miércoles, 13 de abril de 2022

Vía Crucis, por Omar Pineda

 

Omar Pineda|@omapin|Abril 12, 2022  / @omapin

No fue que Corroncho me lo impusiera, prevalido de su áspero vozarrón que dejaba como sustrato el exceso del alcohol y las drogas. Tampoco me arredró su estilo en cierto modo gansteril, de hombrecillo agresivo y sin más virtud que no fuese la infatuación de la violencia.

Desde luego que yo recelaba de sus acciones, como a todos en el barrio le aterraba un tipo con prontuario criminal tan amplio que competía con el álbum de barajitas de los jugadores de grandes ligas. Pero no se apareció en son de entrompe sino que, al contrario, José Luis –voy a pronunciar este nombre dos veces, porque el barrio siempre lo llamó con el mote– se aproximó con sigilo donde estábamos los cuatro, recostados de la pared exterior de mi casa, y con inusuales modales o una timidez que nos desconcertó, me dijo “¿Podemos hablar?”.


Era evidente que debía separarme del grupo y, al acompañarlo, someterme al enigma cuyo desenlace no había previsto. David, Alberto Pérez y Carlos Luis reaccionaron sorprendidos, no hicieron nada para impedirlo y se limitaron a observar cuando nos alejamos caminando sin lograr desentrañar el misterio, nerviosos ante la posibilidad de que algo sucediera. Que yo supiera nunca me había metido con este sujeto, de rasgos mestizos, más bajo que yo, cuadrado y provisto de una vida de la que hablaban sus cicatrices, y de la cual él mismo alardeaba y por la que supo ganarse el desprecio de la gente debido a su manifiesta depravación.

 

Nos detuvimos en el estacionamiento del bloque nueve y mirándome con determinación, como si estuviera a punto de confiarme el mayor secreto que guardaba en su memoria, expresó “quiero hacer de Jesús de Nazareth en la procesión del viernes”. No reaccioné del modo en que debí hacerlo; es decir, soltar cualquier vaguedad para complacerlo y decirle sí, como no, chamo, me pongo en eso. La sorpresa y lo absurdo de la propuesta me agarraron fuera de base. Creo que le contesté lo que parecía obvio: “Vaya, Corroncho, yo no me encargo de la procesión… de eso se ocupan el padre Razpeti, Juanita y la señora Martínez”.


Respuesta equivocada. Sonó el timbre de alerta y como era propio de un criminal que no es amigo de repetir sus deseos masculló cuando me daba la espalda: “No sé, chamo, usted se las arregla con esa gente, pero ya yo le prometí a mi abuela antes de que se muriera que cargaría la cruz y haría de Cristo crucificado en la procesión de este año”.

 

Ni hablar. Tras planteárselo a los amigos y reírnos entre la burla y el miedo –de hecho, a Virgilio le pareció oportuno que pudiéramos vengarnos; es decir martillarle clavos y ponerle una corona con alambre púas para hacerle pagar sus maldades–, decidimos salir adelante con el plan, para lo cual debíamos explicárselo primero a Chuchito a fin de que convenciera a su tía, cuya labor eclesial consistía en preparar a los niños para la primera comunión; y que ella a su vez hablara con la señora Martínez, muy ligada en estricto sentido carnal a la iglesia San Rafael, para que la representación del Vía Crucis en vivo, que ignoro si continúan haciéndolo, incluyera al Corroncho como actor principal.


Es decir, el hampón con tres homicidios encima y otros por comprobar, en el papel de Jesús de Nazareth. El lío que se iba a formar cuando se enteraran las doñas que van a la iglesia los viernes en la tarde a confesar sus pecados, y son las primeras del cortejo que, con lágrimas en los rostros, acompañan la procesión del Nazareno, solo que ahora tendrían que rezarle al hijo de puta que mató a Karina, transformado según el ritual en Jesucristo para que resucitara al tercer día.

 

Voy a ahorrarles aquí el cabildeo y los chantajes, a los que echamos mano, entre los cuales destacan la amenaza velada a Juanita con contar sus reuniones hasta altas horas de la noche en la sacristía, o a la señora Martínez quien tuvo un hijo que abrazó la fe cristiana de tal modo que terminó como párroco en Valera, razón por la cual años después el padre Razpeti fue trasladado a una parroquia en Zulia y luego regresó a Italia. Digamos que convencimos al cura y a sus ayudantes con argumentos tan contundentes que terminaron viendo en el deseo de Corroncho la mejor demostración de que Dios existe al reducirlo en la frase de Jeremías: “El gran amor de Dios nunca se acaba, y su compasión nunca se agota”.


