domingo, 8 de noviembre de 2020

La construcción del odio contra occidente: Devenir de una venganza histórica


JHONAS RIVERA RONDÓN / IDEAS EN LIBERTAD 8NOV2020
El odio y el amor, se definen comúnmente como dos caras de la misma moneda, pero si replanteamos la fórmula podemos decir que son dos expresiones de la condición humana. En este debate, se plantea la naturaleza del hombre, lugar en donde la división entre lo biológico y cultural puede quedar poco clara al momento de observar los diferentes modos de amar y odiar, en cada tiempo y lugar.
 
Las implicaciones sociales que tienen la intensidad de estas emociones pueden estudiarse a partir de la idea que Empédocles, filósofo presocrático, quien manifestó hace mucho tiempo: el amor es esa fuerza que une y, por otro lado, el odio era todo aquello que separaba[1]. Por esta razón, la muerte, disolución total de los elementos que componen lo vivo, era el triunfo del odio. En este sentido, puede entenderse el odio como un sentimiento que separa grupos, los divide, y crea barreras de distancia ante el otro, lo desconocido.
 

En tiempos más recientes, el filósofo alemán, Georg F. Hegel, situaba el odio a partir del problema del reconocimiento[2]. En esa lucha incesante del hombre que desea verse reconocido, es donde precisamente se podría rastrear la raíz del odio. Desde esta perspectiva hegeliana, el filósofo Francis Fukuyama resaltaba uno de los retos que iba a quedar en esta época del Fin de la historia, por lo que textualmente dice:
 

“En ambos libros insistí en que ni el nacionalismo ni la religión estaban a punto de desaparecer como fuerzas en la política mundial. No iban a desaparecer porque, como argumenté en aquel entonces, las democracias liberales contemporáneas no habían resuelto completamente el problema del thymós. El thymós es la parte del alma que anhela el reconocimiento de la dignidad; la isotimia es la exigencia de ser respetado en igualdad de condiciones que los demás; mientras que la megalotimia es el deseo de ser reconocido como superior. Las democracias liberales modernas prometen y en gran medida brindan un grado mínimo de igual respeto, encarnado en los derechos individuales, el Estado de derecho y el sufragio. Lo que esto no garantiza es que en democracia las personas sean igualmente respetadas en la práctica, particularmente los miembros de grupos con un historial de marginación. Países enteros pueden sentir que no son respetados, lo que ha impulsado el nacionalismo agresivo, al igual que los creyentes religiosos que sienten que se denigra su fe. Por lo tanto, la isotimia continuará impulsando demandas de reconocimiento igualitario, que seguramente nunca se cumplirán del todo.”[3]
 

De este modo, en esa condición marginal frente a Occidente, muchos grupos sociales y países enteros encienden esa fibra del odio que los hace invocar un concepto escatológico de guerra. La guerra justa. La garantía de derechos no es igual cuando se está en estado de paz que en estado de guerra. En ese estado de guerra parece que todo orden jurídico queda en suspenso, incluyendo esos derechos individuales. Pero en un amplio sentido, la guerra es de naturaleza conceptual, política e intelectual, es un conjunto de prácticas que no se reduce a la confrontación violenta y física[4], sino al emprendimiento de un conjunto de acciones que permitan alcanzar un fin determinado: el triunfo y el reconocimiento. Pero en su expresión máxima del odio, la aniquilación total del otro es el objetivo final.
 

Después de la Segunda Guerra Mundial, esa concepción “clásica” de la guerra, en donde esta era un atributo exclusivo de los Estados desde el cual se promovía la confrontación violenta, desapareció. La Carta de las Naciones Unidas reguló los mecanismos de la guerra con el propósito de garantizar la tranquilidad y el respeto por la vida en el mundo[5]. Pero en un escenario tan convulso y tenso como lo fue la segunda mitad del siglo XX, la lucha entre Estados Unidos y la Unión Soviética por hacer valer su reconocimiento como potencia mundial, derivó en otros escenarios de conflictos donde la fuerza separadora del odio fue lo que predominó.
 

