Simón García / Publicado diciembre 27, 2020 / Twitter: @garciasim
La Navidad solía ser un encantamiento. A pesar de vivir en un país con dos estaciones climáticas, algún halo ancestral irrumpía bajo una especie de extraño anhelo por la nieve. Entonces amanecía con frío y había alegría.
Diciembre eran vacaciones y sus dulces, comidas y bebidas típicas. Días de estrenos y de soñar con el regalo que, al despertar, traería el Niño Jesús. Diciembre fue siempre el mes más casero, fiesta de hogar y de celebración con los amigos. Música y sorpresas.
Al menos dos de ellas estaban ligadas con la tradición popular cristiana. La presencia de Dios revelada como infancia y la no menos extraordinaria aparición de unos magos que eran reyes. Jesús niño muestra, con el prodigio de la primera vez, la unión de lo divino con lo humano. Mientras que en la taparita de los tres reyes, laten dos imágenes de poder. Una, que el mago antecede al rey. La otra, que el poder terrenal rinde culto al poder espiritual.
Según Voltaire, en la entrada que dedica a la palabra Navidad en su Diccionario Filosófico, Jesús nació nueve meses después de haber sido concebido el 24 de marzo, durante el reinado de Augusto. Es un nacimiento ampliamente asociado a una espera.
Toda buena espera contiene una esperanza. Dice el Breve Diccionario Etimológico de Gómez de Silva que espera es: “….permanecer en un lugar hasta que ocurra algo que se prevé.”
Vista así, la esperanza es un optimismo basado en una probabilidad.
Desde un punto de vista más activo, la Navidad debería volver a ser el momento para la formulación de nuevos planes. Pero esta vez, viendo al país desde la pandemia y desde su crisis terminal, se impone la percepción realista del abismo que existe entre el país realmente existente y el que deseamos todos.
Es hora de admitir que estamos pasando a la historia como la primera generación que va a legar a los venezolanos por venir un país peor al que recibimos.
Y no basta con entristecerse, lamentarse o voltear hacia un «eso no es conmigo».
Hay que actuar para reducir los daños transgeneracionales que estamos causando. Por supuesto que el daño mayor lo ocasionan los que detentan el poder, si es que eso alivia la destrucción general de Venezuela.
Sabemos que no es cuestión de asignar culpas, ni de recetarios de autoestima o de repetir discursos políticos invocando salidas inviables. Se protege mejor el interés general cultivando con excelencia la pequeña parcela, en vez de invocar un abstracto destino superior.
Es ocasión para rectificar e innovar. Para unificar a los venezolanos con base en una propuesta concreta de entendimiento nacional antes que el país normalice su colapso. Si las élites opositoras no dan este giro, hay que ayudar a que nuevos actores entren en escena.
Esa es la fuente del optimismo que necesitamos. El del entusiasmo para una verdadera acción de cambio, así sea pequeña. Hay mucha gente con ganas de arriesgarse a demostrar, cívicamente, que la esperanza viable no es un aguinaldo.
Mientras tanto, los espero en el 2021. ¡Felicidades!
Simón García es Analista Político. Cofundador del MAS.
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Tomada de:TalCualDigital
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