domingo, 16 de febrero de 2020

Una pregunta que nunca pierde vigencia: ¿Para que sirve la Historia? En Eduardo Arcila Farías. Historiar la Soberbia. II PARTE

JO-ANN PEÑA ANGULO / IDEAS EN LIBERTAD
II parte
 Para comprender los motivos que animan a Arcila Farías a preguntarse ¿por qué? y ¿para qué? de la historia, resulta necesario mirar el contexto de las ciencias sociales de la época. Por una parte, la aparición de Annales en 1929 y sus posteriores generaciones, por la otra, la nueva realidad tras la II Guerra Mundial. Ambos hechos convertidos en procesos admitieron una re-valorización en las formas de pensar y escribir la historia.



Tras la crisis de representación de la realidad, propia de los años setenta del siglo XX, se abre el debate sobre la significación de la ciencia histórica y su posibilidad de estudio como resultado del giro lingüístico, definido en la atención primordial del lenguaje y la representación lingüística del mundo. Esta re-valoración involucró un esfuerzo filosófico pero también mayor detenimiento en el análisis de las prácticas culturales, ejercicios que prepararon el terreno para el posterior despliegue de la llamada Nueva Historia, título por cierto de un compendio de ensayos dirigidos por el francés Jacques Le Goff en 1978.  Este giro lingüístico permitió entonces a los Annales, abrir un vasto mundo pasado por explorar, tal como lo asomaba ya Arcila Farías.


Así la historia cultural, la historia de las mentalidades y de las representaciones, asomaron  una nueva forma de hacer historia al plantearse nuevos problemas. Una forma mucho más amplia para abordar, investigar y escribir los procesos históricos que permitiera plasmar las emociones, las alegrías y los miedos sin que dejara de ser historia en sentido riguroso. Otras fuentes y lecturas, le permitirán al historiador intentar comprender e interpretar la naturaleza humana.


En este contexto  vale recordar la percepción que tenía Arcila del siglo XVIII, “el siglo de la soberbia” decía aludiendo a los hombres de las luces como “felices mortales ellos, que tenían en sus manos la esencia del saber; desdichados los bárbaros del pasado, sumidos en la sombra de la ignorancia”[1]. Se convierte la soberbia en centro de su reflexión:


Todos los hombres, en general, desean perpetuarse si no en el mármol, por lo menos en los hijos. El caso es que algo quede de él en el mundo; que se le recuerde algunos años más tarde. Los mausoleos no tiene otro objeto; por esto hay muchas personas que en vida se privan de todo placer y guardan hasta el último centavo, solo para que se les pueda erigir un sólido monumento capaz de resistir al tiempo[2]


La soberbia vinculada al recuerdo de las historias personales pero también nacionales, parece preocupar al intelectual. La soberbia como parte de la condición del hombre, que teme al olvido.Para nuestro regocijo, Arcila  rescata al hombre, al humano, que vive y padece. El autor, no se detiene en esa búsqueda de ideas y sentimientos como  temas de estudio en las nuevas formas de hacer historia. Ante los avatares del tiempo, enaltece a las ideas y al pensamiento como las únicas formas de sobrevivencia y renacimiento que posee el hombre.


Hay así pues la posibilidad de dominar en la historia, a la muerte del individuo, de los pueblos y aun de las épocas. Pero esa posibilidad está condicionada por la actitud frente al mundo, frente a eso que llaman las realidades, frente a lo que pasa[3]


No ajeno a la crisis de las ciencias, Arcila parece ya adelantarse a su tiempo, cuando vislumbra con dolor, el peligro de la segmentación de los saberes, expresando con “la ignorancia por especialización” lo siguiente:


A medida que se desarrollan las ciencias las conexiones entre ellas se están perdiendo, o se han perdido ya en buena parte, y es de preguntarse si esas conexiones no son más importantes que cada ciencia en particular.[4]


Al respecto debemos recordar que la historia no debe agotar sus fuentes nutricias. De tal forma, que el hacedor de historia, no puede pretender dejar de lado el aporte de las llamadas disciplinas auxiliares, pues son ellas, pilares sobre las cuales debe asentarse sus posibilidades y alcances de interpretación.


Es así como Arcila, se atreve en el año 1957, a hablar del “desorden” como movimiento o estado –en este caso- conducente a la conformación social del continente americano.  Este “desorden” y el “orden” que al unísono supone Arcila, debe entenderse inmerso en el campo de las posibilidades materiales  y no como simples metáforas del lenguaje.  Recordemos aquí como en años posteriores, en 1977, Ilya Prigogyne funda la posibilidad de comprender la historia, a partir de dos principios, “orden creador” y el “desequilibrio creador”. Así “una sociedad que este en formación, como es la nuestra, no debe sujetarse a un canon ni crear ordenes con pretensiones de hacerlos eternos y rígidos”[5] expresaba Arcila Farías


Del mismo modo, otras de sus afirmaciones, si “la historia son los hechos en sí. Si los hechos son olvidados, no por eso dejaron de suceder”[6], nos recuerda la idea de la irreversibilidad de los procesos históricos de Prigogyne.  Nos preguntamos, ¿acaso estas posibilidades de interpretación y comprensión de la historia, no están sustentadas en la lógica y la razón? ¿La construcción de esta nueva historia, no amerita igualmente de un riguroso trabajo heurístico y un razonado trabajo hermenéutico? Ambas interrogantes consiguen respuestas en Arcila Farías, cuando se atreve a hacer un ejercicio de hermenéutica histórica del proceso colonizador español en Venezuela, en el cual reflexiona sobre nuestras percepciones y representaciones culturales como producto del mestizaje.


Ahora bien, volviendo a las interrogantes ¿por qué? y ¿para qué?, Arcila Farías responde a ellas, a través del uso de categorías teóricas, que se escapan del dominio de la llamada historia tradicional, lo que señala la urgente necesidad de hacer esta nueva historia, alejada de las grandes recreaciones, que la convierten en ficción más que en discurso histórico.


Y es que sin la historia “todo sería un volver a empezar y la sociedad se encontraría siempre en un mismo punto”[7]He aquí, un aspecto importantísimo en todo el trabajo intelectual de nuestro historiador. Hacemos referencia a la inevitable temporalidad, la triada que permite la toma de conciencia del presente, el pasado y la incertidumbre del porvenir, a partir de la conciencia histórica. De esta forma, una categoría filosófica ensambla todo el aparato conceptual del oficio histórico.  Nos dice Arcila:


Cuando surge la escritura, el hombre vence la terrible limitación del tiempo que le imponía esa barrera infranqueable del presente, y a partir de ese momento podrá comunicarse con el futuro y podrá legarle a otros pueblos y a otros tiempos, sus propios hallazgos[8]


Observamos entonces cómo ese ir y venir,  permite problematizar la historia. Es aquí, en donde la simple narración anecdótica de epopeyas, de historias familiares y hechos políticos, se transforma en depósito inerte de la memoria, almacenes de la memoria que alejados del recuerdo, no son historia.


Ahora bien, no es la única categoría que usa Arcila Farías. El tiempo histórico, también se hace eco dentro de su trabajo. Un tiempo que no es el del viejo cronos vigilante sino un tiempo continuo, en donde se bañan los hechos como expresa March Bloch y que supone a su vez una construcción y representación cultural. Así, temporalidad y tiempo histórico nos permiten identificar  las singularidades y fenómenos del comportamiento humano.


El sabio del que se nos hablaba hasta hace pocos años, es apenas un ser histórico, y de una historia que pasó y que probablemente jamás volverá. Aquel sabio que podía discutir sobre la física y distraer sus ocios con curiosos problemas de matemáticas, y aun ejercer la medicina y el derecho, pertenece a un pasado que parece ya muy lejano[9]


A su crítica a la representación romántica y exagerada de la historia en Venezuela, Arcila Farías añade su preocupación por la crisis generalizada de las ciencias sociales. Al respecto, ve en la posibilidad de sentar las bases teóricas de una nueva historia, el camino para indagar y construir un nuevo discurso propiamente histórico


Así, cuando se pregunta ¿para qué sirve la historia?, se interroga no solo sobre el oficio de los datos, la fecha precisa o sobre la historia como un bello género literario. Se adelanta a su tiempo, al llamado postmodernismo del último cuarto del siglo XX,  que representado en el giro lingüístico, se decanta en ver a la historia y a la historiografía como rama de la literatura,  “contar una buena historia y contarla bien, con buen estilo literario, tal es la clave”[10]


Si bien la narrativa es el núcleo central de la historia y de la literatura, también es cierto, que entre el relato histórico y el relato de ficción, hay mucho por debatir. Así cuando Lawrence Stone habla sobre el renacer de la narrativa, lo hace partiendo en las nuevas formas de hacer y escribir la historia, De tal forma que  “sin descuidar la unidad del momento histórico”[11] respetar el delicado hilado de los hechos, supone mantener la integridad y veracidad de la historia en referencia. Esta “unidad del momento histórico” implica además de una sensata exposición narrativa, una rigurosa  convivencia entre heurística y hermenéutica, que nos permita tal cual lo consintió Arcila Farías no solo indagar sobre la altivez y el envanecimiento que conlleva consigo la soberbia sino sobre las posibilidades de estudio que ofrece la historia como acto explicativo y no como simple reiteración pretérita.


Es entonces la interrogante inicial de Arcila, la que nos permite traer al presente, un debate siempre vigente ¿Para qué sirve la historia?


Referencias
[1] Eduardo Arcila Farías: Historia de la Soberbia y otros ensayos; p.10
[2] Ibíd.; p. 11.
[3] Ibíd.; p. 20.
[4] Ibíd.; p.26
[5] Eduardo Arcila Farías: Cuatro Ensayos de Historiografía; p. 22.
[6] Ibíd.; p. 28.
[7] Ibíd.; p. 29.
[8] Eduardo Arcila Farías: Función y Dimensión de la Historia; p.12.
[9] Eduardo Arcila Farías: Historia de la Soberbia y otros ensayos; p.18.
[10] Julio Aróstegui: La investigación histórica. Teoría y método: p. 143
[11] Eduardo Arcila Farías: Cuatro Ensayos de Historiografía; p. 32.
Imagen: Obra “Retrato de estudio de Emma Hamilton como Miranda”, de George Romney
Tomada de: Ideas en Libertad

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