Con la desvergonzada alineación del Tribunal Supremo de Justicia a los designios de quien, por motivos ajenos a la voluntad ciudadana, ocupa la primera magistratura de la República, y no a los genuinos intereses nacionales − entre otras cosas porque esos jueces, por muy superiores que se digan o se crean, de economía nanay, nanay−, sacrificados mediante manipulaciones legales que envilecen el derecho y distorsionan criterios de respetados juristas (Duque Corredor y Brewer Carías, entre otros) sigue el gobierno en su errática deriva por un mar de improvisaciones que, en poco más de un mes, ha visto naufragar a dos ministros cuya presencia en el gabinete parecía, por decir lo menos, una excentricidad.
La remoción del sociólogo Luis Salas −sorprendió menos que su nombramiento– estaba cantada. No le pararon ni medio a las ideas de su asesor, el español vinculado a Podemos Alfredo Serrano Mancilla, ni a los disparates de su propia cosecha (para poner el país a producir no se requiere estudiar ciencia tan enigmática como la economía, sino olvidarse, como si fuera una tonadilla de moda pasajera, del mal de todos los males: la inflación); discrepaba, comentan, de las medidas que se cocinaban a fuego demasiado alto para ser servidas en un plato muy mal presentado por Maduro, en persona y en cadena. Así que o dimitía o ¡zas! … por donde viniste te vas.
Debe haberle extrañado a Salas que las fulanas medidas no pasaran de ser un mini bojote; un purgante que decepcionó hasta a la hinchada roja. Y es que fue demasiado suspense para anunciar una decisión que debió tomarse hace más de tres lustros; así, el aumento de la gasolina, aunque esperado y significativo –1 bolívar para la de 91 octanos (con miras a no alborotar el avispero del transporte público) y 6 machacantes para la de 96–, no pareciera ser la panacea prefigurada por Nicolás y prometida casi que a través de lo que los publicistas llaman una “campaña de intriga” porque, imaginaba el ciudadano, debía formar parte de un programa de ajustes que unificara el tipo de cambio e instrumentara mecanismos que ayuden a la recuperación de empresas que trabajan a media máquina y contribuya a dinamizar los la producción y el abastecimiento.
Lo sustantivo del bojotico –alza del combustible, tácita megadevaluación, irrisorios aumentos del salario mínimo y el bono alimentario, dólar medicinal, reorganización con fines burocráticos de distribuidoras y comercializadoras de alimentos, etc.– pudo haberse expuesto en una alocución a lo sumo de cinco minutos; Maduro empleó dos horas de mal dicho blablablá para ofrecer más de lo mismo y hacer referencia a casos y cosas que a nadie interesan y pocos recuerdan. Lo que la gente no olvida es lo tedioso de un discurso plagado de frases cohetes, giros y revueltas en el carrusel de las equivocaciones. Una vez más, el costo político ha privado sobre la racionalidad económica. Una vez más se ha impuesto un populismo que, así lo demostró la última contienda comicial, dejó de generar dividendos. ¡Ya basta, Nicolás: si no cambias, te van a empaquetar!
Fuente: El Nacional
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