Después de la arremetida policial en el sector La Esperanza, en la Cota 905, el alcalde Jorge Rodríguez proclamó una victoria de las fuerzas del orden contra el paramilitarismo colombiano. Luego de un asalto con armas largas, los agentes de rostro cubierto con pasamontañas ganaron una batalla campal contra fuerzas irregulares que mantenían el control de la jurisdicción gracias a una organización procedente del vecino país, que se había enseñoreado del barrio y vendía caro su derecho a la hegemonía. Tal fue la versión ofrecida por el jefe de las aguerridas huestes que ganaban el desafío contra una invasión extranjera.
¿Se puede tragar una explicación tan estrambótica? ¿No estamos ante una curiosa historia que pretende ocultar la incuria de las autoridades ante la multiplicación de la delincuencia? Es tan endeble y fabricada la versión, que ni siquiera reparó en el hecho de que el supuesto control de los paramilitares se había llevado a cabo en una zona rodeada de cuarteles desde los tiempos remotos del general Castro.
Toda esa parte de El Paraíso fue sembrada de casernas por el Cabito, para que Gómez después las multiplicara y dotara de grandes edificaciones en las cuales se resumía el poder de la autocracia.
Desde entonces se mantuvo esa presencia, que ahora se convierte en adorno e irrisión si consideramos que, de acuerdo con el discurso del alcalde Rodríguez, no fue capaz de descubrir una penetración foránea que los convierte en los soldados más inútiles de la evolución castrense. Hasta el punto de que fuera necesaria la presencia de un psiquiatra trasformado en líder de la soldadesca, para ponerle cara a una “planta insolente” que los generales de carrera y escuela no habían advertido. Cosa de locos y loqueros, sea como fuere.
La verdad es otra, por supuesto. La verdad remite a la indiferencia y a la complicidad del régimen en el control de la delincuencia y en la custodia de la seguridad ciudadana. La proliferación de delincuentes, la multiplicación de las bandas de forajidos, los cadáveres regados en la vía pública, las propiedades asoladas y el miedo de salir a la calle son obra de quienes, para salvar su responsabilidad, pretenden cambiar la realidad por una versión que solo la extrema candidez puede aceptar. Desde el tiempo de unos presuntos paramilitares que comían cachitos para alimentar su plan de asesinar al presidente Chávez, se viene cocinando este tipo de explicaciones que llegan al clímax con el estrambótico discurso de Jorge Rodríguez en la Cota 905.
Seguramente lo desarrollará con bombos y platillos, con el suspenso propio de los espectáculos de las series de la pantalla chica, cuando estrene su programa de televisión. Ocultará entonces, por supuesto, la violación de derechos humanos que ocurrió en el operativo, y la injusta persecución de colombianos humildes a quienes se saca a la fuerza de sus ranchos para una inmediata e inmerecida deportación. Se ganó una guerra, por lo tanto, pero contra la verdad y la seriedad.
Fuente: El Nacional
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