domingo, 11 de octubre de 2020

El mercado de las ideas y la renovación democrática


JHONAS RIVERA RONDON / IDEAS EN LIBERTAD 11OCT2020

Las crisis más que meras coyunturas económicas o políticas, pueden llegar a ser una experiencia propia de la modernidad[1]; pero también pueden ser una falla cognitiva[2]. Tan solo pensemos en todo en lo que desembocó el hecho que el gobierno Chino escondiera información sobre la Covid-19. No es de gratis que en ocasiones se profiera al hecho como “virus chino”.

Lo cierto de esta experiencia, es que nos enseña la importancia del mercado de las ideas para los sistemas democráticos. Es en la libertad de expresar ideas y conocimiento, que la democracia puede renovarse a sí misma.

 


El mercado de las ideas es un concepto y una metáfora, propia del siglo XX, que alude a la libre expresión de las opiniones y las ideas. Su estrato semántico e histórico está vinculado con la Primera Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos; este mercado constituye un espacio autónomo que ampara todo un conjunto de libertades: libertad de reunión, libertad de religión, libertad de prensa, y en especial, la libertad de expresión[3]. El mercado de las ideas es una metáfora que define un tipo especifico de nuestra democracia, pero que en estos tiempos de hiperconectividad va más allá.

 


En esos sedimentos históricos que comprende el concepto de mercado de las ideas resalta lo especial que ha sido Estados Unidos en la historia universal: “…fue la primera sociedad moral en la historia.”[4] Cuyos padres fundadores configuraron una maquinaria política que subordinaba el Estado al servicio de los derechos individuales; el derecho, como principio moral, daba forma a toda una estructura de valores que daba forma a un tipo de coexistencia política y económica. Las personas dejaban de regirse por la “ley” de la fuerza bruta, y lo sustituían por el respeto mutuo.

 


Comercio y conocimiento conforman dos beneficios de la vida en sociedad. Así, como el mercado de bienes constituye la esfera social del comercio, el mercado de las ideas constituía esa esfera del conocimiento: flujos de información que van y vienen construyen una gnosis común: La cultura.

 


La libertad de expresión posibilita el uso público de la razón, así como también la no-razón, la opinión, la doxa; dando espacio también para las ideologías. En la década de los 60’, ante el caso de L. B. Sullivan contra la The New York Times (un caso donde un oficial de policía demandó a un periódico por difamación), el Tribunal Supremo de Justicia sostuvo en su veredicto que: “Las declaraciones erróneas son inevitables en un debate libre, y deben protegerse si las libertades de expresión han de tener el “margen de movimientos” que “necesitan para sobrevivir.”[5] Entonces, el mercado de las ideas valida la competencia entre la verdad y la mentira para preservar la propia libertad, independientemente que la mentira logre ganar.

 


En esa competencia de las ideas, las buenas no siempre ganan. Lo mismo ocurre con las opiniones verdaderas y falsas. El fenómeno del rumor ilustra las condiciones desfavorables del mercado de las ideas.

 


Un rumor puede difundirse por cascadas de información: escalada creciente del rumor, que parte de un sector social predispuesto a aceptarlo hasta alcanzar a aquellos “escépticos”. De este modo, el rumor tiene respaldo grupal, “al final, si lo dicen los demás es porque debe ser cierto”. Por otro lado, las cascadas de conformismo muestran cómo lo erróneo puede pasar por “correcto”, el hecho que los demás lo afirmen como tal ejerce una presión social, esta coacción hace que se acepta públicamente, sin importar que en lo privado se rechace. Por último, los estudios de polarización de grupos han demostrado cómo un rumor radicaliza creencias cuando en el libre intercambio de opiniones lo conforman personas predispuestas a un rumor, y si la verdad contrapone lo que creen, la corrección de lo falso puede ser contraproducente[6]. Tales condiciones terminan siendo desfavorables para el mercado de las ideas ¿El gobierno tendría que quedarse indiferente ante ello? No, a veces un rumor resulta más destructivo que un ataque terrorista.

 


La libertad de expresión confiere al mercado de las ideas cierta sacralidad[7], contrastando sustancialmente con ese mercado de bienes. Ciertas intervenciones son asumidas con mayor ligereza que la censura; nacionalizar una industria parece mejor aceptado que el cierre de un periódico o un canal de televisión. Regular abruptamente el mercado de las ideas supone una afrenta contra la propia estima, mandar a silenciar pareciera afectar mucho más a la integridad personal, pero, ¿acaso transgredir la propiedad privada no lo es aún más?

 


Los mecanismos del mercado no resguardan automáticamente la libertad de expresión, pensadores como John Stuart Mill así lo advertían[8]. Las buenas ideas no necesariamente son las más populares; la opinión de las minorías puede quedar vulnerables ante la opinión de las “masas”. La tiranía de las mayorías.

