Los médicos del Servicio de Cardiología del Hospital J. M. de los Ríos anunciaron que cerrarán en diciembre. Esta es una noticia que debe dar la vuelta al mundo, porque quiere decir que miles de niños se quedarán sin atención en menos de un mes.
Es cierto que existe un hospital cardiológico infantil en el oeste de Caracas. Sin embargo, eso no puede ser excusa para dejar que un anuncio como este pase inadvertido.
Cada servicio que se cierra, cada médico que se va, cada hospital que deja de recibir pacientes es un golpe más a la salud de los venezolanos. En este caso, de los más pequeños.
La agonía del hospital lleva años. Y no es porque el personal profesional y obrero, los padres de los pacientes y hasta los niños no lo hayan gritado a los cuatro vientos. Al centro de salud se le va acabando la vida como a muchos pequeños que acudían para recuperar su salud y no encontraron recursos.
Parece que al régimen no le interesa leer que de más de 300 camas solo estén en condiciones 90. A los que gobiernan no les importa que el hospital de niños haya sido una referencia a escala regional en cuanto a especialidades pediátricas.
Se lo han dicho. Hasta la Corte Interamericana de Derechos Humanos ha dictado medidas que obligan al Estado a proteger este centro, pero no le han hecho caso.
Desde hace tiempo que los pacientes y sus familiares han alzado la voz para decir que no cuentan con la alimentación que requieren los enfermos; ahora no hay ni agua. Es cierto que las condiciones del J. M. de los Ríos no difieren de las de otros centros hospitalarios del país, pero eso no lo hace menos grave.
¿Les cuesta tanto sentir empatía con cada niño que sufre, con cada padre que quiere ver a su hijo sonreír de nuevo? El J. M. de los Ríos debe ser motivo de orgullo para todos los venezolanos, pues allí trabajan profesionales preparados en nuestras universidades que son reconocidos por sus pares en Latinoamérica.
Hubo un tiempo en el que el J. M. de los Ríos contaba con los recursos tecnológicos y los especialistas mejor preparados. A él acudían padres con hijos de todas partes de Venezuela y encontraban cura. Eso es lo que se merecen nuestros niños y es lo que se debe recuperar.
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