martes, 4 de agosto de 2015

El último tren

ELIZABETH ARAUJO / TalCualDigital

Antes de que estrene su nueva vida como candidato del PSUV, alguien debería preguntarle a Ricardo Sánchez si vomitó la noche anterior o el día después de saltar la talanquera. De cómo lucha –si es que lo hace– para ocultar su pasado juvenil, su épica estudiantil, sus temeridades de entonces y sus palabras contra el comunismo cubano y las dictaduras

Es verdad que en política no vale la pena gastar pólvora en zamuros. Todos saben que hay oportunistas que sueñan con echarse al estiércol para volverse famosos o millonarios, aunque pasen el resto de sus vidas preguntándose en qué momento le hicieron caso a sus flaquezas morales y cruzaron la calle para quedarse varados en la acera donde nadie los ve.

La regla no escrita aconseja dejar que se diluyan en la nada. Pero hay que hablar porque sí de Ricardo Sánchez en estas horas decisivas para Venezuela, y desechar el viejo truco de no mencionarlo con el objeto de que su nombre se desgaste y pase al salón del olvido. A mi juicio, Ricardo Sánchez no es el nefasto Roque Valero ni el delator Heliodoro Quintero.

Se trata de alguien que sufrió en carne propia los rigores de la violencia chavista; que lo insultó en más de una ocasión el destructor que ahora habita bajo una lápida de mármol en el Cuartel de la Montaña, y que nunca fue recibido por la fiscal general por quien hace meses levantó la mano en la Asamblea Nacional.

Apreciado dirigente estudiantil, presidente de la FCU-UCV y suplente de la aguerrida diputada María Corina Machado, este muchacho sin probidad ni talento ni futuro se monta a hurtadillas en el último tren del chavismo, apadrinado por Jorge Rodríguez, Hugo Carvajal, Diosdado Cabello y Pedro Carreño.

Antes de que estrene su nueva vida como candidato del PSUV, alguien debería preguntarle a Ricardo Sánchez si vomitó la noche anterior o el día después de saltar la talanquera. De cómo lucha –si es que lo hace– para ocultar su pasado juvenil, su épica estudiantil, sus temeridades de entonces y sus palabras contra el comunismo cubano y las dictaduras.

Que qué le pasó camino a su adultez para mezclarse de manera tan vergonzosa con sus agresores e inventarse ahora un discurso vacío, que nadie le creerá porque adonde vaya llevará marcado en la frente su nombre y la palabra que define al que desciende, capitula y cambia sus principios.

Ciertamente, ya no es el joven atrevido que marchó en defensa de RCTV, ni el líder estudiantil que organizó protestas, ni el vecino a quien le quemaron su camioneta ni el transeúnte de la avenida Baralt que una noche terminó golpeado por malandros de un colectivo del 23 de Enero.

Ya Ricardo Sánchez es otro. Sea o no electo diputado, tendrá que borrar su historial y empezar desde cero. No será aquel joven porque ya creció, se hizo adulto y seguramente envejecerá con el estigma de haberse traicionado a sí mismo. Que paradójico porque, para ello, debió comprar un boleto y subirse al último tren del chavismo en una Venezuela que está a punto de reventar pero que sus electores van a ponerle el final a una época de corrupción, vergüenza y oprobio.

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