Si algo quedó claro en las elecciones legislativas de ayer es que la presidenta del Consejo Nacional Electoral, la señora Tibisay Lucena, no está ni estará nunca a la altura del histórico cargo que, lamentablemente para los venezolanos, le ha tocado ejercer de manera tan errática y falsa.
En todas las oportunidades en las que los electores le han exigido que exhiba la imparcialidad y agilidad técnica necesaria que este alto cargo requiere, la señora Lucena sencillamente ha puesto la gran torta, para decirlo en el lenguaje claro y llano del hombre de a pie.
Jamás ha cumplido con los cronogramas que anuncia, jamás ha cerrado un proceso electoral en los horarios indicados previamente, jamás ha dejado de imponer prórrogas en el cierre de las mesas para favorecer al oficialismo, jamás ha entregado los resultados en el tiempo que ella misma anuncia con una seriedad que nunca se corresponde con sus actos. Pero el colmo de todos los colmos es que desde 2013 ocupa un cargo cuyo período está vencido pero que a ella, acostumbrada a actuar a su conveniente y egoísta saber y entender, no le quita el sueño.
A estas alturas ya ha demostrado su total sumisión al Poder Ejecutivo y a los deseos del partido de gobierno. Ha hecho suficientes méritos para que eleven su figura al Panteón Nacional, o quizás también al Cuartel de la Montaña, cuando su tránsito por esta vida, tal como nos sucede a todos los mortales y a los inmortales como Chávez, llegue a su final. Pero lo que nunca logrará es que los venezolanos que creen en la democracia la olviden, muy al contrario, la recordarán cada vez que unos nuevos comicios limpios y bien organizados se lleven a cabo sin que medie su actuación nefasta.
Si alguna de sus compañeras la sucede en el cargo puede tener la seguridad de que no será la señora Sandra Oblitas, figura que está a su altura en todos los defectos pero que lamentablemente no es venezolana de nacimiento, cuestión que no sería relevante si su actuación como funcionaria no hubiera sido tan nefasta como la de su antecesora.
A pesar de las triquiñuelas del oficialismo y de sus cómplices en el CNE, los venezolanos dieron una prueba rotunda de que no tienen miedo. La gesta libertadora que tanto ha sido manipulada por el régimen, resurgió en cada uno de los que hicieron largas colas para votar. Y la elección fue clara: votaron por la libertad.
El ventajismo que se evidenció durante la campaña fue palpable también en la jornada electoral. Sin embargo, la claridad de objetivo de los votantes se notaba en las colas. La única arma que salió a relucir ayer fue la cédula de identidad.
Muchos hablaban en las calles de fiesta electoral, porque conforme pasaban las horas la gente se entusiasmaba con el ambiente. La tradición democrática del venezolano sigue intacta, a pesar de las malas experiencias de 16 años y de que alguno pudiera estar agotado por tantos comicios.
La democracia se nutre con las votaciones, la libre escogencia, el respeto por el otro. Y en general ese fue el espíritu del día.
Fuente: El Nacional
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