Estas páginas han estado siempre al servicio de la democracia; hemos apostado con vigor y tenacidad al éxito de Juan Guaidó como presidente encargado de la República. No nos hemos refugiado en la equidistancia ni en los manoseos con la tiranía.
Tal conducta invariable nos da el derecho, como expresión de la opinión pública, de reclamar torceduras cuando se observan y se muestran protuberantes. No comulgamos con la idea difundida por las huestes del fenecido mandón, según la que no se le puede criticar, bajo la ignominia que reza “Aquí no se habla mal de Chávez”. Asimilar esa idea para el lado de la oposición ha conducido a muchos desatinos que la opinión pública que representamos no está dispuesta a asumir; no para “hablar mal” sino para el ejercicio ponderado y juicioso de la crítica que ayuda a enderezar rumbos equivocados.
De esta guisa resulta apropiado considerar lo que de manera desafortunada en el marco de la Asamblea Nacional ha ocurrido en relación con la eventual designación de un nuevo Consejo Nacional Electoral. La oposición que domina esa legítima institución no parece tomar en demasiada consideración que así como se le ha considerado representativa de la voluntad nacional democrática, también se le exige cada día estar a la altura de esa responsabilidad. Resulta completamente contradictorio hablar del cese de la usurpación como fin del régimen y, al propio tiempo, no cerrar los portones de manera definitiva de una incomprensible y repudiada negociación que solo ha servido a los usurpadores para ganar tiempo, confundir a nuestros más firmes aliados y desmoralizar a muchos sectores populares que ahora solo ven la salida por la frontera.
En ese ambiente de ambigüedad se produce la tardía decisión de designar la Comisión Preliminar que se encargará de designar el Comité de Postulaciones Electorales para seleccionar los nuevos rectores del Consejo Nacional Electoral. Salta a la vista la contradicción que significa alentar la idea de que habrá elecciones y lanzar a la opacidad el cese de la usurpación como tarea primera de las fuerzas democráticas. La ansiedad crece cuando no se insiste más en el TIAR aprobado por la AN y se enfatizan unas metas electorales que carecen de sentido mientras el régimen usurpador siga imperando en nuestro sufrido país.
No sorprende que algunos sectores tengan interés en una cohabitación perversa, pues al fin y al cabo así se han amancebado por veinte largos años. Empero, los factores democráticos más consistentes y el propio presidente Guaidó construyó su liderato de enero y febrero sobre la exigencia de destronar el consorcio delictivo que regenta el país y no de entenderse con este, lo que solo significa prolongar el inaguantable sufrimiento del pueblo.
Las dudas se intensifican cuando el CNE no fue designado desde el momento en que se instaló la actual Asamblea Nacional en 2016 sino que se hace ahora, con diputados que perdieron su cualidad por haber aceptado cargos en otras instituciones, ministerios, alcaldías y hasta en la espuria, ilegal y fantasmal asamblea nacional constituyente. Este intento de formar ahora un CNE tiene el mal olor de reparto burocrático con quienes tiranizan al pueblo y no de la escogencia de ciudadanos de alta calificación, como manda la Ley Orgánica del Poder Electoral, la que, por si fuera poco, exige de sus miembros “no estar vinculada o vinculado a organizaciones con fines políticos”.
Si el presidente encargado no da un golpe, al menos de timón, para recuperar con nitidez el camino por él inicialmente trazado, la pérdida de la confianza no solo lo afectará como figura emblemática e institucional sino también menoscabará la fe de la colectividad. Los asuntos a los que está obligado el presidente encargado y la Asamblea Nacional son los de cesar las negociaciones con el régimen dentro y fuera de la Asamblea Nacional; enfocarse en el cese de la usurpación; insistir en el desarrollo de lo que implica el TIAR; y hacer buena la palabra empeñada en el acto de la juramentación popular.
Acariciar nuevamente la idea de participar en unas elecciones bajo el régimen tiránico es no solo ilusión inconveniente sino suicidio político.
Tomada de: El Nacional
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