Hasta el propio Maduro reconoce que su régimen está en etapa terminal. No solo ha perdido internamente los apoyos heredados de Chávez, sino también los externos. Su “pana” Rousseff le exige que en las elecciones parlamentarias acepte la observación del Tribunal Electoral de Brasil, a la cabeza del cual está el experto Nelson Jobim, por el que aboga también hasta el elusivo presidente colombiano, Juan Manuel Santos, a sabiendas de que “sin observación internacional habría fraude el 6-D”, como teme el perseguido editor Miguel Henrique Otero (Santos tomó nota de la denuncia del ex fiscal Nieves, de que “paramilitares colombianos son un montaje de Maduro”). Otra baja es la de Irán, su “hermano fraterno” (sic), como solía calificarlo Chávez, que acaba de darle a Maduro la espalda en la OPEP.
El levantamiento de las sanciones a Irán que le permiten vender petróleo libremente en el mundo cambió “el afecto fraternal”. Irán acaba de votar en contra de las “voces de auxilio del gobierno de Nicolás Maduro, que solicitaba un acuerdo –desoído también por el resto de los países socios– de reducir su producción, para que subiesen los precios del crudo. Con las arcas vacías por el despilfarro y la corrupción, Maduro repite hasta la saciedad que “nosotros producimos el petróleo y especuladores le ponen el precio”, exactamente lo que él ha hecho con los productores agrícolas e industriales de Venezuela, acosados por un control de precios suicida y los “exprópiese” que convirtieron campos y fábricas en peladeros. Venezuela en manos de Maduro es el país con peor desempeño económico del continente, expresado en la escasez e inflación más altas del mundo. El panorama externo ya no es el mismo para Maduro: la izquierda perdió el bastión de la Alcaldía de Bogotá; el peronismo de Cristina podría ser derrotado en la segunda vuelta en Argentina; el conservador Jimmy Morales arrasó en Guatemala; y a Jaua no le funcionó su “chantaje” en Uruguay.
Nicolás muestra sus estertores: “La revolución no va a ser entregada jamás”, dijo esta semana al plantear que “si la oposición llegase a conseguir la mayoría en la AN (…) nosotros no la entregaríamos”. Y pidió suplicante: “Necesitamos una victoria el 6-D para radicalizar la revolución”, justo lo contrario de lo que piensan los millones de electores que quieren ponerle un fin pacífico a esta debacle, a través del voto. Los insultos abundan: llamó “parásito” al diputado Julio Borges, coordinador de PJ, partido que duplica la intención de voto del PSUV. (“Parásito” no es un político que trabaja, sino un sindicalista del Metro que estuvo años de reposero). “A Lorenzo Mendoza hay que auditarlo”, dice cínico Maduro, consciente de que la empresa más auditada del mundo es la Polar y su presidente. El boquete causado por las declaraciones del ex fiscal de Leopoldo López, al confesar que son falsos 100% de los “delitos” que le fueron endilgados por el régimen, pretenden taparlo con la estupidez de que el “gobierno de Estados Unidos compra a fiscales”. Enorme también es la grieta producida por las declaraciones del subsecretario de Estado de Estados Unidos, Thomas Shannon: “Relación de Estados Unidos con Venezuela dependerá del 6-D (…) Estados Unidos podría ampliar sanciones a funcionarios venezolanos en caso de ser necesario”. Hace meses, el mismo Shannon advertía que su país estaría muy atento al 6-D, ante la negativa oficial a aceptar observadores calificados. Washington está “a la espera de la realización de los comicios parlamentarios y la suerte de varios opositores presos. Mucho de nuestra relación con Venezuela dependerá de lo que pase el 6-D y lo que pase con los presos políticos (…) Que las elecciones sean percibidas como libres y el conteo como válido será una parte muy importante de cómo vamos a manejar el próximo paso de la relación”. Monitoreo similar están anunciando la UE y numerosas organizaciones y personalidades políticas del mundo. La respuesta de Maduro es otro estertor: “Emprenderemos acciones legales contra Washington para que derogue el decreto Obama”.
La ruina ocasionada por las disparatadas medidas de la “revolución chavista” es tan ostensible que el famoso periodista especializado en temas bélicos, Jon Lee Anderson, quien ha seguido durante más de 30 años los conflictos armados en países como Siria, Líbano, Irak, Libia, Afganistán, Somalia, Liberia y otros muchos, aseguró esta semana en México “no haber visto un país sin guerra tan destruido como Venezuela”. Hasta uno de los intelectuales de izquierda más reconocidos en Estados Unidos y quien fuera abierto defensor de Chávez en su primera década en el poder, Noam Chomsky, criticó esta semana que el gobierno venezolano “está plagado de corrupción, incompetencia y dependencia del mercado petrolero (…) el fracaso reside en que la mayoría de sus importaciones son bienes lujosos dirigidos a millonarios”. Y remata diciendo que “en Venezuela hubo propuestas significativas, pero la corrupción las opacó”. ¿Qué va a hacer la ignara canciller? ¿Insultar a Chomsky por señalar a los boliburgueses asaltantes de la bonanza petrolera, hoy propietarios de “bienes lujosos dirigidos a millonarios” incluidas las carteras Chanel, y por cuya corrupción el pueblo venezolano ahora pasa hambre?
Aun con el precio del petróleo a 40 dólares el saqueo continúa. Sin medicamentos para el cáncer, ni para enfermedad alguna; con quiebra de la producción nacional y caída de las importaciones básicas superior a 70% por falta de divisas; inflación de 200% (aunque Maduro diga que es de 80%); con deudas impagadas que superan los 200.000 millones de dólares; el gobierno anuncia que comprará 12 aviones Sukhoi a un costo superior a 500 millones de dólares y que, además, habrían sido aprobados 480 millones de dólares para repotenciar los aviones existentes. Es decir, casi 1.000 millones de dólares sin que hayan explicado qué pasó con los Sukhoi caídos y su tripulación militar fallecida, al igual que con los helicópteros rusos. ¿Cuántos programas de alimentación escolar, insumos para hospitales, toneladas de leche y repuestos para el transporte público y privado podrían adquirirse con esos 1.000 millones de dólares dilapidados en chatarra militar innecesaria?
La voraz corrupción roja ha mermado hasta el financiamiento del clientelismo electoral que tantos dividendos les dio en el pasado. El ventajismo está en marcha, incluidos los alimentos que el gobierno esconde para sacarlos pocos días antes del 6-D. Aún así, pocos son los que quieren subirse al carro de un perdedor que se derrumba con 82% de rechazo en todas las encuestas y que les promete radicalizar una revolución con más hambre, más escasez, más inflación, más delincuencia y más represión.
Fuente: El Nacional
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