Si no votamos el 6 de diciembre y tratamos de evitar el desastre en el pedacito de planeta que nos toca, quizá en verdad tengamos que irnos a Marte, pero no en el Enterprise en un futuro lejano, sino el año que viene...y en bicicleta
Marte, el planeta floreciente que fue destruido por el capitalismo salvaje, según se dijo en algún momento de nuestra historia contemporánea, ha vuelto a ponerse de moda. Hay agua -que es mucho más de lo que puede decirse de nuestros supermercados- y a cada momento se encuentran nuevas evidencias de que sin duda ese planeta será la tabla de salvación para que la civilización terrícola encuentre un nuevo hogar. Parece que es mucho más fácil -y hasta barato- habilitar un nuevo planeta que arreglar este. Con una emigración al planeta rojo controlada y selectiva, quizá el ser humano encuentre un lugar seguro de paz, sin guerras ni terrorismo, sin crímenes ni hambrunas.
Qué misterio el de la humanidad. Cuentan los astronautas que cuando observaban a La Tierra desde el espacio, toda ella era su casa, independientemente de si habían nacido en Ohio o contentos. Somos los terrícolas, salimos de las cavernas, construimos civilizaciones y mientras más inteligencia alcanzamos, contradictoriamente, más peligra nuestro destino. Por eso exploramos otros mundos, somos inquietos buscadores. Conquistaremos el universo, sin duda. No es descabellado imaginar el final de nuestro planeta, no como consecuencia de la explosión del sol o algún inoportuno asteroide, seguramente seremos nosotros mismos los autores del desastre y al final una nave de la NASA al estilo de la serie "Viaje a las estrellas" abandonado el planeta con una selección de humanos previamente entrenados que se dedicarán a viajar por el espacio infinito en búsqueda de nuevas fronteras. En ese tiempo seguramente Marte ya será una colonia.
La tierra será entonces una hecatombe de fundamentalísimos, terrorismo y narcotráfico, las grandes fuerzas emergentes de este tiempo. Bombas nucleares en poder de fanáticos irán explotando hasta contaminar la atmósfera terrestre y no quede nada. Vientos huracanados borraran todo rastro de civilización hasta que algún día otro planeta estudie nuestro suelo y observe con asombro que quedan rastros de agua y que algunos microbios sobrevivieron y que quien quita que alguna vez haya habido vida en ese misterioso planeta oscuro. Para ese entonces, los que se fueron tendrán un vago recuerdo de aquel maravilloso lugar del que salieron. La reprogramación dirigida de sus mentes para adaptarlos a la vida espacial y al claustro de los viajes interestelares, habrá borrado de su cerebro todo recuerdo de que una vez habitaron un planeta azul. Quien quita que un gen venezolano vaya en esa nave. Compatriotas nuestros que son auténticos genios ya trabajan en la NASA.
Particularmente creo que los venezolanos de este tiempo, sin saberlo, ya estamos entrenando para este viaje que dura alrededor de tres años. Por estos lares, la gente sale de su casa lo menos posible, como consecuencia de la inseguridad y eso nos está ayudando a acostumbrarnos a vivir en ambientes cerrados. Las fallas en el suministro de agua enseñan a bañarte con totuma (¡sabrooooso!) con el menor gasto del vital líquido. El entrenamiento en la ausencia de papel de baño, también nos ayuda a sobrevivir en este viaje tan largo donde toda la higiene íntima funciona por aspiración. En un vuelo a Marte hay que olvidarse del champú del desodorante aerosol y del jabón. No creo que ningún otro terrícola este tan preparado como los nosotros. Estamos capacitados para sobrevivir a las mayores adversidades e incluso a sacar provecho de aquello que acabaría con otros seres humanos.
El lector se preguntará: ¿y qué tiene que ver todo esto con el grave momento que vive el país?
Respuesta: ahhh, mucho, y es que si no votamos el 6 de diciembre y tratamos de evitar el desastre en el pedacito de planeta que nos toca, quizá en verdad tengamos que irnos a Marte, pero no en el Enterprise en un futuro lejano, sino el año que viene...y en bicicleta.
Cort. TalCualDigital
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