martes, 23 de junio de 2020

La transición política en Venezuela: Espejismo e ilusión

JOSÉ JAVIER BLANCO RIVERO / IDEAS EN LIBERTAD 21JUN2020
I. ¿Existe una teoría política de la transición democrática?

Una de las primeras cosas que un estudiante de ciencias políticas aprende en su carrera de pregrado son las limitaciones de esta ciencia. Estas limitaciones son probablemente más patentes en el estudio de las transiciones políticas que en otras áreas como los sistemas electorales o la política exterior e internacional. Resulta muy común encontrar en la literatura algún comentario referente a la ausencia de una teoría de la transición; algunos llegan incluso al punto de afirmar su imposibilidad.
 

Curiosamente, ambas posiciones pueden encontrarse en la obra de Leonardo Morlino, quien afirma:
 

“Al analizar las transiciones a la democracia durante las tres últimas décadas del siglo XX y la primera década del siglo XXI es más que evidente que, debido a la amplia variedad de procesos empíricos, resulta extremadamente difícil lograr resultados teóricos significativos, como muestra de forma muy explícita la literatura existente sobre este tema.”[1]
 

Más adelante, adelanta la siguiente reflexión:
 

“Puesto que una explicación teórica general es realmente imposible —como lo demuestra la investigación empírica desarrollada en estos años— identificar los procesos clave y los mecanismos relacionados, concebidos como se hace más arriba, puede ser el mejor logro teórico.”[2]
 

De modo que la mejor apuesta para el científico político es una teoría de mediano rango, o bien, un conjunto de enunciados predominantemente descriptivos con una limitada capacidad explicativa. La cuestión es que incluso la identificación de los «procesos clave» es disputada y, quizá, la clave de todo ello subyazca en el hecho que no existe un acuerdo sobre qué magnitud de cambio define concretamente el concepto de transición y sobre qué dimensiones: si la política, social, económica, cultural, etc. o todas a la vez.
 

No pretendo discutir aquí los problemas teóricos de los estudios de la transición política, pues esto involucra un gran esfuerzo que no es humanamente posible decantar en los límites de un solo libro, mucho menos en un modesto artículo como el presente.  Sin embargo, me gustaría destacar algunas conclusiones a las que han llegado experimentados académicos versados en el tema que son importantes destacar, dado el debate sobre transiciones políticas que se ha producido en el país.
 

Primero, se habla de transición para referirse al proceso que trascurre desde la crisis y colapso de un régimen autoritario y terminan con el establecimiento de un sistema democrático o, al menos, una democracia mínima[3].
 

Segundo, si bien la literatura sobre transiciones políticas en América del Sur y Sur de Europa tiende a converger sobre la importancia de las negociaciones o pactos en los procesos de transición democrática, una investigación empírica llevada a cabo por B. Geddes (cuyas bases de datos sobre cambios de régimen son referencia autorizada en el campo de la política comparada) no encontró suficiente evidencia para apoyar tal conclusión[4].
 

Tercero, existen varios escenarios de transición. El más común es aquel donde el proceso está dominado por actores pertenecientes al status quo. El caso más raro es aquel en el que la oposición al régimen autoritario toma la batuta en el proceso de transición; cuando es así, suele tratarse de una oposición armada y el resultado suele ser una transición no democrática[5].
 

Cuarto, muchos enfoques sobre la transición tienen un sesgo normativo que las lleva a exagerar el rol de los demócratas en el proceso y, como consecuencia, recomiendan el apoyo de estos sectores y el fomento de la ideología democrática. Sin embargo, cuando de hechos se trata, lo cierto es que las transiciones arrastran a actores, no precisamente democráticos, a involucrarse en prácticas democráticas como la mejor manera de proteger sus intereses y garantizar su supervivencia política. Es decir, las transiciones son procesos abiertos, estocásticos si se quiere, que no obedecen a planes preconcebidos ni siguen trayectorias lineales y predecibles[6].
 

Quinto, los modelos teóricos predominantes de la transición (a saber, aquellos expuestos por Linz & Stepan y O’Donnell, Whitehead & Schmitter[7]) son reconstrucciones ex post facto. De modo que no pueden tomarse ni como leyes científicas ni mucho menos como prescripciones normativas sobre cómo habrán de tramitarse las transiciones políticas.
 

Ahora bien, si concluimos que en realidad es difícil hablar de una teoría de la transición a la democracia, dado que aunque existen miles de páginas de datos, estos no se dejan sistematizar; que los científicos de la política no se ponen de acuerdo en la magnitud del cambio que describen con el proceso de transición, por lo cual, existen cientos de enfoques disímiles sobre el problema; y que el nivel teórico que se puede razonablemente lograr no supera lo descriptivo, nos preguntamos: ¿cómo y bajo qué fundamentos es posible que un grupo de políticos y politólogos venezolanos pregonen el camino de la transición?
 

II. Transitología a la criolla o transición, ¡porque sí!
 

Lamentablemente, los estudios sobre transiciones políticas arrojan resultados tan ambiguos como para acobijar interpretaciones diversas, contradictorias, y por sobre todas las cosas, interesadas o sesgadas. Una regla implícita en el razonamiento científico es que si existen interpretaciones contradictorias sobre un mismo hecho, el investigador debe mantener un precavido escepticismo hasta tanto no existan suficientes pruebas como para darle un peso razonable a alguna de las tesis en disputa.
 

No obstante, las pregoneros de la transición en Venezuela defienden sus ideas como si de una verdad científica se tratase.
 

