El régimen que ha robado a los venezolanos el derecho constitucional al voto; el régimen que ha secuestrado a decenas y decenas de personas que no han cometido delito alguno y los mantiene encerrados en prisiones del horror; el régimen que ha conducido al país a un estado de hambre y enfermedad, y que no permite el ingreso de ayuda humanitaria internacional, lo que significa es que no le importa lo que ocurra con la salud y la vida de millones y millones; el régimen que viola la Constitución haciendo uso del Tribunal Supremo de Justicia en contra de la Asamblea Nacional; el régimen que ha provocado el exilio de dos millones de personas, que se exhibe como propietario de la Fuerza Armada Nacional y la enarbola como garantía de su duración en el tiempo, ha dicho que acepta el diálogo con la intermediación del Vaticano.
Antes de seguir, una pregunta es imperativa: ¿Cree el papa Francisco que un régimen con este expediente, que no ha dejado de engordar desde el momento en que aceptó la mediación y que mantiene intactas sus prácticas de tortura a los presos políticos, está dispuesto a cambiar de conducta? ¿Lo cree monseñor Claudio María Celli, veterano diplomático que ha sido enviado como negociador?
¿Y en la Mesa de la Unidad Democrática? Me refiero, no al conjunto sino al menos a los principales dirigentes de los partidos, ¿creen que podrá ocurrir que el régimen de los delincuentes –se trata, además, de reincidentes y crónicos, que han hecho del delito su modo de vida y sustentación–, producirá un giro y, en un acontecimiento equivalente a una conversión, aceptarán convocar a elecciones, liberarán a todos los presos políticos, permitirán el ingreso de ayuda humanitaria y el TSJ anulará las decisiones con las que ha desconocido a la Asamblea Nacional?
¿Lo creen?
¿Y qué ocurrirá si el día 11 de noviembre el gobierno ofrece algunas mínimas concesiones –migajas provoca decir–, cuyo objetivo es dividir a la oposición y deslegitimar su liderazgo ante el país? Por ejemplo: liberar a unos pocos presos políticos –y no a todos– y permitir solo las elecciones de Amazonas, pero en el segundo semestre de 2017. ¿Qué decisión tomará la Mesa de la Unidad? ¿Aceptaría? ¿O denunciaría esto como inaceptable? Se trata, sin lugar a dudas, de decisiones muy difíciles. Complejas, controversiales y seguramente dolorosas.
Se ha dicho, quizás con mayor énfasis fuera que dentro de Venezuela, que el Vaticano tiene entre sus tesis la de un gobierno de coalición. ¿Es esto acaso posible?
Para que el gobierno aceptara sentarse a dialogar, el Vaticano logró que la oposición cancelara la marcha y detuviera el juicio político en la Asamblea Nacional. En otras palabras: logró dos beneficios y no entregó ninguno. ¿A quién corresponde, en la reunión del próximo 11 de noviembre, hacer el primer gesto a favor del diálogo?
El próximo 11 de noviembre el diálogo podría acabarse. El gobierno asistirá a la reunión con un doble objetivo: el de ganar tiempo y culpar a la MUD del fracaso del diálogo.
De no lograrse los mínimos acuerdos necesarios –y no unas migajas–, el país podría enrumbarse a una tragedia.
Fuente: El Nacional
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