Ahiana Figueroa | @ahianafPublicado junio 2, 2020
Contar con dólares en efectivo para pagar la gasolina importada de Irán no es aval para surtir más rápido el combustible. En el noreste de Caracas solo una estación de servicio fue autorizada como bomba «internacional»
Al llegar a las 6:30 am al último lugar de una larga hilera de vehículos que esperan a que abra la estación de gasolina, comienza a hacer efecto un sentimiento de culpabilidad por no haber llegado más temprano. Pero al iniciar la conversación con las personas cercanas en la fila, nos invade la calma de que por ser este establecimiento una «bomba internacional», terminaremos mucho más rápido la tarea de llenar el tanque de gasolina que las estaciones con subsidio.
Muy equivocados estuvimos. La espera duró cinco largas y tediosas horas luego de que a las 11:30 am llegáramos a los surtidores y pagáramos con dólares en efectivo los 35 litros de gasolina necesarios para llenar el tanque. «No tenemos vuelto ni punto de venta, esos son los precios», dice sin ganas de hablar uno de los trabajadores de la bomba ubicada en la avenida Rómulo Gallegos, quien solo atinó a hacer un gesto con la boca para señalar el cartel con los precios.
Para quienes no conocen la zona, el final de la cola de vehículos llegaba muy cerca del Centro Comercial Boleíta Center, es decir, unas 10 cuadras, de las cuales tres eran «llaneras», como decimos en Venezuela para describir un trecho muy largo. Paradójicamente, muy cerca, apenas una cuadra, desde el canal estatal Venezolana de Televisión (VTV), se repetían pases con reporteros que se esforzaban en mostraban una fluidez en el despacho de combustible que no existe.
Una hora y media después de llegar, la cola comenzó a andar, lo que significaba que el establecimiento comenzó a expender el combustible dos horas y media después de la anunciada por el gobierno (5:30 am). Un señor que andaba en bicicleta prometió muy amablemente al pasar cerca de los que esperábamos, que nos avisaría si ya la bomba había abierto. No lo vimos más.
En ocasiones, grupos de ciclistas pasaban a nuestro lado. Se notaba que la mayoría hacía ejercicios, pero la ropa de otros denotaba que no era tan deportiva. Mientras los observamos, se viene la idea de comprar una bicicleta y más después de estar horas en cola.
Las emociones durante la espera son un sube y baja. «Los vehículos que ayer iban por Daka (tienda de electrodomésticos a cinco cuadras de la bomba) a las 11 de la mañana no lograron poner gasolina», comenta un señor que también hace cola. «Hoy van a vender la gasolina que les quedó de ayer, así que debe haber menos hoy», señala otra persona. Y apenas son las 9:00 am sin haber recorrido la mitad del camino.
Cada cierto tiempo, entre encendido y apagado del carro mientras se avanza lentamente, se aprovecha para comprar un café, luego frutas en las ventas de verduras de calle. «¡Ah! aprovechemos de comprar el bombillo que nos hace falta».
Hemos avanzado, pero con lentitud. «Vas a llenar gasolina el viernes», dice un señor que camina cerca de los que estamos en la cola. Nos vemos las caras y luego miro el medidor de la gasolina que está en rojo. «Por favor, no bajes más, dame chance de llegar», y miro a los lados por si alguien me pilló hablándole al inerte carro.
Cuando menos lo esperaba, la cola de carros comienza a avanzar más rápidamente. Ya no hay chance de entrar un momento a una tienda de electrodomésticos para curiosear.
Al llegar frente a Daka comienza la cuenta regresiva y la preocupación. «¿Llegaremos?». Avanzamos y ahora no da chance de apagar el vehículo, porque en segundos volvemos a circular.
Estamos ya a una cuadra de la bomba y observamos la enorme fila de motos que también aguardan para surtir gasolina. Entre media hora a una hora han esperado los motorizados. Vuelve a pasar por mi cabeza la idea de si habrá llegado el momento de comprar también una moto. Ahora pagar estacionamiento y gasolina para ir a trabajar será muy cuesta arriba.
Pero ¡oh! sucede algo que nos hace desechar esa idea. Un choque entre dos motos. Llegando a la estación de servicio en Montecristo una persona que venía en contramarcha en su moto, chocó con un joven que usaba una moto de un servicio de delivery. Seguro pasó el resto de su día de trabajo adolorido.
Al fin llegamos y enseguida pedimos gasolina de 95 octanos. Nos dicen que sí tienen. Salta la duda. ¿Será? Escuchamos cuando el dueño de una camioneta cuyo tanque podría ser de 80 litros, pide que solo le pongan 20 dólares de gasolina porque no tiene más. Tanto sacrificio por las horas de cola. Aunque el grado de dolarización ha avanzado, el ingreso en divisas de muchos venezolanos no lo hace a la misma velocidad. Para muchos los tiempos del «sí, ponlo full» han quedado atrás.
Observamos la lista y hacemos el cálculo de cuánto debo pagar. «Serán como unos 15 dólares» y efectivamente es así.
-«Tenga 20 dólares», digo al bombero.
-«No tengo para darle vuelto», dice.
-«¿Hay punto de venta?», pregunto.
-«No, según y que en los próximos días», señala.
-«Pues tome, déjelo así» (voz de resignación).
Al encender el vehículo, aún el medidor no marca un tanque lleno. «¡Epale! Aún le falta gasolina al carro». Nuevamente el surtidor en el carro. Que pesadilla. Ahora sí, ¿qué hora es? Las 11:30 am. «Bueno, estuvimos cinco horas de cola y eso que es una bomba internacional».
Tomada de: TalCualDigital
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