Rafael A. Sanabria M.|Febrero 11, 2021 | Mail: rafaelsanabria17091979@gmail.com
El labrador va a llorar a la orilla de sus sembradíos, porque han desaparecido
Vino la mano del impuesto y los devoró
Cecilio Acosta
El ciudadano debe someterse, quiera o no, al cumplimiento de las leyes del Estado y cada quien está obligado por conciencia ciudadana a no presentar obstáculos a las autoridades. Pero, al propio tiempo, creo que no debe el ciudadano prestarse a cumplir disposiciones arbitrarias de las propias autoridades.
Ahora se pretenden cobrar unos exorbitantes impuestos. He presenciado cómo, a una amiga en un pequeño pueblo, le calculaban el derecho de frente por unos locales pequeños —donde hay una venta de cambures y otros— por un monto de 699.000.000 Bs. (sí, casi 700 millones) ¡Una completa locura! 582 salarios mínimos. Eso, varias veces al año, cada vez mucho más alto, porque tal impuesto sube junto con el petro (y el dólar). ¡Ni que venda el inmueble puede pagarlo!
¿Cómo un docente, con un sueldo de 3,5 millones de bolívares quincenales, (no alcanza ni para un kilo de harina) paga a la municipalidad 20 millones trimestralmente? Con los pensionados la situación es aún peor, porque la pensión no alcanza para comprar ni un kilo de azúcar mensualmente. Así que miles de señoras y de señores han alquilado un cuarto hacia la calle como local, para intentar sobrevivir, pero ahora el voraz Estado pretende cobrarles más que el precio de la casa.
Algunos pocos comercios podrán sobreponerse, pero el dinero del impuesto lo obtendrán subiendo todavía más los precios.
La gente no pagará sencillamente porque no puede. Es imposible, aunque les amenazan con multas. Los intereses, pagar por los anuncios, deben registrar en notaría hasta el más humilde negocio; no sé qué pretenden estrangulando a la población. ¿Qué todos quiebren en masa para que vendan los negocios y las casas a cualquier precio? Me costó mucho escribir esto porque aún no sé cuál es la intención final. Solo sé que es pérfida.
Las amenazas están planteadas desde el principio, con multas, cierres de negocios, con el violento imperio de la ley respaldada policialmente, hasta con “la sutileza” de alcaldes ostentando el revólver en la cintura cual sheriff de películas vaqueras. Porque la delincuencia que nos azota (me refiero a los malandros de barrio pobre) creció y creció sin que nadie la detuviera. Cuando ya no se podía más ha venido la segunda etapa: represión a sangre y fuego del malandrerío desatado y, la población confiada, respiró con alivio. Pero ahora, quien reprimió a los malandros les sustituye. ¿Será que saltamos de la sartén y caímos en la candela?
Los flamantes impuestos están dolarizados, pero nuestros salarios no. El petro no depende de un índice del Banco Central, de alguna fórmula de las operaciones de las casas de cambio, ni de ningún indicador nacional. La cotización del petro depende de las commodities petróleo y oro, que es dada en dólares, allá en la metrópolis. Con justo orgullo voceros autorizados referían que el petro, desde que salió, se ha mantenido alrededor de los 54$/petro. Cuando sube el dólar lo hace el petro, atado al otro. Para sufrimiento del pueblo, no del gobierno, porque el petróleo es pagado al Estado en moneda dura.
O sea, el Estado, que es el beneficiario de los dólares del país, intenta, a una población exhausta, exprimirla más en dólares con el disfraz del petro.
Volteo la mirada al pasado, a la insensible María Antonieta de Austria que cuando le dijeron que los pobres de Francia no tenían pan para comer, respondió: “Qué coman tortas”. Ella fue siempre egoísta y odiada por el pueblo. No hubo allí ruptura. Pero si el gobierno nacional, autoproclamado como amigo del pueblo, nos mandara burlonamente a comer pasteles sí hay una ruptura, significa la caída de una última máscara.
Hace pocos años todos los alcaldes cumplían rigurosamente con la presentación anual de la Memoria y Cuenta, que está detalladamente reglamentada. Ahora no lo hacen y somos nosotros los que, con el pretexto de los impuestos, somos examinados, porque si no ellos nos multan: para que no olvidemos que las leyes tienen su embudo. Y si hablamos mucho pueden darnos, casualmente, algunos tiros de algún providencial malandro (de los de antes), incluso siendo funcionario.
Algún gobernador le puede pomposamente mostrar al Presidente, en sus predios, alguna floreciente industria subsidiada, que ese día la acomodaron para las fotos, pero que tiene muchos meses cerrada. Pero debemos callar y cuidarnos como si quienes están haciendo lo inapropiado fuésemos los pobladores de a pie. Y así, para que no miremos a los lados, arremeten contra nosotros con impuestos como latigazos.
Los ciudadanos, acorralados, tienen miedo porque no tienen a quien recurrir, con leyes exprés estrenadas y olvidadas a conveniencia. No lejano de mi casa vive una mujer, que es gran luchadora y muy emprendedora, que tiene un ventorrillo de empanadas. Defensora del proceso revolucionario, ha recibido varias regalías para vivir y trabajar; entregada a su familia, siempre sonreída y con desbordante optimismo. Por eso me impresionó cuando, tomándome del brazo me dijera angustiada: “Y ahora, ¿qué voy a hacer?”
Pero soy yo, pueblo, quien pregunta a los responsables del Estado: ¿Qué van a hacer ustedes? ¡Es necesario corregir esto inmediatamente!
Rafael Sanabria es Profesor. Cronista de El Consejo (Aragua).
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Tomada de: TalCualDigital
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