 


Otras fuerzas afectan al mercado: la capacidad de compra define la influencia de los agentes en el mercados de bienes; un equivalente ocurre con el prestigio (capital simbólico) en el mercado de las ideas; no importa qué se dice, sino quien lo dice. Condiciones desfavorables puede estancar la dinámica competitiva del mercado de las ideas, llegando a afectar la propia libertad de expresión. De allí la necesidad de una perspectiva sistémica al momento de llevar a cabo una acción política regulativa.

 


Una sociedad de información (o desinformación) amerita tal postura sistémica. El conocimiento sirve como herramienta para consolidar la coexistencia democrática. Para seguir esa línea de la democracia del conocimiento, habría que abandonar esa ambivalencia entre mercado de las ideas y mercado de bienes, tal como lo propuso el premio Nobel de Economía, Ronald H. Coase. Ello ampliaría la comprensión de las acciones políticas y económicas ejercidas desde el Estado[9]. Las crisis políticas y económicas vendrían a ser crisis de comprensión; fallas cognitivas que afectan la resolución de los problemas; en donde los falsos rumores los acentúan.

 


Una democracia del conocimiento exigiría superar una lógica electoral; lógica que hace prevalecer la contienda y las diferencias. En cambio, una lógica de gobierno plantea la creación de consenso y acuerdos[10]. Creación de unidad política. Esa lógica del gobierno implica gobernar a una ciudadanía, de allí que aspectos psicoemocionales, tales como el miedo, necesariamente tienen que ser gestionados. Asimismo la incertidumbre y las oportunidades. Por lo que una acción sistémica en los mercados hace posible tal gestión, consolidando así toda una arquitectura política que de espacio a la democracia del conocimiento.

 


Este debate sobre el mercado de las ideas abre la posibilidad para un nuevo tipo de gestión ante estos tiempos llenos de complejidad. Esa democracia de la complejidad tendría en consideración no solo una sociedad de la información, sino también una sociedad moral. Esta complejidad no solo exige ajustar nuestra escala de valores, sino ampliarla y consolidarla. Al final, sus principios respetan los derechos de los individuos, garantizando su libre expresión y ampliando sus posibilidades de acción y realización. De allí la necesidad la propiedad privada así como se defiende la libertad de expresión.

 


En un mercado de ideas no es necesario sacrificar la verdad por la libertad, así como tampoco podría hacerse con la democracia, tal como creía el filósofo Richard Rorty, sino más bien sería seguir la línea del filósofo vasco, Daniel Innerarety, quien habla más bien de una complementariedad[11]. El conocimiento es una herramienta que abre camino a la comprensión, para luego dar paso a la acción. Acción políticamente inteligente.

 


Referencias

[1] Michel Foucault, «¿Qué es la Aufklärung?», en Literatura y Conocimiento, trad. Jorge Dávila (Mérida-Venezuela: Universidad de Los Andes. Consejo de Estudios de Postgrado. Facultad de Humanidades y Educación. Instituto de Investigaciones Literarias “Gonzalo Picón Febres”, 1999); Reinhart Koselleck, Crítica y crisis: un estudio sobre la patogénesis del mundo burgués (Madrid: Trotta, 2007).

[2] Daniel Innerarity, Una teoría de la democracia compleja (Barcelona-España: Galaxia Gutenberg, 2020).

[3] Ronald H Coase, «El mercado de los bienes y el mercado de las ideas», Estudios públicos, n.o 45 (1995): 135.

[4] Ayn Rand, La virtud del egoísmo (s/l: s/e, 1960), 135.

[5] Cass R. Sunstein, Rumorología: Cómo se difunden las falsedades, por qué las creemos y qué hacer contra ellas (Barcelona-España: Penguin Random House Grupo Editorial España, 2011), 83.

[6] Sunstein, 59.

[7] Coase, «El mercado de los bienes y el mercado de las ideas», 138.

[8] Jill Gordon, «John Stuart Mill and the “Marketplace of Ideas”», Social Theory and Practice 23, n.o 2 (1997): 248.

[9] Coase, «El mercado de los bienes y el mercado de las ideas», 144.

[10] Josep Bofill, «Entrevista a Daniel Innerarity», Ciutat Nova, 3 de enero de 2020, https://ciutatnova.org/entrevista-a-daniel-innerarity/?lang=es.

[11] Daniel Innerarity, The Democracy of Knowledge (Nueva York: Bloomsbury Publishing USA, 2013), XI.

Imagen: obra » The fine idea» de Rene Magritte

 Tomada de: Ideas en Libertad

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario