Ciertamente, el 6-D la oposición arrebatará con mayoría aplastante, por más bolsas de comida que Maduro reparta, y los “dakazos” o saqueos programados contra el comercio, que atraviesa su período más cruento de escasez, son alegría de tísico para los que pueden aprovechar las gangas decretadas que intentan mostrar a Maduro como defensor de los intereses del pueblo y “héroe” de una supuesta guerra económica, hecha a su medida para justificar su manifiesta incapacidad para gobernar y aplicar las políticas económicas que se requieren.
Pero en pocas semanas, en plena temporada navideña, con los anaqueles totalmente vacíos y sin alimentos para resolver el día a día, no habrá consignas revolucionarias contra empresarios ya quebrados, ni milicia, ni Guardia Nacional que pueda contener los saqueos que el mismo gobierno promueve.
El único responsable de provocar la ruina, la devastación del país y las penurias de la población es el tristemente fracasado Nicolás Maduro. El hombre de ideas pocas y fijas que por una carambola voluntariosa del difunto se hizo con la presidencia y que después obtuvo una “triste victoria” electoral, gracias a las piruetas del Consejo Nacional Electoral, perdió definitivamente la perspectiva de la realidad. Sus declaraciones de la semana pasada en las que advirtió que si la oposición ganaba las elecciones parlamentarias no entregará, que pasaría a gobernar con el “pueblo en unión cívico-militar” y que “la revolución no va a ser entregada jamás” constituyen una huida de la realidad a todo trance. Se ha proclamado dictador de Venezuela a futuro inmediato; con esa truculencia, Maduro volvió a estropearle todo al oficialismo, que hacía esfuerzos por simular un talante democrático que ya nadie cree en el mundo.
Un autócrata como Chávez, que aparentaba respeto por los principios básicos de la democracia, guardaba ciertas apariencias. Maduro, en cambio, por locura, embrutecimiento o cierta ingenuidad incompatible para su cargo, se quita la careta y sin pudor alguno anuncia que activará una junta cívico-militar.
A estas alturas, la lucha feroz por mantenerse en el poder y defender las cuentas secretas de los “revolucionarios” parece haberse convertido en casi el único juego posible para Maduro. Aunque Diosdado, puede darle jaque mate en la jugada. La pendiente dictatorial por la que se desliza el gobierno es inocultable. No la ve el que no quiere.
Junta cívico-militar
La oposición no puede mantenerse pasiva ante la crispación provocada por el anuncio presidencial ante lo que sin duda será una inminente derrota. Son demasiados siniestros los propósitos de Nicolás Maduro después del 6-D: “Si se diera ese escenario, negado y transmutado, Venezuela entraría en una de las más turbias y conmovedoras etapas de su vida política y nosotros defenderíamos la revolución, no entregaríamos la revolución y la revolución pasaría a una nueva etapa”. Acto seguido anunció la activación de una junta cívico-militar. Según fuentes castrenses, hay demasiado descontento y cada vez son más los que consideran que un cambio de gobierno es una imperiosa necesidad.
Una junta como la que sueña Maduro equivale a un golpe de Estado. Si un hecho tan grave como ese se da, le seguiría otra junta cívico-militar que convocaría a elecciones limpias, con un CNE que garantice imparcialidad. Entre los disidentes del chavismo, que quieren desmarcarse de la corrupción y la incapacidad, hay varios candidatos civiles y militares para conformar otra junta. En la Fuerza Armada también hay un sector que no quiere constituir gobierno con gente que provenga ni del oficialismo ni de la oposición.
Fuente: El Nacional
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