Nació un 22 de febrero hace un siglo, una década y un año
Su figura política en la memoria de América y el mundo
Su pasión histórica: su amor por la democracia y la libertad
Ramón Rivas Aguilar
Es el profeta de nuestros tiempos en el hemisferio.
Luis Muñoz Marín, 1963
Rómulo Betancourt quedará como uno de los hitos, como una de las líneas
divisorias en la historia de Latinoamérica, no solo en la historia de Venezuela.
Diógenes de la Rosa, 1963.
La historia incuestionablemente mirará la presidencia de Rómulo Betancourt en Venezuela como una piedra miliar en la larga faena de la democracia en las Américas.
Arthur Schlesinger Jr.
Cuando los historiadores del futuro examinen la proyección política de Rómulo Betancourt, en el quehacer histórico latinoamericano, escribirán sobre su esfuerzo político e intelectual para contribuir hacia el desarrollo de la democracia en América Latina. Fue el camino para combatir a las dictaduras y al comunismo. Una lección histórica para los grandes imperios de la civilización occidental. Para él, la democracia, en el marco del dialogo y la convivencia civilista, la vía para el desarrollo material y cultural de nuestras naciones. Dentro de esa perspectiva, nació la doctrina Betancourt y su impacto en el destino libertario en los países de Hispanoamérica. Ese fue el sendero para que nuestras naciones enfrentaran a los regímenes de oprobios y se encaminaran hacia el mundo de las instituciones libres. La doctrina Betancourt derrotó la visión pesimista de los sociólogos del imperio y otras teorías que negaban a los pueblos latinoamericanos la capacidad de darse gobiernos democráticos mediante la soberanía popular. Esos enfoques políticos justificaron los gobiernos dictatoriales con el fin de impedir que los pueblos del Tercer Mundo fueran conquistados por el comunismo. La doctrina Betancourt se opuso de manera radical a esa postura política, pesimista y peligrosa. La defensa de gobiernos autoritarios para frenar al comunismo, representó la vulneración de los derechos humanos y el control de las riquezas materiales y espirituales en manos de las oligarquías y latifundistas al servicio del imperialismo. Esa no era la solución para Rómulo Betancourt que persuadió a las élites políticas de Norteamérica de la importancia de la democracia como el horizonte vital para que América Latina se sacudiese los esquemas personalistas, militaristas y comunistas.
Como se puede observar, Hoy América Latina, como parte de la cultura de Occidente, comparte la democracia y el capitalismo. Al cesto toda esa literatura barata y perniciosa, etnocentrista y esas utopías revolucionarias que se fascinaron por la inocente mirada del hombre salvaje y del hombre nuevo gozando en el mar de la felicidad. Rómulo Betancourt estuvo consciente del porvenir libertario de los pueblos de América Latina. Palpó en el corazón de miles de hombres y mujeres su fe en la libertad y en la democracia. De allí, su tesón, su perseverancia y su disciplina para desarrollar una propuesta política y una praxis social de contenido civilista y democrático. Su pensamiento político se nutrió del espíritu libertario venezolano, latinoamericano y planetario. Dentro ese horizonte vital, fustigó con el verbo y la pluma las ideologías del fascismo, del nazismo, del falangismo, del Salazarismo, del franquismo, del comunismo, del cesarismo, del militarismo y del bolivarianismo.
Su reflexión teórica, su acción política y su ejercicio del poder en defensa de las instituciones libres, lo convirtieron en el padre de la democracia en Venezuela y en el hombre más influyente en la conquista de la libertad en América Latina. Por un lado, defendió la Carta del Atlántico (1944) como el documento político para promover la libertad y el capitalismo en el planeta. Por otro lado, como protagonista del 18 de octubre de 1945, presidente provisional de la Junta Revolucionaria, desarrolló una política internacional contra las dictaduras y los totalitarismos. De igual modo, jugó un papel destacadísimo en la aprobación de la Carta de Bogotá (1948), documento que tuvo como fin estimular el desarrollo económico de los países latinoamericanos en el marco de la democracia y del capitalismo.
En el exilio, en el año de 1950, impulsó la iniciativa política del célebre Congreso Pro libertad-Democracia (Cuba). Allí se aprobó combatir el militarismo, el comunismo, defender gobiernos libres y fortalecer el capital humano. El 23 de enero de 1958 significó el fin de la tiranía y el retorno a la democracia. Rómulo Betancourt ganó las elecciones presidenciales, en el mes de diciembre de 1958. Su gobierno constitucional (1959-1963) fue coherente y consecuente con la tesis de luchar contra las dictaduras y propulsar gobiernos libres en cada uno de los rincones de América. Al mismo tiempo, que combatía a los Estados autoritarios y al comunismo, le señalaba a los gobernantes de los Estados Unidos de que estaban equivocados con la vieja creencia de sostener el militarismo en América con la necedad de que el comunismo envenenaría a los latinoamericanos.
Con el tiempo, los gobiernos de los Estados Unidos se percataron de la tesis política de Rómulo Betancourt. En perspectiva histórica, la política exterior de los EE.UU. Se encaminó en esa dimensión política percibida con tanta claridad por Rómulo Betancourt. No obstante, él estaba convencido de que la estabilidad política de la democracia venezolana dependía mucho de las luchas de las naciones americanas contra el militarismo y la utopía. Así, su gobierno fue firme contra las dictaduras caribeñas y utilizó inteligentemente a la OEA como el escenario político para denunciar la agresión del gobierno de Fidel Castro contra Venezuela. De la misma manera, estimuló un segundo congreso de pro-libertad y democracia, en Caracas, en el año de 1962. Allí, se contempló la lucha contra el militarismo, el comunismo, la defensa de la democracia, del capital humano y la necesidad de reducir los gastos militares.
Entre otras cosas, estuvo en desacuerdo con la invasión de San Domingo por parte del Gobierno L. Johnson. Posteriormente, en el año de 1975 se realizó el primer Congreso de la socialdemocracia mundial, en la ciudad de Caracas. Su discurso se centró en la defensa de la democracia contra el totalitarismo y en los peligros de la corrupción en las instituciones libres. Este último elemento, abriría la posibilidad hacia el mesianismo, el fundamentalismo y el militarismo. A pesar de la crisis de la Doctrina Betancourt, como resultado de la complejidad del mundo internacional que se produjo a lo largo de la década del sesenta y del setenta, paradójicamente esa doctrina se aproximó a su tesis primigenia: sólo es viable una diplomacia internacional con gobiernos elegidos democráticamente. La historia le dio la razón. Hoy, la figura política de Rómulo Betancourt acompaña a la del gran estadista de la historia contemporánea de Venezuela y de América Latina. Fue un hombre de Estado que le demostró al imperio ruso, al imperio americano, al comunismo cubano, a los dictadores de origen cesarista y bolivariano y a los encantadores de utopía, de que si era viable el camino de la democracia y del capitalismo para las naciones de América Latina. Ironía de la historia. Desde la tierra de gracia, un país del tercer mundo, Rómulo Betancourt desmontó el mito hegeliano de que estos pueblos no estaban en capacidad de asumir los principios y valores de la civilización occidental. Cuán equivocado estuvo el filósofo alemán. Don Rómulo se la jugó con la historia.
Tomada de: Ideas en Libertad
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