En otro de sus ya rutinarios destinos, Nicolás Maduro –presidente gracias a la presteza del CNE– no pudo ocultar la índole electorera y el carácter clientelar de las misiones (vaya a usted a saber por qué las llaman así), ese eficaz recurso comprador de voluntades diseñado por Fidel Castro, para que el comandante se eternizara en el poder y no en el Cuartel de la Montaña, donde se le rinde culto con los mismos fines que los subsidios objeto de este editorial. Dijo Maduro: “El petróleo cerró en 38 dólares y estamos haciendo de tripas corazón para que no se paren las misiones”.
Se desprende de esa confesión de parte –además de las mencionadas segundas intenciones– que esas becas asistencialistas no pueden ser vitalicias, como quería Hugo que fuera su presidencia (y, por eso, acogió con entusiasmo la recomendación del dinosaurio Fidel), y que fueron instrumentadas a la ligera, pensado acaso que el cielo era el límite de los precios petroleros.
Un programa, como el de las misiones, más compasivo que humanitario, pues no dignifica al beneficiario sino que lo hace vergonzosamente dependiente de la caridad oficial, reclamaba, al igual que lo demandan las pensiones, ser dotado con fuentes de financiamiento generadas en el mercado financiero (un fideicomiso, por ejemplo), de modo que tan onerosa carga no recayese permanente sobre el Estado.
El lamento de Maduro se produce la víspera de una ceremonia si se quiere paradójica: el festejo de los 10 años del “Plan siembra petrolera”, lastimosa feria de vanidades en la que compitieron enchufados y aduladores para ver quién mentía con mayor cara dura, y que, a juzgar por lo que sucede en Pdvsa y al notorio despilfarro que se ha hecho de sus ingresos, induce a pensar que tendría más sentido celebrar no la siembra sino el entierro de nuestra principal industria.
En ese marco, el sobrecogido y melancólico sucesor se enredó en un zigzagueo discursivo, bueno para el templete mitinesco, pero absolutamente fuera de lugar: “Si el petróleo bajó a finales del año pasado desde $100 el barril a $40, ¿cómo podemos cumplir la meta de la Misión Vivienda? Porque estamos en socialismo, esta es la superioridad del modelo socialista. Un presidente burgués, al bajar el precio del petróleo lo primero que haría sería privatizar las empresas, reducir los salarios, dejar de construir viviendas”.
Habló para la galería, conjeturando lo que, según su maniquea visión de la política (porque de la economía pareciera no tener ninguna), habría hecho un jefe de gobierno que no por signo ideológico diverso al suyo ha de ser necesariamente “burgués”. Y, sin duda, un estadista obraría de manera distinta a la de Maduro, porque los verdaderos hombres de Estado piensan más en el futuro y bienestar de sus naciones que en las elecciones por venir.
Hubo algo de desespero en ese tránsito madurista de la cardiología a la gastroenterología, corriendo el riesgo de que Hugo Chávez ya no sea más corazón de patria sino chinchurria de ella.
Fuente: El Nacional
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