepciones, se suavizaron los roces untándole tiempo al olvido.
Basta con los ejemplos de Uribe y el rey de España, que no fueron momentos fáciles. Con el presidente colombiano los abrazos iban y venían, y de igual manera llegaban por temporadas los insultos de parte y parte. Con el rey Juan Carlos y su famoso e insuperable “¿Por qué no te callas?” ocurrió algo sorprendente: Chávez lo visitó en España para cuadrar algún negocio de altísima importancia para los dos países y hasta le llevó una franela estampada con la histórica frase. Y ahí terminó la faena con oreja y rabo.
Pero con Maduro las cosas se han ido complicando cada vez más y no pasa una semana sin que incorporemos un nuevo país a la larga lista de nuestros enemigos, ya sea abierta o soterradamente. Desde luego que buena parte de este negro panorama diplomático se debe al desmantelamiento de la cancillería y la expulsión del personal competente, con estudios y experiencias valiosas, sustituidos por amiguitos de la Liga Socialista que todos conocemos como mediocres activistas y peores estudiantes.
En la era de Maduro como canciller, la mediocridad se enseñoreó en la Casa Amarilla, al punto de que los regaños contra Nicolás eran el plato del día. El actual embajador en la OEA, Bernardo Álvarez, junto con Arias Cárdenas, fueron testigos de un histórico rapapolvo que Chávez le soltó a Nicolás con motivo de un choque de cierta magnitud con Estados Unidos.
Parece que a Nicolás esto le afectó profundamente porque hoy vive insultando a todo el mundo, usando un lenguaje que ni los bachaqueros de Petare se atreven a usar para no espantar a la clientela. Pero a pesar de su tamaño y de su actitud bravucona no asusta a nadie porque las relaciones diplomáticas no se rigen por la vulgaridad, sino por la inteligencia, el lenguaje y la astucia.
El soberano regaño que Luis Almagro, secretario general de la OEA, le propinó ayer a Maduro está más que justificado, aunque a los venezolanos nos duela decirlo porque a nadie le gusta que a un mandatario nuestro lo humillen de esa manera.
Fuente: El Nacional
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