En el transcurso de los años, cuando Estados Unidos se erigió como potencia hegemónica del mundo, como imperio victorioso; las narrativas del odio no faltaron, y los ataques terroristas promovidos por fundamentalismos religiosos islámicos, acentuaron una vez más la raíz del odio que separaba. El odio, el resentimiento, la ira, así como otras emociones venenosas más, eran fermentadas en complejos de inferioridad que tenían caldo de cultivos en grupos culturales que fueron y que, en otros casos, se sentían marginados de esta gran corriente del progreso que se vivía en Occidente.
 

De esta manera puede entenderse el fenómeno del odio como uno de los elementos más nocivos para la cultura occidental; cultura que se define por el valor concedido a las libertades y los derechos individuales. Cuya pugna histórica ha consistido precisamente en el reconocimiento de la valía digna del hombre como persona e individuo. Es así que con la construcción del odio, se promueven narrativas revolucionarias y revanchistas para la destrucción de los fundamentos éticos y políticos de Occidente. Mejor dicho, de la aniquilación total de todo lo que representa Occidente, las cuales son encarnadas por Estados Unidos.
 

El psicoanalista, Sigmund Freud, decía que en el caso del odio podía llegar a intensificarse al punto que derivaba en una “inclinación agresiva contra el objeto: la intención de destruirlo.”[6] Consecuentemente puede interpretarse que, toda la narrativa culturalista, postcolonial, posmoderna y todas sus variantes reivindicativas de izquierda, incluyendo las nacionalistas y fundamentalistas religiosas, exacerban el odio al grado tal que plantean la aniquilación total de un modo de vida occidental. Es de esta manera que se invoca un concepto escatológico de “guerra justa”, en el cual la inmolación y el sacrificio son aceptados como los más altos ideales personales a seguir en una moral guerrera en donde lo que importa es el fin último, la victoria e imposición sobre el enemigo.
 

Es así que el terrorismo islámico, los actos de vandalismo de sectores radicales ideologizados, ya sean que abracen baluartes como la ideología de género, la “defensa” medioambiental o la “diversidad” cultural. Todas ellas llevan a un punto de extremo al odio que lo convierten como un atributo personal de una venganza histórica, construida mediante una narrativa que así se lo indica, en el cual la violencia deja de ser un monopolio del Estado[7] para así dispersarse en pequeños sectores marginados que se atribuyen tales “derechos” en nombre de una tácita “guerra justa” por el reconocimiento.
 

En este sentido, ese cambio conceptual de la guerra sirvió para hacer otro tipo de guerra, convencional, en tiempos de paz. Un artificio político en el cual la Unión Soviética supo hacer escuela para el ataque silencioso de su principal adversario, Occidente. Ahora los enemigos son otros, enemigos que buscan aniquilar en su totalidad el modo de vida de una sociedad libre y abierta.
 

Referencias
[1] Simon Trepanier, Empedocles: An Interpretation (Nueva York: Routledge, 2004).
[2] Alexandre Kojeve, La dialectica del amo y el esclavo en Hegel (Buenos Aires: La Pléyade, 1987).
[3] Francis Fukuyama, Identidad: La demanda de dignidad y las políticas de resentimiento, Deusto (s/l: 2019, s. f.), 11.
[4] Patricio M. Goldstein, El concepto de guerra en la Modernidad temprana (Buenos Aires: Ciudad Autónoma de Buenos Aires, 2017).
[5] Ibid
[6] “We feel the ‘repulsion’ of the object, and hate it; this hate can afterwards be intensified to the point of an aggressive inclination against the object—an intention to destroy it.” Sigmund Freud, «Instincts and Their Vicissitudes», s. f., 19. 137 http://dravni.co.il/wp-content/uploads/2014/05/Freud-S.-1915.-Instincts-and-their-Vicissitudes.pdf
[7] Véronique Nahoum-Grappe, Sueño de venganza y construcción del odio colectivo: por una antropología de la violencia política contemporánea* (s/l: Siglo del Hombre Editores, 2004).
Imagen: obra «Fairest City. The anger for enemies»  de Nicholas Roerich
Tomada de: Ideas en Libertad
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario