Fernando Mires @FernandoMiresOl Publicado abril 3, 2020
Si se nos está quemando la casa no pensamos en las causas del incendio ni en impartir culpas y responsabilidades. Pensamos en como apagarlo, en llamar a los bomberos y, solo si se puede, en salvar algunos objetos de valor.
Es decir, distinguimos automáticamente entre lo principal y lo secundario. Para lo secundario, ya habrá tiempo suficiente. La política, actividad no meditativa sino cien por ciento instrumental, no tiene por qué ser diferente.
Podríamos decir sin temor a generalizar que un buen político es aquel que sabe diferenciar lo principal de lo secundario.
Un día lo principal es el tema de los aumentos salariales. Otro, el de los problemas ambientales. Otro, el de las amenazas que provienen del exterior. Es por eso que hemos dicho en diferentes ocasiones que la política está ligada directamente a los temas que nos ofrece la contingencia del diario devenir y por eso su práctica es esencialmente existencial.
Y bien, no hay nada más existencial que la lucha entre la vida y la muerte. Y eso es lo que está en juego en los momentos límites de la política, sea una revolución, una guerra, una catástrofe natural o una pandemia que avanza portando el signo inconfundible de la muerte.
¿Desaparece la política en los tiempos del coronavirus? En ningún caso. El humano es – dictaminó Aristóteles- un animal político. La política forma parte de nuestra antropología y es tan inalienable a la vida como el aire lo es a nuestros pulmones.
Pero, por otra parte, lo político no existe más allá de los objetos de la política. Y quiérase o no, el covid-19 ha llegado a ser un objeto político, un tema de debate y de acción a la vez.
Enfrentados a nuestra sobrevivencia, discutimos acerca de los medios para combatir al maligno virus. Lo hacemos en nuestras casas, en las redes, en la prensa. Y esperamos naturalmente que esas personas a las cuales elegimos para que nos representen, también los discutan. Con responsabilidad y seriedad. Y más aún, esperamos que, si son gobierno, tomen las medidas adecuadas, entre otras cosas porque de ellas dependen muchas vidas.
En fin, no pedimos a los políticos que abandonen la política. Todo lo contrario. Solo les pedimos que asuman de una vez por todas las únicas políticas posibles de realizar en estos días: la política de la supervivencia.
Ni siquiera pedimos a los políticos que abandonen la lucha por el poder, pues sin esa lucha – lo sabemos desde Max Weber- no hay política. Solo les recordamos algo que no dijo Weber: que para obtener poder hay que ser reconocidos como sujetos de poder. Por eso la política – voy a emplear la expresión hegeliana- es también lucha por el reconocimiento. Sin reconocimiento, no hay poder, solo hay violencia (Hannah Arendt). Los políticos de hoy, si quieren el poder de mañana, deberán ser reconocidos por lo que hicieron o no hicieron en los tiempos del coronavirus.
Los estamos observando, están bajo nuestra vigilancia. Ya hemos detectado a esos gobernantes irresponsables que minimizaron el tema para no enfrentarlo en todas sus consecuencias en el momento en que debían hacerlo. A los que ocultan o falsifican cifras, también.
Ya sabemos de esos otros que usaron el virus como una coartada para controlar socialmente a sus ciudadanos y apropiarse de instituciones públicas que no les pertenecen. Ya hemos tomado nota también de esas oposiciones ultristas que ven en el coronavirus un arma para derribar gobiernos intentando lograr con una enfermedad lo que no pudieron lograr con los votos.
Ya hemos identificado a esos mandatarios que usaron el virus para divulgar opiniones racistas en contra de otros pueblos y naciones. Ya sabemos en fin quienes nos dieron la espalda en nombre de sus mezquinos deseos de inmediato poder.
Pero también hemos sabido de otros. Los que no intentan abusar del estado de excepción al que estamos sometidos. Los que no buscan pantallas a todo precio. Los que no intentan convertirse gracias al virus en las vedettes que nunca fueron. Los que solo difunden informaciones provenientes de instituciones serias. Los que se hicieron a un lado para abrir espacio a quienes conocen el problema mejor que ellos: los médicos y los trabajadores de la salud pública. Los que con palabras responsables tratan de evitar la histeria y el pánico. Los que saben, en fin, diferenciar a lo principal de lo secundario.
Sin antagonismos no hay política. El problema es que ahora el antagonista no es un enemigo político. Nuestra lucha por lo tanto no debe ser antagónica sino agónica, es decir, de vida o muerte.
En pocas palabras, de lo que hoy se trata es de poner la política al servicio de la supervivencia y no la supervivencia al servicio de la política.
Tomada de: TalCualDigital
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