Al parecer, a Maduro no le alcanza el tiempo para abocarse a solucionar los problemas que gravitan sobre la nación y acogotan al ciudadano. Le sobra, y en demasía, para trinar por la red del pajarillo -acaso se deba al vívido recuerdo que guarda de su encuentro con la ornitológica aparición del ectoplasma del comandante más eterno que la eternidad misma-, el último de los cuales, sin mucho apego al buen decir o escribir, reza: “Me reportan exitosa reunión de la Comisión de Paz Colombo-Venezolana en Santa Marta, ahora vamos con nueva acciones por la Paz”.
Un mensaje superficial si nos atenemos a los contenidos en los nueve puntos acordados por la comisión binacional, en los que se revela una notable asimetría entre las operaciones realizadas por las Fuerzas Armadas de Colombia y las iniciativas de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana. A las primeras se le reconocen sus eficaces acciones contra el Clan Úsuga y su cabecilla, alias “Menelao”; de la segunda se registra “su eficiencia”, sin especificar contra quién (a no ser contra los pobres neogranadinos deportados).
El mensaje de Maduro es trivial, si no frívolo, porque mientras se afanaba para difundir a los cuatro vientos tal fruslería, el ministro de la Defensa, Vladimir Padrino López, al término del encuentro con su homólogo colombiano, Luis Carlos Villegas, declaraba con no muy abundante vocabulario a una radioemisora del país hermano que no estaban dadas las condiciones para una reapertura de la frontera.
“Hay que mejorar las condiciones. Hemos hablado de una normalización de la frontera y eso tiene unas condiciones que tienen que darse para reabrir la frontera”. Entonces, ¿de qué éxito se ufana Nicolás?
Lo cierto es que de la cita de Santa Marta solo salió una agenda de nuevas reuniones. Lo de siempre. Cortesía, formalidades y circunstancias sin una solución real a la vista y un estado de excepción que amenaza con prolongarse en el tiempo y extenderse en el espacio, porque en el fondo el conflicto limítrofe es una excusa para el faroleo ante unas elecciones que asustan al oficialismo.
Y, aunque Maduro y Santos acordaron en Quito un entendimiento para “el retorno inmediato a la normalidad”, no parece que la vía para la consecución de ese objetivo sea seguir trillando el burocrático camino de la reunidera para ver “cuándo nos volvemos ver para hablar”.
Ya tenemos medio siglo hablando del tema sin ver que, ni de allá ni de acá, haya habido una real disposición de estabilizar una situación cuyas causas reales hay que buscarlas en los desequilibrios económicos existentes entre ambos países.
El contrabando de gasolina, por ejemplo, dejará de ser un cáncer solo cuando se fije un precio racional para el combustible producido en Venezuela. Y este es apenas un ejemplo. Hay una cuestión mayor: la corrupción. Luchar contra ese flagelo que infecta aduanas y alcabalas tendría que ser prioridad para esas instancias binacionales, donde hormiguea la retórica y escasea el pragmatismo. Acción y no blablablá.
Fuente: El Nacional
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