domingo, 28 de febrero de 2016

Territorio liberado/Leonardo Padrón domingo 28feb16


El país entero cabe en una manzana. La manzana, para más señas, está ubicada en el centro de Caracas. Es la Asamblea Nacional, el corazón político del país. Hoy es lunes y el lugar respira una serenidad inusual. Elijo ese adjetivo, porque –lo sabemos- la calma se mudó de país hace años.

Vaya usted a la esquina La Ceiba, desande unos pasos y pida entrar al hemiciclo legislativo. Se encontrará en territorio liberado.
Después de 17 años, el sol amanece distinto en el palacio federal. Desde 1999 hasta enero del 2016, la vida parlamentaria había entrado en estado disfuncional. Todo era convulso, excesivo, extravagante. Como el país actual. Pero la primera gran derrota del chavismo ha ocurrido en la médula del país político. De los cinco poderes constituidos, el legislativo es hoy la música de un fracaso para los seguidores de Hugo Chávez.
Lo que más sorprende al hablar con los empleados de la AN es que allí el chavismo se conjuga en tiempo pasado. Como si fuera un periódico viejo, una anécdota de la historia. “Se había perdido la costumbre de dar los buenos días, las gracias, o pedir el favor. Hay asombro porque ahora no se dicen groserías. Hacía años que no veíamos tantos fluxes y corbatas al mismo tiempo. La regla era el jean roto y los tenis”, ilustra Yira Yoyotte, la Jefa de la División de Medios de Comunicación, con 20 años en esa manzana crucial de Caracas. Las costumbres, los modales, el protocolo. Todo había sido arrasado.
Nadie puede testimoniar mejor lo ocurrido que El Excelentísimo. Así se le conoce a Victor Mendoza, el mayor experto en protocolo de este país. Ha vuelto a su cargo después de 15 años de exilio laboral. “Protocolo es orden, majestad y respeto”, desgrana la premisa de su oficio como quien sube los peldaños de una escalera. Las tres palabras claves habían sido taladas por el torbellino rojo. Es un hombre de impecables maneras. Su elegancia y estilo ponen a prueba tus propios modales. “Yo no complico, simplifico. No creo honores, simplemente los reconozco”, es uno de sus lemas. En su oficina tiene 18 corbatas dispuestas para cualquier diputado que las necesite. Es parte de su cruzada por resucitar las normas del ceremonial. Enumera las virtudes que debe tener todo parlamentario: “elegancia, prestancia y prudencia”. Me refiere, con un rictus cercano al horror, el abatimiento del orden que encontró en los jardines y pasillos. Habla de la grama chamuscada y los restos de pollo que las huestes a sueldo arrojaban en cualquier lugar mientras vitoreaban cada visita de Maduro al hemiciclo. Habla de los solemnes espacios invadidos por una profusión de toldos, tarimas y flores cuyos proveedores, según cuenta alguien más, era gente cercana al ex diputado Darío Vivas. Los guisos que se cocinaban no eran solo comestibles.

Mendoza recuerda el episodio reciente donde le tocó recibir al presidente Maduro acompañado de Cilia Flores. Al entrar la pareja, El Excelentísimo se permitió una corrección: “Disculpe, Presidente, la dama siempre va del lado derecho del hombre”. A lo que la Primera Combatiente comentó: “¿Ves, Nicolás? Este sí sabe de Protocolo”.

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Un tema inevitable es el saqueo ocurrido luego del triunfo de la oposición el 6D. Vehículos, cámaras, sistemas de sonido. Un saboteo penoso. “El saqueo también fue humano”, agrega Yoyotte, “desde la época de Willian Lara (2002) la nómina fue creciendo con amigos, familiares y novias de los enchufados. Con ir a las marchas y “sapear” a los compañeros de trabajo “escuálidos” bastaba para ganar indulgencias y no perder el trabajo”.
El parlamento se había convertido en un cascarón. Un cascarón muy útil, por cierto.
“Las pocas leyes que se sometían a consideración ya venían hechas por el Ejecutivo. El chavismo convirtió al Poder Legislativo en aquello que Ingo Muller ha llamado “Los juristas del horror”. En los últimos 15 años la institución servía sólo para aprobar créditos adicionales que desangraron económicamente al país, instrumentos de ley que le permitieran a Chávez mantenerse en el poder e impedir investigaciones que pudieran perjudicar al Gobierno”, completa la curtida periodista.
Los verdaderos profesionales tenían solo tres opciones: emigrar, resistir estoicamente o pedir su jubilación.
El otro capítulo en desalojo es el miedo. Ya los empleados se atreven a decir lo que antes se les atascaba en la garganta. “Le teníamos miedo al espionaje de los propios trabajadores, a la presencia de ‘tipos’ raros”, confiesa alguien. Y agrega un dato revelador: “Ya no hay tantos escoltas. Cabello, que usa unos 20 o 30 espalderos, ahora debe dejarlos afuera. Aunque dentro de la Cámara siempre lo rodean unos 4 tipos mal encarados que no tratan a nadie”.
Sin duda, hay trabajadores chavistas dentro de la AN, pero el tono de dueños del país se ha extinguido por completo.

