Los “jaladores de cabello” ganan un porcentaje por cada cliente que consiguen. Entre los clientes que se acercan también destacan mujeres colombianas, quienes ven en la venta de cabello una opción viable para ganar dinero. El término “jalador de cabello” nació del mismo grupo de trabajadores. Ha sido una manera de identificarse, que se ha extendido y popularizado
Uno de los oficios que más se hacen notar en La Parada, Colombia, es el de los “jaladores de cabello”. Así han calificado a quienes a diario se esfuerzan por buscar clientes a los que les compran el cabello. El precio final no lo dan ellos, depende de un tercero: la persona que corta y paga por el volumen adquirido.
Desde tempranas horas de la mañana, los “jaladores” se van acomodando en sus puntos de trabajo. La calle es su gran oficina. La mayoría va buscando su puesto después del puente internacional Simón Bolívar, lado neogranadino. La competencia va en aumento, pues cada vez son más los venezolanos que se quedan en la localidad en busca de los anhelados pesos.
“Compramos cabello”, es el grito que se va multiplicando en los oídos de los miles de ciudadanos que cruzan a diario el tramo binacional. No son ecos, pues el lugar, a cielo abierto, no se presta para ello; se trata de voces cuyos matices varían, de acuerdo con cada rostro y personalidad.
En este modo de rebusque, hay tanto hombres como mujeres. Las edades son variadas: desde jóvenes de 22 años, hasta personas que sobrepasan los 50. En vista de que hay días en los que los clientes son esporádicos, deben tener otras opciones para garantizar diversas entradas y no declinar en el intento.
Mientras ejercen su labor de “jaladores de cabello”, algunos venden refrescos y ofrecen pasajes para diferentes departamentos de Colombia u otras naciones de la región. Otros tienen sus puestos de golosinas o un pequeño botiquín, donde se consiguen variados medicamentos.
Los acentos también develan los kilómetros que recorrieron para instalarse en una zona comercial que se queda pequeña frente al incremento de la informalidad. Están quienes arribaron de Barlovento, estado Miranda; otros salieron de Caracas, Maracay o Valencia, huyendo del nulo poder adquisitivo generado por tener un sueldo en bolívares.
“Si es una Rapunzel, mucho mejor”
Hace cuatro meses, Gonzalo Carmona, abogado de 53 años, abandonó Barlovento, en Miranda, para aventurarse con su esposa a la frontera. La crisis del país lo empujó a hacerlo. Al llegar a la zona comercial de La Parada, en Colombia, decidió unirse al grupo de los “jaladores de cabello”.
Carmona ve en toda persona con abundante cabello un cliente potencial. “Preferimos que tenga una longitud de 50 cm o más, y un espesor respetable”, indicó, para luego destacar: “Una vez la persona admita cortárselo, la llevo a la especialista para que le revise el pelo, detalle el largo y el volumen; luego le ofrecen un precio”.
Como “jalador” no da precio, quien lo pone es el comprador. “El especialista le ofrece el monto y, si la persona acepta, viene la parte del corte, la cual se le extrae de atrás. Se respetan los laterales y frontales, y se le va cortando con una tijera profesional”, explicó.
—La idea es que cuando se suelte la persona el cabello, luzca como si no se le hubiese extraído nada – remarcó Carmona con la seguridad que confieren el tiempo y la dedicación-. Mientras más largo sea el pelo, mejor. Si es una Rapunzel, y tiene un volumen aceptable, le pueden ofrecer hasta 400.000 pesos – precisó mientras observaba con atención a quienes circulaban por la concurrida vía.
Mientras más alto sea el monto que le den a la persona que vende su cabello, mejor es la ganancia del “jalador”. “En mi caso, no tengo un porcentaje específico de ganancia, por lo general, cuando conseguimos un cliente, si, por ejemplo, se le ofrecen 100.000 pesos, uno viene obteniendo entre 15.000 a 20.000 pesos”, indicó.
Carmona, a las 5:00 a.m., ya está saliendo de la habitación que alquiló con su esposa. En vista de que no todos los días consigue clientes que vendan su cabello, también funge como asesor de viajes. “Lo máximo que he logrado ganar son 50.000 pesos, que puede ser a través de un sola persona o de tres; todo depende, pues conseguir una Rapunzel es muy difícil”, sentenció.
El abogado aspira a regresar en diciembre a Barlovento, su tierra. Esa fue la razón que lo detuvo para no migrar más lejos. “Aquí estoy cerca de mi país. Con solo pasar el puente, ya estoy en Venezuela”, aclaró al tiempo que agradeció a Colombia por la atención en materia de salud: “Tengo bronquitis, nivel 2. En el puesto de la Cruz Roja, los doctores me atendieron amablemente y me regalaron todos los medicamentos”.
Los hombres también acuden a vender su cabello
Jonathan Jaimes, venezolano de 22 años, no es “jalador”, pero trabaja de la mano con ellos. El joven es uno de los muchos compradores que hay en La Parada. A sus clientes suele mostrarles videos que constatan el profesionalismo con el que corta el cabello. Para ello, usa una tijera especial.
—Los muchachos, los “jaladores de cabello”, traen lmujeres u hombres, ellos se encargan de hablarles – soltó Jaimes, desde su puesto de trabajo-. Les explican a las personas cómo es el proceso. Además, yo manejo ciertos videos para que tengan una idea de cómo se lleva a cabo el corte, pues, en la mayoría de los casos, es la primera vez que lo hacen.
