Con la actual configuración del poder, verbigracia Maduro, Cabello, los cubanos, el me-da-la-ganismo, el latrocinio, el narco-Estado, y todos sus sucedáneos, Venezuela no tiene otro rumbo que seguir cayendo en el precipicio
El año que viene, el 2016, ya vino, porque empezó a comienzos de diciembre del 2015, el 6-D, para ser más precisos. Se trata del hecho que marca el año que oficialmente comienza el 1 de enero, o el 5, como se prefiera. Un año en que se profundizará la mega-crisis económico-social, y se desplegará una crisis política-institucional que, ojalá, le abra caminos a la realidad venezolana, y permita que se inicien los cambios de fondo que el país necesita para irse levantando de su postración.
Porque una cosa está clara y sobre todo para la gran mayoría de los venezolanos: con la actual configuración del poder, verbigracia Maduro, Cabello, los cubanos, el me-da-la-ganismo, el latrocinio, el narco-Estado, y todos sus sucedáneos, Venezuela no tiene otro rumbo que seguir cayendo en el precipicio. Esa configuración del poder despótico y depredador, la esencia de la hegemonía imperante, tiene que cambiar de manera sustancial. Esa es la aspiración del grueso de la nación venezolana y en el 2016 se presenta la oportunidad para llevarla adelante.
El desbarajuste económico y la arraigada violencia criminal, tienen que encararse con toda la disposición posible. Pero esos problemas generales, cotidianos, que afectan directa y dramáticamente a la vida de los venezolanos –algún analista o político los llamaría “los problemas de la gente”, están absolutamente subordinados al tema del poder, no sólo porque han sido causados o agravados al máximo por la hegemonía roja, sino porque no pueden ser superados –y ni siquiera encarados, mientras esa hegemonía continúe despotizando y depredando.
Si una ventaja tiene la Constitución de 1999, es que es amplia y flexible para definir rutas normativas que puedan impulsar cambios políticos, incluso a los niveles más decisivos del poder público. Todas ellas deben ser analizadas y ponderadas con cuidado, y eventualmente se deberá avanzar en una ruta constitucional que haga efectiva la reivindicación de los contenidos democráticos de la propia Constitución. Maduro se ha empeñado en presentarse como una piedra de tranca a cualquier posibilidad de cambio. Y es evidente su incapacidad no ya para manejar sino para entender lo que está ocurriendo.
El año 2016 ya vino. Será un año largo, ¿quién lo duda? Si todo sigue como va, será un año terrible. Y si se logran promover los cambios políticos, de los que dependen los demás cambios, el 2016 puede ser un año diferente.
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