La Cumbre del Clima en Madrid ha puesto otra vez de manifiesto una paradoja, que se encuentra en la propia base del problema del cambio climático. Dicha paradoja es resultado de la brecha entre, de un lado, el discurso crecientemente alarmista acerca de un venidero apocalipsis, que según algunos ya está con nosotros o a la vuelta de la esquina, y de otro lado la debilidad de las respuestas ejecutadas en la práctica.
Queremos dejar claro a nuestros lectores que no pretendemos hacer un juicio científico, ni tomar partido específico sobre una polémica que a diario se hace más agria y complicada. Solo señalamos que si la amenaza es tan grave y los peligros tan apremiantes, cabe entonces preguntarse cómo es que millones aún están en las calles, en Europa y Estados Unidos, para no hablar de China, la India y el resto del mundo, haciendo compras navideñas según sea el caso, o sencillamente realizando sus tareas acostumbradas, como si la vida fuese mañana a proseguir su rumbo de siempre. ¿Por qué no están dedicados en cuerpo y alma a evitar el caos climático?
El contraste entre esos centenares, quizá miles de millones que deambulan con sus preocupaciones normales sobre los hombros, y los que a diario se empeñan, armados de encomiable fervor, en abrirnos los ojos con sus esfuerzos militantes es tan abismal que no hace falta destacarlo.
¿Se trata, para esas mayorías desprevenidas, de mera ignorancia, de estupidez, de la recurrente frivolidad que acosa al espíritu humano ante temas difíciles que escapan a nuestro control? ¿O será que en el fondo de todo esto, y pese a las exhortaciones que a diario se nos hacen, son muchos los que no terminan de convencerse de que el fin del planeta puede presuntamente vislumbrarse con claridad, en el vecino horizonte de nuestro cotidiano acontecer?
Se nos ocurre que esa falta de credibilidad, que puede o no ser errada, imprudente o temeraria, tiene que ver con la paradoja señalada. Si bien no pocos están dispuestos a considerar que las circunstancias climáticas son apremiantes, las soluciones que parecieran requerirse, según nos explican los más convencidos, tienen tal magnitud y exigen tan masivos cambios a nivel global, que lucen más allá del alcance de los casi siempre despistados y acosados gobiernos esparcidos por el planeta.
El peso político e impacto psicológico de la inquietante paradoja esbozada podría producir un resultado paralizante o, por el contrario, empujar hacia una intensa radicalización de parte de los comprometidos con la causa. Pareciera que este último fenómeno está teniendo lugar y sus implicaciones son todavía difíciles de discernir a plenitud.
Si seguimos con la debida atención los pronunciamientos de las más conspicuas figuras del movimiento, que presionan para generar reacciones contundentes ante el cambio climático, observaremos ese rumbo de radicalización. Ya no se limitan a cuestionar los excesos de la economía de mercado y la miopía de nuestro descuido sobre el clima, sino que pasan a denunciar el capitalismo en sí mismo, las grandes corporaciones, los bancos, en fin, toda la estructura institucional del sistema que –y aquí surge otra paradoja—ha logrado sacar a buena parte de la humanidad de la pobreza.
Para decirlo sin eufemismos, el camino escogido por el movimiento del clima, por llamarlo de esta forma, roza las fronteras que demandan una transformación inmensa en dirección a un gobierno mundial y un socialismo redistributivo planetario, capaces de sobrepasar las barreras de diverso tipo que obstaculizan una acción autoritaria, y de ser necesario punitiva, en función de adelantarse a la concreción definitiva del temido apocalipsis.
Insistimos: no pretendemos entrometernos en el debate científico, la pugna ideológica y las tensiones políticas existentes en torno al tema del cambio climático. Nuestro propósito es más modesto. Aspiramos a alzar una voz a favor del pragmatismo, de una actitud que combine el deseable interés ante el desafío planteado con la toma de conciencia acerca de sus paradojas. Si un raudal de mesura y una sana dosis de realismo no entran con celeridad y eficacia en el torrente sanguíneo del tema climático y su tratamiento, las corrientes de tipo mesiánico, tentadas por la utopía, acelerarán su marcha, generando un indetenible distanciamiento entre la gravedad de las advertencias y el rango inmanejable de las soluciones propuestas.
Tomada de: El Nacional
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