JHONAS RIVERA RONDÓN / IDEAS EN LIBERTAD 04OCT2020
El lenguaje guarda las cicatrices de la historia, de aquellos que fueron sus hablantes, cada vocablo, cada concepto, cada expresión, resguarda dentro de sí, vidas que disfrutaron y sufrieron el transcurrir que se dilata en los corazones que cesaron de latir. Hablando de corazones, los conceptos de imperialismo y antiimperialismo, provocaron que unos cuantos se aceleraran por la indignación que suponía las afrentas de los países colonizadores.
Esa realidad, a comienzos del siglo XX, se afrontó en el continente latinoamericano en sus inicialmente tensas relaciones con Estados Unidos. Allí se ponía en cuestión, una vez más, eso del ser americano, aunque más preciso sería decir el ser latinoamericano.
Esta identidad continental incitó ideales utópicos, que promovían esa idea de unidad, que desde hace mucho tiempo Simón Bolívar, y otros más, habían incentivado. Un sueño que nunca se concretó, la unidad continental. Con este referencial en el imaginario latinoamericano, emergía un concepto que intentaba aprehender esa realidad motorizada en los albores del siglo XX, el imperialismo. El primer intento fue del economista, J. A. Hobson, que, en Estudio del imperialismo (1902) diseccionaba el problema de la desigualdad. De allí, solo restaba un paso para que una lectura marxista se impusiera, lo que dio origen a la obra, Imperialismo, fase superior del capitalismo (1916) de Lenin[1].
La realidad del momento, ese momentum de comienzos del siglo XX, en el que el concepto imperialismo era engarzado en encolerizadas, indignadas y críticas voces, que alzaron su voz frente a Estados Unidos. Ante un coloso imperial, tanta grandeza tenía que rebajarse. Lo logró Paul Grousacc y sus visiones descriptivas y valorativas a finales del XIX.
“La concreción urbana está vaciada en un solo molde: fuera de los sitios naturales, los Estados Unidos son un monstruoso cliché. De ahí el tedio profundo que se desprende de su masa gigantesca y uniforme para el turista superficial, que vaga de calle en calle y de hotel en hotel sin nada sospechar del alma americana. En Europa, las cosas son más interesantes que los hombres; acaece lo contrario en este mundo en formación, mejor dicho, en fabricación.”[2]
En este autor se concentran todos esos temas comunes, con los que a lo largo de la historia, diferentes imperios fueron criticados; excesivo sentido de lo práctico, poca sustancialidad espiritual y cultural. Era uno de los puntos destacados, con los cuales estos prejuicios podían rebajarlo. No quedó aquí, en el caso latinoamericano otros intelectuales se encargarían de confeccionarlo con mayor detalle: Rubén Darío (en El triunfo de Calibán), Enrique Rodó (con su reconocida Ariel), inclusive, encendió fulgores proselitista en personas como Manuel Ugarte. El antiimperialismo incendio la imaginación de otros tantos escritores que se aferraron a tales imágenes negativas que se construyeron alrededor de Estados Unidos.
1898, es un año clave para comprender la experiencia del imperialismo en Latinoamérica. El conflicto que suscitó Cuba entre España y Estados Unidos sirvió para situar dos fuerzas, por un lado, representaba la frivolidad pragmática y codiciosa del espíritu yanqui, y, por el otro lado, estaba la espiritualidad y la majestad caballeresca que se resistía a sucumbir. De esa hispanofilia se alimentaron las primeras expresiones del antiimperialismo latinoamericano, que luego dieron paso a expresiones más aguerridas y revanchistas, a partir de la intensidad intervencionista de este pujante imperio sobre la región: Cuba, Puerto Rico, Panamá, Nicaragua, México. Por la otra parte, la misma lógica del conflicto desde el cual operaba el lenguaje marxista leninista comenzó a predominar a comienzo de siglo, concibiendo de esta forma un mundo en el cual solo había explotadores y explotados, y los que no entraban en tales etiquetas, eran potenciales explotadores o explotados.
