No está de más agradecer al señor Maduro por lo mucho que ha hecho por los venezolanos y por tantos países de América Latina a los cuales les ha abierto los ojos ante el peligro del socialismo del siglo XXI. En manos de Hugo Chávez este plan de dominación a escala continental creció sin cesar por el sur, el norte y también por el mar Caribe.
El Alba, Unasur y la Celac, entre tantos otros ensayos de trampas para capturar tontos útiles, se han ido a pique al carecer de un líder carismático que hiciera suficiente ruido y propaganda.
En verdad y siendo realista, para vender esa mercancía barata y de segunda mano hace falta un cierto talento, unas manos rápidas y un verbo tramposo. El señor Maduro carece de esas y tantas otras cosas pero, en especial y lo peor, es que no entusiasma a las multitudes ni tampoco a los mandatarios de la región.
Por si fuera poco, se ha quedado sin plata en los bolsillos, que tiempo atrás servía de combustible para cultivar amistades y atraer socios políticos. En fin, carente de simpatía, ayuno de talento, arruinado y endeudado, el señor Maduro está cada vez más solo.
Ese hecho era de prever pero como siempre ocurre con los que van a ser sacrificados por sus propios apóstoles, no alcanzan a ver lo cercano de su destino y la caída final. Por lo pronto debemos estar satisfechos por lo que ya está a la vista: el enmudecimiento del socialismo del siglo XXI, cuyo entierro en vida lo había anunciado con suficiente anticipación el teórico, por así decir, que se adjudicaba la paternidad del término.
Que la espada de Bolívar camine coja y sin destino por América Latina, sin brillo y despojada de su inicial grandeza, no se corresponde con el guion inicial de los juramentados al pie del samán de Güere. Fueron sus desatinos, sus debilidades ideológicas y políticas, y sus deseos desbocados por acumular riqueza a partir del saqueo de los dineros públicos, lo que contribuyó a hundir la flota de los piratas civiles y de los corsarios de uniforme que creían a fe ciega poder reencarnar en Simón
Bolívar que, por lo demás, nunca fue ignorante ni corrupto.
Viene a bien advertir un hecho de suprema trascendencia para América Latina.
Con el fin de esta tragicomedia bolivariana también se va a pique el mito de los gobiernos militares, una mentira tan dañina para nuestros pueblos. Hoy Venezuela surge y advierte como un sabio ejemplo sobre lo que jamás se debe volver a hacer, valga decir, dejar en manos militares los complicados y difíciles caminos de gobernar un país.
La Venezuela que mira el mundo entero no es un país sino un esqueleto, un cuerpo insepulto, arruinado y lleno de miseria, de hambre y despojado en lo inmediato de cualquier futuro mejor para sus ciudadanos.
Y los militares no pueden esquivar ante la historia su enorme y descomunal responsabilidad por el estado de miseria en que se encuentra nuestra patria, del endeudamiento y la entrega a los grandes capitales de lo poco que queda en pie.
Han pasado muchos años y el tiempo ha sido suficiente para darse cuenta y corregir el rumbo. Y no lo han hecho, al contrario, ocupan cada vez más parcelas de poder a sabiendas de que no han actuado bien sino catastróficamente mal.
Fuente: El Nacional
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