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Hay que ser niño. Tenderse en el suelo boca arriba en el Salón Elíptico. Quedarse como lelo mirando la gran cúpula oval donde reina el lienzo de Tovar y Tovar que ilustra la Batalla de Carabobo, el cuadro de nuestra vieja épica, tan manoseada en estos tiempos. Hay que ser niño y abismarse de emoción con el arca que contiene el Acta de Declaración de la Independencia. Hay que celebrar que la suntuosidad sobrevivió al huracán. Ir al Salón de los Símbolos, tapizado por los 23 escudos de las entidades federales. Contemplar las huellas del tráfago nocturno de los murciélagos en las paredes del extremo oriental. Visitar el Salón del Tríptico, admirar los tres cuadros de Tito Salas, contemplar, una a una, todas las Constituciones originales de la vida republicana de Venezuela, desde la primera de 1811. Entonces un detalle cromático desafina, por estridente, por egocéntrico: el color rojo que empasta a la última de todas, la de 1999.
Habría, quizás, que hacer un informe forense que nos diera cuenta de cuántas veces al día es violada nuestra constitución.
Pero mientras tanto, hay que ser niño de nuevo y visitar con ojos de primera vez la belleza del viejo palacio.

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El territorio liberado ha permitido el regreso de los medios de comunicación independientes. Su destierro ocurrió en el 2006 cuando Cilia Flores asumió la presidencia de la AN. Una nota de El Nacional sobre la cantidad de familiares de ella que laboraban dentro la enardeció. Tildó de “mercenarios” a periodistas como Cecilia Caione, Pedro Pablo Peñaloza y Hernán Lugo Galicia. Prontamente, se desmantelaría la Sala de Prensa. En mayo de 2010, además, Flores ordenó el traslado de los periodistas internos que exudaban algún síntoma opositor. Algunos fueron removidos a oficinas donde permanecían todo el día de pie porque no tenían dónde sentarse. La idea era cansarlos, que se fueran. El lugar se inundó de miembros de “colectivos” y supuestos funcionarios policiales. No era necesario ser periodista para trabajar allí. Importaba solo la lealtad al proceso. La página web se convirtió en un notorio panfleto que publicaba hasta las columnas de Fidel Castro.
Hoy, a cada sesión, rondan al menos 150 equipos periodísticos de todas las nacionalidades, incluyendo la BBC de Londres y Rusia Today. Desde el exterior llueven solicitudes pidiendo entrevistas con el presidente de la AN, Henry Ramos Allup. Los empleados del parlamento no se sorprenden por la asertividad de sus misiles: “desde hace años sabemos la calidad y vehemencia de su verbo”.
En la Asamblea, el idioma es otro territorio liberado de las amenazas, los insultos y la retórica populista.

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El propio Ramos Allup me conduce al centro neurálgico de la discusión parlamentaria: la Cámara de Diputados. Los escaños vacíos muestran los letreros con los nombres de cada diputado. En un costado hay tres letreros que conforman la esquina caliente del chavismo: Diosdado Cabello, Cilia Flores y Elías Jaua. El veterano adeco me habla de la manifiesta incomodidad de Cabello en el hemiciclo: “Anda malhumorado, inquieto, entra y sale, está un ratico y se va, no se halla”. La cocinera le comentó un martes: “Yo a usted lo he visto hoy más veces de lo que veía al anterior presidente en un mes entero”.
Henry Ramos Allup es la estrella pop del momento. Sin duda, parte de su popularidad se la otorga su relación con el lenguaje. Palabras en desuso, símiles inesperados y frases de inaudita eficacia, más sus mañas de viejo zorro de la política, han emocionado a las gradas. Sus detractores del lado opositor han bajado la voz y lo aúpan unánimemente. Se ha dicho siempre: en política nadie muere.
Al subrayarle su momento estelar, hace un gesto desaprensivo: “La gente se aburre fácilmente de los políticos”. Y no oculta su tribulación: “Esta gente no tiene el más mínimo deseo de rectificar, están atrapados en su propia madeja”. Cualquier propuesta a Aristóbulo Istúriz, vicepresidente de la república y supuesta bisagra entre los extremos, recibe la misma respuesta: “Déjame consultarlo”. En rigor, Aristóbulo está resultando una figura decorativa, sin mayor operatividad. “En el infight, le digo a Héctor Rodríguez: estás sobreactuando, quédate tranquilo, ya tú gente está feliz, anda a sentarte”, comenta sobre el jefe de la fracción oficialista. Me ilustra su preocupación ante la crisis: “A veces duermo dos horas nada más”. Insiste en que en el ambiente militar se habla manifiestamente de la renuncia de Maduro como la costa más cercana para iniciar el rescate del país.

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La Asamblea Nacional de hoy no escapa a la devastación general. El agua potable es infrecuente. En las oficinas escasean hojas de papel, libretas y bolígrafos. “Hay gente que improvisa hornos microondas hechos de cajas de cartón, papel aluminio y bombillos para calentar el almuerzo”, me comenta Yira Yoyotte. Pero más allá de eso, lo notorio es la nueva actitud del propio país: “Muchas de las personas que piden información sobre las visitas guiadas al parlamento dicen: “Antes no me atrevía a venir, ahora sí”. La gente siente que al entrar al Palacio se libera del Estado de Terror que encarna el chavismo”.

En el capitolio federal de estilo neoclásico que arropa la virulencia y los latidos del país político, el miedo ha sido desterrado. Los desplantes autoritarios cesaron. Gracias a millones de votantes, es un territorio liberado. Una sensación que exige vivir el gran resto del país.

Es una tarea inaplazable, apremiante. Una tarea en proceso. Un afán que nos necesita a todos.

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