La crisis política de Brasil, que ha convocado la mirada universal por las consecuencias que puede tener, se ha escudriñado desde todas las perspectivas. El hecho de que se prepare desde un Parlamento independiente la posible despedida de la presidente de la República ofrece material de sobra para los análisis, sean cuales fueren.
La conducta de la ciudadanía ante los movimientos de la dirigencia política, una reacción interesada y comprometida que no ha traspasado los límites de la convivencia pacífica, remite a un hecho singular y a un envidiable ejemplo de sensatez. Pero, independientemente de tales factores dignos de atención, hay uno que destaca sin posibilidad de discusión: los capítulos esenciales del proceso, hasta los más ásperos y controvertidos, han dependido exclusivamente de factores y protagonistas civiles.
¿Dónde ha estado el Ejército, mientras se desarrolla un drama que puede desembocar en la defenestración de la cabeza del Poder Público? ¿Cuál ha sido la actitud de los altos mandos de las Fuerzas Armadas ante la probable salida de la señora Rousseff? Han presenciado un asunto que les concierne, como al resto de la ciudadanía, pero solo lo han presenciado sin ocupar el papel de protagonistas.
Mientras la sociedad civil muestra una beligerancia comedida, los mandos de los cuarteles y la generalidad de sus habitantes se han limitado a guardar respetuoso silencio. Han garantizado la salvaguarda del orden público, cuando fuese necesario, y nada más. No han despegado su atención de los acontecimientos, pero solo para cumplir la obligación de vigilancia que les impone la ley.
Los líderes de uno de los ejércitos más poderosos del continente, que antes y en mala hora fueron dueños de vidas y haciendas, ahora se muestran como servidores obedientes del poder civil y como custodios escrupulosos de la legalidad. Ni una sola voz ha salido de los cuarteles para opinar sobre los acontecimientos, o para tratar de torcerlos por su influencia. Ningún oficial de alto rango, mucho menos el ministro de la Defensa, se ha presentado en la televisión o ha declarado en la prensa sobre la importante materia que hoy se debate en el país.
Han admitido su papel subalterno frente a las vicisitudes de la sociedad civil y ante las contingencias políticas, sin traspasar la línea que los mantiene en las obligaciones de su oficio y en los confines del decoro.
Se comenta el caso porque da cuenta de una democracia madura en Brasil, de un juego de frenos y contrapesos debido al cual puede la sociedad llegar a altas escalas de republicanismo sin el escollo de un poder armado y amenazante; pero también porque hace ostentación de lo que a nosotros los venezolanos nos falta como sociedad y como garantía del funcionamiento institucional: una Fuerza Armada digna de tal nombre, ajena a las banderías y al servilismo político.
Ojalá se detengan nuestros uniformados en el ejemplo de sus colegas de Brasil, a ver si sacan algo edificante de la vergüenza que les puede producir la comparación.
Fuente: El Nacional
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