ANDERSON RIVEROL / IDEAS EN LIBERTAD 16AGO2020
Muchos pensadores han reflexionado sobre la pobreza. La han definido de diferentes maneras, meditando también sobre sus causas y consecuencias. El filósofo Thomas Hobbes decía que “la pobreza, es la falta de aquellas cosas que se necesitan para la preservación de la vida y el honor.”[1] Justamente este concepto cabe con precisión si nos referimos a Venezuela, en donde actualmente millones de personas tienen comprometida su vida y la de sus familias debido a la pobreza que padecen, tal como señala la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (ENCOVI) 2020[2], proyecto elaborado en conjunto por la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB), la Universidad Central de Venezuela (UCV) y la Universidad Simón Bolívar (USB). En este sentido, la República Bolivariana de Venezuela es hoy uno de los países más pobres de la región compitiendo sólo con Haití o con países africanos como Nigeria, Camerún, Zambia, etc.
Son muchos los motivos que contribuyeron a llevar a un país relativamente próspero con importantes recursos naturales a un estado tan deplorable, entre ellos resulta determinante evaluar los motivos ideológicos que van desde la creencia en un Estado paternalista y poderoso que pudiera resolver la vida de las personas redistribuyendo la riqueza, hasta lo que denomina Sir Roger Scruton como la falacia del mejor caso posible, el cual define:
“Lo que yo llamo la falacia del “mejor caso posible”. Incitado a elegir bajo condiciones inciertas, se imagina el mejor resultado y asume que no necesita considerar otros. Se vuelve un devoto de este resultado y olvida calcular el costo del fracaso, e incluso – y este es el aspecto más pernicioso-, incita a atribuir esos costos a otros.
La falacia del mejor caso posible es coincidente con la mentalidad del apostador. Alguna vez se ha dicho que los apostadores son personas que toman riesgos y que esto, por lo menos, es en parte el juego que les atrae. La verdad es que es justamente todo lo contrario. Los apostadores no son personas que asuman riesgos de ninguna manera, ya que entran en el juego con la única expectativa de ganar, arrastrados por sus ilusiones y disfrutando una irreal sensación de seguridad. Ellos no creen que estén asumiendo ningún riesgo, simplemente creen estar encaminados a un objetivo predeterminado gracias a la cooperación de la totalidad de sus facultades y la buena suerte que Dios les ha concedido”.[3]
Efectivamente, mientras que el Estado bajo el socialismo se fue haciendo más grande y fue violando con ímpetu los derechos fundamentales descaradamente, como el de la propiedad, acrecentó consigo la justificación de una mayoría de personas que creyeron que el resultado de la Revolución Bolivariana iba, indiscutiblemente, a llevarnos a una sociedad semejante al paraíso sin ningún esfuerzo individual, sino que más bien con la intervención, cada vez más profunda, del gobierno en todos los espacios de la vida de los venezolanos se llegaría a ese estadio ideal. Pero la realidad no fue así, mientras más se expandió la colectivización de la sociedad, la pobreza tomó un mayor impulso, condenando así el presente y el futuro de todos los venezolanos. El reflejo de esto lo vemos hoy, donde los resultados del informe ENCOVI 2020 muestra una realidad incomoda donde el 79,3% de los venezolanos no tienen como cubrir la canasta alimentaria, el 30% de los niños menores de 5 años se encuentran en estado de desnutrición crónica y el país pasa a ser el más pobre y el segundo más desigual[4] de América Latina[5].
Los resultados del socialismo que está instaurado en Venezuela no sorprenden, una tras otras las experiencias con esta ideología fracasada han tenido el mismo resultado de empobrecimiento, miseria y muertes; sin embargo resulta increíbles que todavía hayan voces que apuesten por este modelo, ya sea en su sentido más vegetariano o carnívoro. Mientras tanto sigue vigente esa descripción que hizo Ayn Rand con respecto a los resultados del socialismo:
“Cuando se considere la devastación mundial provocada por el socialismo, el mar de sangre y los millones de víctimas, recuérdese que no fueron sacrificadas por el “bien de la humanidad”, ni por un “noble ideal”, sino por la enconada vanidad de algún bruto asustado o de algún pernicioso mediocre que busca obtener un manto de grandeza inmerecida. El monumento al socialismo es una pirámide de fábricas públicas, teatros públicos y parques públicos, erigidos sobre cadáveres humanos y en cuya cima se haya la figura del dictador, que posa golpeándose el pecho y clamando por “prestigio” al vacío sin estrellas que se eleva sobre él indiferente”.[6]
La realidad puede ser un poco más triste que la descripción de Rand, puesto que los monumentos ni siquiera fueron construidos, solo hay edificaciones a medio terminar y espacios desolados, comidos por el tiempo. Esa realidad es efectivamente la que se debe cambiar, apostando por el respeto a los derechos individuales, la igualdad ante la ley y el libre mercado, soló así el país podrá vencer la pobreza, alejarse del socialismo y abrazar la prosperidad de la que se alejó por creer en proyectos imposibles y perversos.
Referencias.
[1] Thomas Hobbes, De Cive. Alianza Editorial. p. 204.
[2]Tomado del informe ENCOVI, disponible en: https://encovi.ucab.edu.ve/
[3] Roger Scruton, Las bondades del pesimismo. FPP. p. 28.
[4] El tema con la desigualdad resulta muy interesante, puesto cuando el régimen socialista toma el poder hace 21 años, una de sus criticas principales era la desigualdad que se vivía en el país y en todo este tiempo ha sido una crítica constante por parte del chavismo las desigualdades que se viven en capitalismo. El informe ENCOVI demuestra que en los países socialistas como Venezuela es done se vive no sólo con más desigualdad, sino con mucha mayor pobreza que al fin y al cabo es lo que se debería combatir, porque la desigualdad es parte de la naturaleza humana.
[5] Tomado del informe ENCOVI, disponible en: https://encovi.ucab.edu.ve/
[6] Ayn Rand, La virtud del egoísmo. Editorial Grito Sagrado. p. 172.
Imagen: obra «The Gambler» de Richard Lindner
Tomada de: Ideas en Libertad
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