Como un simple “viaje de negocios” calificaron los exiliados cubanos residentes en Miami y sus alrededores la histórica visita que el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, emprendió ayer a Cuba.
Lo califican así porque oficialmente no está en agenda la situación de los derechos humanos y, por ende, de los presos políticos y de los derechos ciudadanos. En todo caso, no les falta razón, pero, obviamente, la visita no se hubiese llevado a cabo si la condición primordial fuese públicamente la de tratar este tema en particular.
Quienes manejan estos viajes tan importantes para un mandatario estadounidense, como es el caso de Obama, saben perfectamente bien que a final de cuentas la historia juzgará con precisión estos avances por destrabar y mejorar, hasta donde sea posible, una situación que ya no da para más. Se han intentado todos los caminos posibles –pacíficos y militares– y siempre se llega a un abismo que detiene indefinidamente estas intenciones.
Esta vez se ha avanzado lo suficiente para pronosticar que ahora sí habrá positivamente un antes y un después de esta visita de Obama. Basta con mirar en retrospectiva los encuentros de alto nivel que han llevado a cabo los presidentes de Estados Unidos tanto con los mandatarios de la Unión Soviética como la especialmente significativa reunión de Richard Nixon en China con el presidente Mao.
En esas ocasiones siempre estuvo sobre el tapete el tema relevante de los derechos humanos, aunque de antemano se sabía que tanto en la URSS como en China el modelo dictatorial implantado por el comunismo no iba a ceder. Sin embargo, mal podría no tocarse privadamente un tema que es fundamental para las democracias occidentales.
En el caso de Cuba aún más, porque constituye, sin lugar a dudas, un reclamo mayoritario del pueblo cubano imposible de ocultar y reprimir por más tiempo, y más ahora cuando la alta dirigencia política de la isla tiene caducada la fecha de vencimiento. No hacer esta visita en este preciso momento es renunciar a preparar el terreno para que, en el futuro cercano, se hagan adelantos más profundos y ambiciosos, los cuales son, si se quiere, tan necesario como inevitables.
Al poner un pie en La Habana y reunirse con Raúl Castro, el presidente Obama culmina una estrategia victoriosa que lo ha llevado a restablecer la preponderancia de la democracia en el continente americano. La desastrosa herencia dejada por George W. Bush, a quien Fidel Castro le hundió en Argentina su proyecto de Libre Comercio para las Américas, hoy ya es parte de un pasado de derrotas
.La realidad ha cambiado sustancialmente para Estados Unidos porque Obama, sin hacer aspavientos y con movimientos bien calculados y precisos, restableció una amplia alianza de naciones amigas en Latinoamérica, como Argentina, Chile, Perú, Panamá, Colombia, México, Costa Rica, Honduras, etcétera. Y fortaleció a la vez su presencia en el Caribe con Guyana, Jamaica, Trinidad, Grenada y las islas francófonas Guadalupe y Martinica.
Fuente: El Nacional
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