En esa lógica conflictiva, la Revolución Bolchevique concentraba y había propagado utópicamente, dicha y expectativa antiimperialista. Ya el problema no se reducía solo al norte contra el sur, sino los explotados del mundo contra los explotadores. Sin embargo, a pesar del predominio del marxismo leninismo en los contextos intelectuales de la región, que promovia con mayor vehemencia el internacionalismo, un sentimiento antiamericanista no se desprendió del concepto imperialismo[3]. Llegó a convertirse en una aversión racista contra los de “arriba”. Esto es a lo que la académica María Elvira Rocca define como imperiofobia, es decir: “Esta es una clase particular de prejuicio de etiología racista que puede definirse como la aversión indiscriminada hacia el pueblo que se convierte en columna vertebral de un imperio.”[4] Una aversión que pude corroborarse con lo que decía, desde México, el Partido Revolucionario de Venezuela en 1929:
“En Venezuela y en toda la América Latina se odia a los yanquis, por causa del despotismo con que las empresas y el gobierno yanquis tratan a los trabajadores y pueblos latinoamericanos, es decir, por causa del IMPERALISMO de WALL STREET, que necesita los salarios de los obreros de Estados, ya que tal medida produciría el descontento y empujaría las masas yanquis hacia la revolución social. Para alcanzar su objeto, Wall Street se alía a los gobiernos de caudillos o de capitalistas latinoamericanos, que con tal de conservar el poder y sus riquezas, no vacilan en dar a los yanquis a Wall Street, los campos petroleros, minas, etc., y también los trabajadores nacionales, a los que se niega todo derecho de defensa, quedando a merced de aquellos.”[5]
Un claro, aunque solapado, sentimiento antiamericanista se expresa. A pesar de haber cambiado los referenciales imaginarios del discurso antiimperialista latinoamericano, la aversión hacia Estados Unidos iba más allá. Tal como nos explica Elvira Rocca, la imperiofobia es un fenómeno intelectual la cual es posible gracias a la presencia de una élite intelectual local que se encuentra secundada por este imperio, sea Roma, Rusia, España y, en este caso, Estados Unidos, los tópicos no han variado en esencia, de allí que al imperio se le acuse de ser inconsciente de lo que llegó a ser, asimismo de su barbarie, crueldad e incultura, malas costumbres: depravación sexual, impiedad[6].
Estos prejuicios están presentes en cada uno de los autores que hemos hecho referencia, se incluye aquí a Eduardo Galeano, con esas quebradas venas abiertas, en las que persisten los prejuicios que vituperan a Estados Unidos como imperio. Lo que resalta de esto, es la especie de inmunidad moral de la cual esta crítica se arropa, ya que implica estar del lado “justo”, defensor y “correcto” de la historia. Pero además, bombardea con medias verdades y medias mentiras, la historia de esas relaciones con el imperio[7]. Esto manifiesta una clara manipulación de la conciencia histórica.
Por otro lado, y más delicado aún, la narrativa antiimperialista sirvió para traficar responsabilidades achacándosela a otro. En estos tiempos, en los cuales vive Venezuela, este recurso es sumamente conveniente, dado que sus gobernantes se eximen de todo el colapso general generado por ellos, haciendo notar que si la situación está mal, es por un imperio malévolo que supuestamente amenaza a una anacrónica revolución socialista. Todo ello, sosteniendo convenientemente una postura victimista que, sin pretender examinar los propios errores, sigue manteniendo el estado de cosas sin pretender buscar una solución dado que desde la narrativa antiimperialista, la solución se resume en el derrumbe el imperio, en nuestro caso, el norteamericano.
Referencias
[1] Pensar el antiimperialismo: Ensayos de historia intelectual latinoamericana, 1900-1930 (Colegio de Mexico, 2012), 22, https://www.jstor.org/stable/j.ctt15vt8rh.
[2] Paul Groussac, Del Plata al Niágara (Buenos Aires: Administración de la Biblioteca, 1897), 236.
[3] Martin Bergel, «El anti-antinorteamericanismo en América Latina (1898-1930). Apuntes para una historia intelectual | Nueva Sociedad», Nueva Sociedad | Democracia y política en América Latina, 1 de noviembre de 2011, https://nuso.org/articulo/el-anti-antinorteamericanismo-en-america-latina-1898-1930-apuntes-para-una-historia-intelectual/.
[4] María Elvira Roca Barea, Imperiofobia y leyenda negra: Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio español (España: Siruela, 2016), (149).
[5] Partido Revolucionario Venezolano, «Los Yanquis y Nosotros», en El Comienzo del debate socialista, vol. XII ([s/l] Caracas: Congreso de la República, 1929), 259.
[6] Barea, Imperiofobia y leyenda negra, (152).
[7] Barea, Imperiofobia y leyenda negra.
Imagen: obra «Puppet Fear» de Margit Anna
Tomada de: Ideas en Libertad
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