Saludábamos ayer la victoria de Mauricio Macri en los comicios argentinos como alentadora señal de que el populismo que se ha ensañado contra el pueblo latinoamericano tiene los días contados.
Se nos podría reprochar que tal afirmación revela wishful thinking o exceso de optimismo; quizá así sea, pero la derrota del kirchnerismo no es el único síntoma de decadencia de ese demagógico ejercicio de poder que se ha enseñoreado en la región sobre la base de una concepción económica que puede resumirse en el apotegma "pan para hoy, hambre para mañana", característico de un asistencialismo rayano en la limosna que convierte al ciudadano en deudor emocional de los gobiernos e incondicional paniaguado a merced de las apetencias de poder de sus detentores, incluso más allá de la muerte, como por estos predios acontece.
Probablemente, la ascensión del alcalde de Buenos Aires a la primera magistratura de su país no pondrá término inmediato y definitivo al peronismo se trata de un poderosos movimiento que pareciera tener más de culto mágico religioso que de tendencia política pero, al menos, puede que con ella se dé inicio a esa alternancia que es consustancial con la democracia. Y en democracia, los movimientos sociales evolucionan y pueden derivar hacia el diseño de modelos en sintonía con la modernidad que cierren definitivamente el capítulo del caudillismo providencial.
De momento, podemos, sí, concluir que el triunfo de la oposición argentina se produce en momentos críticos para la "izquierda" vocablo que como su antónimo, derecha, emana un excesivo olor a naftalina del subcontinente que, contagiada con el cáncer de la corrupción, amenaza con una metástasis que puede si no borrarla del mapa, sí postrarla en prolongada convalecencia.
¿Qué futuro aguarda entonces a organismos como Unasur, abocados a la defensa del autoritarismo y su continuidad, perversiones que han sido duramente golpeadas con los resultado electorales del domingo en la nación rioplatense? ¿Y qué puede depararle el porvenir a la Alba, alianza fundamentada en tratos preferenciales en materia petrolera, graciosamente dispensados por Chávez y sucesores como si fuesen ellos los dueños de nuestro principal producto de exportación? Tratos y convenios que abonaron el terreno de la corrupción en el cual se hunden la administración de Dilma Roussef , su partido, Odebrecht y hasta el mismísimo Lula, así como los parientes de Correa, los allegados de Ortega y no digamos el entorno justicialista de los Kirchner, contagiados todos por ese mal cuyo combate ha justificado sanguinarios golpes de Estado para instaurar en el poder a depredadores más agalludos que los depuestos.
De producirse, como está previsto, un descalabro del chavismo en las próximas elecciones parlamentarias, podríamos pensar que está concluyendo uno de esos ciclos que homogenizan el panorama político de nuestros países, que el tiempo de los populismos se ha vencido y serán aplastados por un indetenible efecto dominó que ya se llevó en los cachos al designado en primarias con el piquete al revés de Cristina. Sí, ya nuestros pueblos se muestran cansados de ungidos, tapaditos, herederos y sugeridos dudosamente seleccionados, y les están castigado con sus votos. Bienvenida sea la alternancia.
Fuente: El Nacional
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