¡Qué cosas insólitas va develando la vida de la mano de Felipe González, el ex presidente del Gobierno español y un respetado líder del socialismo mundial!
Resulta que con la determinación de González de formar parte del grupo de ex presidentes que ha decidido apoyar y defender a Leopoldo López, Daniel Ceballos y Antonio Ledezma, los presos políticos del Gobierno de Nicolás Maduro, se está demostrando que este tiene un talante más dictatorial que el mismo Augusto Pinochet, el férreo dictador chileno de los años 70.
El caso es que Pinochet, tomó en 1977 una hábil decisión política: Permitió que en agosto de ese año Felipe González, para ese entonces un joven abogado que había emergido como el principal líder de oposición en la incipiente democracia que surgía en España luego de la muerte de Francisco Franco, visitara Santiago de Chile y entrevistara libremente en la cárcel a Erich Schnake y Carlos Lazo, dos presos políticos condenados a prisión por delitos de sedición y traición, a quienes defendía González.
La habilidad política de Maduro luce muy distante de la de Pinochet.
Su tozudez para seguir profundizando el Plan de la Patria a la usanza castrista lo ha llevado a tomar una vía obtusa: Al negarle a González el derecho a que represente a la defensa, acompañe o asesore en el caso judicial que se les sigue a López, Ceballos y Ledezma, corre la cortina que viene ocultando al proceso dictatorial que viene profundizándose en Venezuela.
Igual error táctico es que para mantener esa posición ha cometido una serie de atropellos en contra de González:
Que la bancada oficialista en la Asamblea Nacional lo declarara como persona non grata.
Lanzar en su contra un discurso descalificador y agresivo desde la mayoría de los representantes de los poderes públicos; corroborando con ello la falta de independencia de estos y su sujeción a un proceso político.
Que el Tribunal Supremo de Justicia negara una y otra vez la posibilidad de ser parte del equipo de la defensa de Ceballos, López y Ledezma, por su condición de extranjero. Incluso negándole la posibilidad de dar asesoría ad honorem a la defensa de estos.
Que en su estadía en Venezuela desde el 7 de julio, no se le diera permiso para asistir a las audiencias públicas de López, Ceballos y Ledezma. Ni tampoco le permitieran visitar a López y Ceballos, quienes llevan tres semanas en huelga de hambre y permanecen incomunicados en las cárceles de Ramo Verde y San Juan de los Morros, respectivamente.
Solo pudo, en los dos días que estuvo en el país, reunirse con los familiares de estos dos líderes de la oposición; visitar a Ledezma, en su casa donde cumple arresto domiciliario y a Teodoro Petkoff, a quien entregó el premio de periodismo “Ortega y Gasset” que recibió en su nombre en España, dado que el editor de Tal Cual no pudo salir del país para asistir a la ceremonia de entrega del galardón.
Lo más grosero fue el intento de sabotear su visita con protestas callejeras y a través de Twitter, pero el llamado no obtuvo apoyo popular y estas terminaron siendo un rotundo fracaso.
Pero, lo que ha provocado que surja una serie de conjeturas es la salida intempestiva este martes de González en un avión de la Fuerza Aérea de Colombia, con la autorización expresa del presidente Juan Manuel Santos. Más aún, cuando el Gobierno está aprovechando ese hecho para arremeter contra González, proclamando con sorna que “vino por lana y salió trasquilado”.
Para quienes conocen en modus operandi del Gobierno de acusar a otros de lo que en él acontece, cabe pensar que hoy se vanagloria de lo que en realidad carece, sobre todo cuando Santos se solidarizó con Gónzalez y de forma categórica afirma que “el ex presidente González ha sido un amigo incondicional de Colombia y de su proceso de paz".
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