A Nicolás Maduro le pegó el sol de la tarde caraqueña de este 23 de Enero. Le hizo ver visiones. Se podía equiparar a esa gente que, en las películas, deambulaba por el desierto y creía ver oasis. Es verdad que el color rojo que lucía en su anchilarga camisa también absorbe mucho el calor, todo ello sumado, efectivamente le afectó la vista.
En el momento de mayor paroxismo, aseguró que la marcha tenía una extensión de 8 kilómetros y que para ese momento que hablaba todavía no había llegado hasta Miraflores. La realidad es que los asistentes, si acaso, cubrían el espacio existente entre el Palacio de Miraflores y la esquina de Carmelitas, en la caraqueñísima avenida Urdaneta, lo que equivale a dos cuadras. Y aunque son cuadras grandes, casi que llaneras, allí no hay ocho kilómetros de distancia. Realmente el sol le estaba pegando duro.
Esa distancia nos parece que es la que existe entre lo que Maduro cree es la realidad y la realidad. Dijo que la marcha de este 23 de Enero había sido gigantesca, más grande es el cuento que él se quiere creer.
Desde Miraflores hay ocho kilómetros hasta Chacao -según Google Maps- en dirección este, y hasta la entrada de la carretera Caracas-La Guaira -en direción oeste. Si la escuálida asistencia chavistas de ayer hubiera hecho una cadena humana no llegaban ni de lejos a Chacao. Con suerte, y empujaos, podían acercarse hasta el puente de la avenida Fuerzas Armadas. La realidad, cuando por fin la vea, dejará a Maduro mucho más encandilao de lo que lo tenía el sol de ayer.
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