A continuación, y sin pretensión de exhaustividad, voy a identificar cuatro problemas en los argumentos de aquellos que pretenden impulsar una transición en Venezuela porque sí:
 

1. La principal y más obvia dificultad con el argumento transicionista es que el totalitarismo chavista no ha colapsado aún. Equivocadamente, muchos creen que el caos en el que se sume el país es un síntoma de desgobierno y, por ende, de agotamiento del poder. Pero esto no es así. Sencillamente no se comprende la naturaleza del poder totalitario. El totalitarismo no busca gobernar en el sentido gerencial que a muchos les gusta imaginar como significado de gobierno, sino dominar en el sentido de subyugar, someter, humillar y degradar. Por otra parte, la literatura sobre transiciones apunta que una señal de la crisis del poder autoritario y, por ende, del comienzo de una transición, es la flexibilización o modificación de las reglas prevalecientes en el sistema autoritario con vistas a permitir garantías a los derechos de individuos y grupos. ¿Se ha visto alguna señal creíble en este sentido por parte de Maduro? No. Sencillamente, no.
 

2.Los políticos de oposición en Venezuela (y algunos académicos que los asesoran) insisten en la necesidad de una transición negociada. Alegan ejemplos históricos de pactos que han llevado exitosamente a transiciones y, como consecuencia, aprueban la necesidad de sentarse a negociar con el chavismo o con sectores “moderados” del mismo con el objeto de preparar la transición. No obstante, primero, no existe una prueba científica de que los pactos conduzcan a transiciones democráticas exitosas; segundo, las transiciones democráticas exitosas no suelen estar protagonizadas por la oposición; tercero, las conclusiones a las que han llegado los estudios sobre transiciones a la democracia no se dejan traducir en recetas para llevar a cabo transiciones a la democracia; y por último, la estrategia del pactismo, en caso de resultar existosa, por quien sabe qué venturosa configuración de situaciones y aconteceres, es la forma menos democrática de transición, porque es esencialmente elitista.
 

3.La disposición al pactismo tiende a desdibujar a la oposición como alternativa política al chavismo. A los ojos de quien mira con escepticismo, la clase política se vuelve una sola independientemente del signo político de cada bando. Pero lo peor de todo es que la disposición al pacto político lleva también a otros pactos menos públicos y más turbios que procuran el beneficio económico de los pactantes.
 

4.Y por último, los entusiastas de la transición tienden a obviar alegremente un factor que incide decisivamente en el resultado y signo de una transición: se trata de la correlación de fuerzas entre los distintos actores políticos. Según, A. Przevorski la correlación de fuerzas determina qué configuración institucional se llegará a adoptar y la estabilidad de la misma[8]. En el caso de una eventual transición, la oposición está sumamente desfavorecida en la correlación de fuerzas y previsiblemente jugaría un rol deleznable en la configuración de un nuevo orden político.
 

Vale aclarar que no se está diciendo que en Venezuela no ocurrirá una transición. Lo que estamos diciendo es que las transiciones ocurren cuando ocurren, no se planifican, ni se dirigen y sus resultados son imprevistos. A fuerza de querer, de voluntad pura, no va a ocurrir una transición.
 

III. Dame tu lealtad a cambio de una ilusión
 

¿Qué diferencia existe entre la promesa de una sociedad socialista igualitaria, justa y dominada por un hombre nuevo con la promesa de un “esperanza de cambio”? El venezolano parece atrapado entre dos futurologías siniestras; dos alternativas para engañarse y mitigar el sufrimiento del presente.
 

Aunque a diferencia de una sociedad socialista un cambio de régimen es una realidad plausible, la forma temporal que toma el discurso transitológico es el de un presente-futuro y no el de un futuro-presente. De hecho, el resultado es una confusión de ambas dimensiones.
 

La razón de esto se encuentra en el dilema estratégico de la oposición: impotente para producir un cambio, se ve sin embargo obligada a actuar o a fingir que actúa.
 

Al final del día, no existen muchas diferencias entre los políticos de oposición y de gobierno bajo el sistema totalitario dominante: ambos son mercachifles de ilusiones; entregan baratijas a cambio de la valiosa lealtad sus seguidores, y sobre todo, a cambio de su preciosa dignidad.
 

Referencias
[1]  Leonardo Morlino, «Transiciones democráticas: entre cuestiones teóricas y análisis empírico», Revista Española de Ciencia Política, Núm. 39, 2015, p. 17.
[2] Leonardo Morlino, op. Cit. p. 33.
[3]  Daniel Molina Jiménez, «Teorías sobre las transiciones a la democracia. Estado de la cuestión», Estudios Humanísticos. Historia, No. 10, 2011, pp. 347-348.
[4]  Barbara Geddes, «What Do We Know About Democratization After Twenty Years?», Annual Review of Political Science, No. 2, 1999, pp. 115-144.
[5]  Leonardo Morlino, op. Cit. pp. 25-26.
[6]  Dankwart Rustow, «Transitions to Democracy: toward a dynamic model», Comparative Politics, Vol. 2, No. 3, Apr. 1970, pp. 344-345.
[7]  Juan Linz y Alfred Stepan, Problems of Democratic Transition and Consolidation, Baltimore: John Hopkins University Press, 1996. Guillermo O’Donnell, Philippe Schmitter y Laurence Whitehead, Transitions from Authoritarian Rule, Baltimore: John Hopkins University Press, 1986.
[8]  Adam Przevorski, Democracy  and the Market, New York: Cambridge University Press, 1991, p. 139.
Imagen: obra “Doorway to Illusion” de Arthur Bowen Davies

Tomada de: Ideas en Libertad

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