Okey. Tampoco era que representaríamos una obra teatral digna de aplausos y premios, a camino entre La última tentación de Cristo y La vida de Brian, pero ¡miren que le echamos bolas! Cuando un hijo de puta como Corroncho en los ensayos les decía a las chicas de catorce años que servían de coro, “¿y tu cómo te llamas, mamita?”. O sea, que nada es perfecto y yo me sentí un director de teatro aplacando la furia depredadora del delincuente pidiéndole respeto, mi pana, si quieres en verdad cumplir con el deseo de tu abuela difunta.

 

Los ensayos fueron una calamidad. Corroncho imponía que la representación guardara fidelidad con la narrativa católica; es decir, la etapa de la humillación por parte de los soldados, los insultos del pueblo a su paso con la cruz al calvario y hasta la corona de espinas que le hiciera sangrar. Incluso, iba más allá, ya que deseaba que le atravesaran clavos de verdad en sus manos y que los azotes, que según la leyenda recibía camino al Calvario, tuviera el mismo realismo con el que algunas sectas en Filipinas repiten cada año la Pasión sin despojarla de los actos violentos a los que fue sometido el Salvador.


Llegamos al viernes, y Corroncho se apareció en el patio de la iglesia, amanecido y con evidencias de que se había drogado en la noche. Una situación que nos pareció oportuna ya que precisaría de una dosis de valentía y de sufrimiento. Repasamos el libreto de una representación que había concitado interés entre los vecinos. Alguien contactó a la prensa y se apareció un reportero gráfico de Ultimas Noticias que tomó imágenes desde el inicio de la mise en scene. A las dos de la tarde, aún con hambre, Corroncho se negó a comer un pan con mortadela y un refresco, lo que me hizo pensar que el delincuente de fama local podría estar pavimentando su camino a la redención.


Con la ansiedad y la esperanza mezcladas en su expresión, Corroncho nos pedía más acción, mientras los alrededores de la iglesia empezaban a cubrirse de público. Para conferirle mayor dramatismo convenimos en que cargara la cruz desde el patio de la iglesia hasta el bloque tres, donde otro vecino sin escrúpulos ni miedo martillaría los clavos en las palmas de las manos, mientras nosotros nos encargábamos de instruir a los “centuriones romanos” para que le azotaran y a un tal Damián para que representara a Longino de Cesárea quien, según algunas tradiciones cristianas, fue el soldado romano que traspasó el costado del cuerpo de Jesús con su lanza.


En medio de esta performance donde se evidenciaba más un espectáculo de horror que una escena religiosa, apareció de pronto una tía suya y le recriminó “semejante ridiculez”. Corroncho, ya convertido en Jesucristo, exhibiendo la cicatriz que le atravesaba la cara como su carta de presentación delictiva, le contestó “sí, tía Carmen, a usted le parece ridículo porque usted es testigo de Jehová… además, esta fue una promesa que le hice a Mamapancha, y esta vez no le voy a fallar”.


Molesta, la tía Carmen se marchó no sin antes advertirle al público cada vez más numeroso: “ese muchacho es mi sobrino, se llama José Luis Espinoza y desde adolescente abrazó el camino del mal, así que no crean que con este teatro se vaya a convertir en un ciudadano de bien”, y desapareció. Llegamos al punto culminante: clavarle en vivo las manos a la cruz, y es verdad que hay días en que creemos que toda la basura del mundo nos cae encima, pero no era este el día en que prácticamente la mitad del público veía en el sacrificio de Corroncho un acto de arrepentimiento por todos los pecados cometidos.


Yo mismo me adhería a esa idea, hasta que en un momento de martillarle los clavos, desde uno de los balcones de arriba alguien gritó con todo fervor “¡aprovechen y maten a ese coño de madre!”, y ante el mutismo que dejó ese grito fuera del libreto, Corroncho, que empezaba a acusar el dolor por la tortura de los clavos, le respondió “¡Mira Cheo… cuando salga de esta vaina te voy a asesinar!”.


Omar Pineda es periodista venezolano. Reside en Barcelona, España

Tomada de: TalCualDigital

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