Una vez más el gobierno ha apostado a la improvisación y ha lanzado al ruedo a su flamante vicepresidente del área económica para anunciar una monumental depreciación de nuestro signo monetario, mediante la instrumentación de un esquema cambiario que colocó al dólar en órbita inaccesible para la mayoría de los venezolanos.
En un trabajo publicado en la red, se pregunta quien lo rubrica, José Ignacio Hernández: “¿Qué tan nuevo es el nuevo esquema cambiario?”, y responde que, en verdad, no introduce modificaciones de fondo al régimen actual más allá de la devaluación derivada del alza en el tipo de cambio.
Se mantiene a una tasa irrisoria (10 bolívares) el dólar ficticio externo –que llaman “tipo de cambio protegido” (Dipro)– para que, con el cuento del subsidio a las importaciones de bienes esenciales (asociados a alimentación, salud y materias primas) y el pago de la deuda, los que están puestos donde hay sigan haciendo su agosto mientras dure este bochinche.
A la tasa Simadi (denominación que desaparece, más no su kafkiano mecanismo de asignaciones, al menos no de momento) se cotizará el “tipo de cambio complementario flotante” (Dicom) –curiosa manera de llamarlo, ya que sinónimos de flotante son los vocablos nebuloso y vaporoso– que ya dio señales, no de flotar, sino de volar, pues no había transcurrido un día del anuncio cuando el valor de la divisa comenzó a despegar para alcanzar sabrá el Señor cuáles cotas.
Razón tenía William Shakespeare al sentenciar que las mejores improvisaciones son las que se preparan. Y, por falta de preparación, en esta esperpéntica puesta en escena quedó mal parado el protagonista, generando más dudas que certezas.
Es norma que cuando los funcionarios rojitos explican, complican. Y tanto que la gente de provincia se pregunta si, a la hora de dictar medidas como el Convenio Cambiario Nº 35, se repara en su existencia. Una pregunta más que pertinente, sobre todo para quienes aspiran a impulsar actividades productivas generadoras de empleo –y captadoras de divisas– como es el turismo.
El caso del estado Nueva Esparta es rotundamente ilustrativo –aunque no el único– del sostenido postergar de los intereses regionales para privilegiar decisiones centralistas. Languidece el Puerto Libre, quizá la vindicación económica más importante en la historia del estado, pues ella le permitió añadir al atractivo de la diversidad de su naturaleza, una fuente de empleo estable, amén de una oferta comercial exenta de impuestos que le permitía competir con otras islas antillanas.
Con el chavismo todo se derrumbó y quedó a la deriva, y no ha podido beneficiarse de los incentivos que debía otorgarle el gobierno nacional. Se frenó el desarrollo de la infraestructura hotelera, de entretenimiento y servicios, y, para más inri, la delincuencia se enseñoreó en los pueblos y playas insulares, convirtiéndose en abierta amenaza para el visitante. Hay dolores y no dólares para Margarita, pero sí para María Gabriela... y eso que está linda la mar.
Fuente: El Nacional
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