“Nosotros trabajamos con un tijera profesional, una grafiladora, que separa las hebras. De cada línea de cabello que agarre, la divido en secciones, y para hacer un trabajo pulcro, hay que cortar retazos pequeños. Ese es el procedimiento para que no quede trasquilada la persona”, puntualizó.
Jaimes dejó claro que cada quien posee su estilo al momento de trabajar. “Yo hablo del mío y lo garantizo”, señaló. La persona, dijo, a veces se acerca dudosa, razón que lo ha llevado a implementar algunos consejos para que el cliente se sienta más cómodo. “No hay que aprovecharse de nadie, hay que ser justos”.
—En una ocasión, a una mujer el cabello le medía 52 pulgadas; le pagué 600.000 pesos -confesó mientras lamentaba la escasez de ese tipo de clientes. El monto se debe a la medida, el cabello era muy largo, le arrastraba. Ella se lo cortó porque ya le molestaba y, en vez de botarlo en una peluquería, decidió venderlo, sacarle provecho. Se llevó buen dinero.
Entre el variado grupo de clientes ha habido algunos hombres que deciden ganar algunos pesos con su cabello. Jaimes evocó una experiencia con un caballero venezolano que se acercó a su puesto. “Ha sido uno de los cabellos más largos que he cortado. El amigo tenía las trenzas bien hechas, le llegaban casi a las rodillas”, describió.
“El chamo era venezolano y, ante la necesidad, optó por cortárselo. A veces la persona entra en crisis emocional, está insegura; yo, cuando la veo así, le pregunto: está seguro que desea hacerlo. Si me dice que no, no hay ningún problema; la idea es que se sienta bien, ya que uno no obliga al cliente y se le dan opciones, le doy varios precios, que están estipulados de acuerdo con la cantidad de cabello”, puntualizó.
“Te queda del mismo largor, ven”
Marglys Contreras, venezolana de 42 años, está a punto de cumplir los nueve meses en La Parada, Colombia. El duro escenario de Caracas, en Venezuela, la hizo dejar su casa para enfrentarse a un espacio desconocido, y en el que ha tenido que experimentar vivencias jamás imaginadas. “Lo más duro ha sido dormir en la calle”, dijo.
Con siete hijos, tres -los menores- en Caracas, otros tres en Bogotá y uno a su lado, ha tenido que salirle al trote con diversos oficios, entre ellos el de “jaladora de cabello”, el cual une con la venta de refrescos, que tiene cerca del puente internacional Simón Bolívar. “En este punto me hicieron la guerra, pero resistí. Ya tengo siete meses instalándome acá. Nos respetamos el espacio”, subrayó.
A veces, con un nudo en su voz, Contreras narraba lo complejo que es vivir alejada de su tierra. “Quisiera regresar, pero no con las manos vacías”, detalla, ya con la noche como testigo de un testimonio que deja por sentado los matices de la migración. “Yo grito: te compro el cabello, te va a quedar del mismo largor, ven”.
La frase gancho la acompaña con el ofrecimiento de bebidas frías y refrescantes, producto con gran demanda ante los intensos calores de la frontera. “Como jaladora de cabello, lo máximo que he hecho en un día son 40.000 pesos, con tres clientes”, resaltó.
Contreras, por los momentos, se conforma con ser la que consigue los clientes, ya que pasar al nivel de compradora amerita tener buen capital. “Hay personas, por su tipo de cabello, que pueden ganar hasta 500.000 pesos. ¿De dónde los saca uno?”, preguntó.
—Hay compradores que saben cortar cabello, otros no. A raíz de eso, muchos clientes han cogido temor- aseguró la dama al destacar que, en vista de estos episodios, muchos prefieren irse hasta Cúcuta-. Allá es peor. He conocido historias donde quedan trasquiladas y les pagan menos.
Marglys Contreras llega todos los días a las 5:00 a.m. al puente. En la mayoría de los casos, suele recoger su puesto a las 8:00 p.m., con la ayuda de su esposo, a quien tiene como vecino. “Él cose zapatos”, dijo.
“Hay mujeres que ganan 350.000 pesos”
Todos los “jaladores” están claros en que el volumen y la longitud del cabello son vitales cuando se quiere ganar buenas comisiones. Mariela Lozada, de 42 años, reconoce esa premisa y la aplica con cada cliente. “Empecé vendiendo galletas”, contó al especificar el tiempo que lleva en La Parada: “Ya han pasado siete meses”.
“No todos los días se consiguen clientes. Uno debe arribar acá una vez se abre el puente, para así lograr captar la atención de alguien. Este trabajo no tiene horario”, aseveró. “Hay mujeres que han ganado hasta 350.000 pesos por cabello vendido”, prosiguió.
La competencia, según Lozada, es bastante visible. Son muchos los venezolanos que se dedican a lo mismo, en el afán de ganar pesos y como alternativa inmediata ante las escasas oportunidades de empleo que hay en la zona fronteriza.
—He logrado enviar algo de dinero a mis familiares. Ellos viven en Valencia, estado Carabobo -señaló mientras su rostro reflejaba la tristeza que recorre su humanidad-. No ha sido gran cantidad, ya que uno tiene a diario varios gastos: comida, artículos personales…sobre todo nosotras, las mujeres.
Mariela Lozada tiene previsto retomar la venta de galletas. De esta manera, tendría dos rebusques para sobrevivir y ayudar, en la medida de sus capacidades, a sus más allegados.
Especial: La Nación
Tomada de: TalCualdigital
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