Las noticias que llegan de Tumeremo son cada vez más preocupantes. Los detalles que han podido comunicar los testigos de un posible asesinato masivo crispan el pellejo. La angustia de la población frente a episodios debido a los cuales se privan hoy de la compañía de sus familiares y de los vecinos que veían todos los días, son reflejados por la prensa independiente.
¿Por qué no los acompañan ahora? ¿Por qué no tienen noticias fidedignas sobre su paradero? Si ya planteamos nuestra preocupación en anterior editorial, los hechos obligan a continuar en la denuncia del suceso.
No solo por lo que indican esos hechos a primera vista: el predominio de bandas de forajidos que controlan la región; el terror que provocan en una comunidad habitada por ciudadanos pacíficos; la incertidumbre sobre el destino de las personas comunes y corrientes, que están cercadas por la ilegalidad y por la mano libre de la delincuencia.
Una realidad tan aplastante obliga a preguntarse sobre la responsabilidad de los acontecimientos, sobre el motivo que ha conducido a lo que parece ser una situación de sangre que anuncia la existencia de una oscura jungla frente a la cual no se puede hacer nada que no sea correr y callar. ¿A quién o a quiénes atribuimos la responsabilidad de esta gigantesca crueldad?
El silencio de las autoridades de la región obliga a mirar hacia sus oficinas herméticas, hacia su silencio sospechoso, hacia su inacción sin explicaciones dignas de tal nombre. El hecho de que el gobernador del estado Bolívar, ciudadano Rangel Gómez, no haya viajado hasta Tumeremo para atender personalmente el caso, para acompañar a los dolientes, para mirar con sus propios ojos a los angustiados vecindarios, a las vetas enlutadas de la zona, deja mucho qué desear y mucho qué decir.
La sola indiferencia clama al cielo, pero obliga a imaginar cosas peores. ¿Se trata únicamente de abulia? ¿Mira las cosas como el que ve llover bajo techo, porque así lo sugiere su temperamento? ¿Siente que no está ante un episodio digno de su elevada atención? Ya tales pormenores invitan a una recriminación sin paliativos, pero también a advertir una conducta que no puede explicarse por los motivos señalados. Quizá la sangre que ahora baña a Tumeremo lo salpique de cerca, no en balde rehúsa olerla. De lo contrario, hubiera dado la cara con celeridad.
El gobernador no solo se atrevió al principio a negar los hechos, sino que después los atribuyó a una mentira urdida por la oposición. A estas primeras declaraciones, gélidas e inexplicables, de esas que hielan la sangre, ha seguido una campaña de descrédito contra el diputado Américo de Grazia, quien se ha convertido en vocero de la comunidad de Tumeremo y quien tiene una limpia hoja de servicios como hombre público.
¿No estamos ante motivos suficientes para poner en tela de juicio la conducta del gobernador? ¿Para imaginar lo peor frente a una posible masacre negada por sus cerrados labios? Volveremos sobre este crimen hasta que la verdad se imponga.
Fuente: El Nacional
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