La Misión Internacional, cuyas conclusiones han estremecido a la opinión mundial, fue creada por el Consejo de DDHH de la ONU con el objeto investigar ejecuciones extrajudiciales, desapariciones forzadas, detenciones arbitrarias, torturas y otros tratos crueles, inhumanos y degradantes cometidos por el gobierno de Maduro desde 2014 hasta el sol de hoy. La idea era dar con los autores e identificar a sus víctimas.
Revisé minuciosamente el trabajo de la Misión y no encuentro palabras para expresar mi venezolana gratitud por un esfuerzo tan grande como el que realizaron y con tan estricto apego a la normativa legal nacional e internacional, incluida una rigurosa relación de Tratados, Convenios y Protocolos que obligan a Venezuela.
El marco jurídico invocado por los investigadores fue impecable y los hechos incluidos, más todavía. En cambio apenan ciertos manejos –a ratos tan pueriles– de la parte oficial venezolana, ¿a quién pretendieron marear al impetrar –mediante una remisión dirigida a la Corte Penal Internacional– que abriera una investigación sobre crímenes de lesa humanidad en Venezuela? Como si gente experimentada pudiera impresionarse porque el investigado salte al ruedo clamando ¡A mí que me registren!
Y en efecto, lo registraron y el resultado ha sido escandaloso.
No se necesita ser especialista en leyes para reconocer el gran valor del trabajo de los comisionados. Tras analizar con especial cuidado su Informe, no veo lo que pueda faltar para que se adopten decisiones ejecutivas y se abran procesos judiciales. Los integrantes de la Misión han sido claros y por eso la temperatura política se ha situado en el top de un posible desenlace.
La Misión considera que en Venezuela se cometieron crímenes de lesa humanidad y afirma que aparecen señales de que la cúpula del poder no es ajena a lo ocurrido. Podemos imaginar que se desencadene un posible huracán de acusaciones. Su fundamento es serio y ahora las víctimas tendrán argumentos adicionales para hacer valer sus derechos.
No sería raro que Miraflores intente negociar. Su causa ha perdido terreno y falta contar el cúmulo de grietas que presumiblemente aparezcan en la fachada del Poder. En mi opinión las negociaciones pueden ser necesarias y aprovechables. solo los que asocian el cambio con la exterminación del último de sus contrarios, adversarios o enemigos pueden seguir aferrados a teorías sonoras pero mil veces desmentidas por la realidad, a tenor de las cuales con dictadores es moralmente inaceptable tan siquiera sentarse a dialogar, cuanto menos incurrir en el pecado de negociar, que es insubsanable precisamente por ser mortal.
Resulta que no es así, en la vida, la historia, la democracia y la Política, concebida como ciencia y arte, las cosas no funcionan de esa manera. Un célebre, por brillante, general prusiano que se prodigaba con exquisita probidad tanto en el ámbito de la guerra como en la paz, acuñó un concepto acerca del objetivo de las guerras, que no tiene desperdicio. Carl von Clausewitz, el personaje de quien hablo, se expresó de esta manera
El objeto de la guerra no es aniquilar hasta el último soldado enemigo, sino colocar al contrario en condiciones de comprender que ya no puede pensar en victorias, y por lo tanto, detener la sangría y prepararse para negociar. La negociación podría ser la opción menos costosa para vencedores y vencidos. No sé, no tengo indicios de que la cuestión ya esté ubicada en esos términos, pero una dirección inteligente debe sacarle provecho a las analogías, y hacerlo con la eficacia del que necesita resultados ahora, no para las calendas griegas. Las víctimas pueden estar mejor posicionadas que los victimarios y saben que la opinión mundial las acompaña con más decisión y lucidez que nunca.
En cualquier caso, la política electoral que hemos seguido encaja en la situación que se percibe después del Informe de la Misión. Nunca aceptamos la apropiación del emblema electoral por el oficialismo, el principal de sus detractores, que quiso usar la explicable pero totalmente injustificada fobia contra la institución del sufragio para poner la carreta delante los caballos.
El sufragio es un instrumento democrático, no autocrático, y es este último el autor de las condiciones que enturbian su transparencia. El punto no es rechazar las elecciones sino limpiarlas de vicios para garantizar su fiabilidad.
De gran ayuda sería en ese sentido aprovechar la suspensión de las parlamentarias, incluida en el Amparo introducido por Andrés Caleca, que muchos suscribimos, y la fuerte campaña promovida con mucho ímpetu por “Universitarios por Venezuela”.
La percepción que se tiene acerca de la eficiencia de las medidas adoptadas por el gobierno para enfrentar la pandemia es claramente negativa.
Aceptar la verdad no es habitual dada la tradicional soberbia del Poder, ni siquiera cuando se acumulan factores que iluminan el creciente campo donde habita la alternativa democrática. Sin embargo, el Informe de La Misión del Consejo de los DDHH de la ONU y el rotundo fracaso de los disparates educativos, a la insondable crisis que sostiene el sobrecogedor malestar de los venezolanos, podría modificar sustancialmente la perspectiva.
Los hechos nuevos, además de elevar el costo de las políticas represivas, revelan cuán difícil es engañar al otro en medio del despertar de la vigilancia mundial, tan profundamente enfocada en conjurar la tormenta venezolana.
La conciencia despierta ha pasado a ser el más grande de los activos democráticos en la empresa dura pero cada vez más auspiciosa de salvar a Venezuela. Que las tumbas sean sobrepujadas por la libertad y la democracia y la prosperidad sean los tres grandes símbolos del pabellón tricolor. Es lo que hemos comenzado a recuperar con el despertar de la conciencia.
Tomada de: TalCualDigital
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