En los dos años con ñapa de usurpación, postulación inconstitucional y legitimación dudosa que lleva Maduro al frente de un gabinete que se parece cada vez más a las pandillas teatrales pinceladas por Bertolt Brecht en la Ópera de tres centavos o La resistible ascensión de Arturo Ui, sus esbirros continúan poniendo en escena intentos de magnicidio, siniestras confabulaciones para implicar a civiles que estorban y golpes de Estado encabezados por militares sin tropas, sin armas y, por lo general, confinados en sus residencias, resignados al paseíto de ida y vuelta entre el televisor y la nevera.
Es difícil enumerar la catajarria de motines, revueltas, desórdenes y levantamientos convenientemente desvelados, con detenciones y sin pruebas, por los servicios rojos de espionaje y los también rojos cuerpos represivos del nicochavismo; difícil, porque son tantas que suscitan paralelos con Cada minuto una estrella, antiguo programa radial que promocionaba canciones y cuyo nombre pudiera ser confiscado por el Minpopo de información a objeto de anunciar, al instante y en vivo, el aborto del último complot y revelar los nombres de los militares implicados.
La regularidad con que los expertos en el diseño de distracciones propagandísticas apelan a purgas militares, mediante el manido expediente de la sedición, a fin de esquivar cuestiones de fondo –esas que, a lo largo de 16 años, no se han podido abordar con atisbos de seriedad e intenciones de procurar soluciones– no ha pasado inadvertida para los medios internacionales; el Diario Las Américas el 13 de mayo informaba que “en apenas dos años al frente del gobierno, Nicolás Maduro ha denunciado en doce ocasiones la existencia de una conspiración para dar un golpe de Estado. Entre las personas señaladas de estar a cargo de las presuntas conspiraciones se encuentran militares inactivos y retirados”. Desde luego que para poner a punto tanto circo se requiere de acusadores y los hay de sobra en esa caterva de acusetas que denominan patriotas cooperantes, vulgares soplones tarifados cuya función es sembrar falsas evidencias a oficiales que no se entusiasman con los ¡uh - ah! y no hacen ojitos a los caimacanes del gran visir cubano instalados en nuestros cuarteles.
Aunque ese “ahí viene el lobo verde oliva” pueda parecer risible, no deja de preocupar que ases insurreccionales sigan ocultos bajo las mangas del señor que jefea a la cuadrilla cívico castrense (o castro civil) encargada del coroto para que, por no tenerlas todas consigo, continúe destapando ollas insurgentes, al mejor estilo estalinista; sobre todo ahora, con el papagayo enredado en unas elecciones parlamentarias en las que ya no son suficiente los faroles. Por eso, hasta el día en que se realicen los comicios se descubrirán rocambolescas rebeliones con la participación de oficiales superiores, de los que están en salsa, uno que otro sargento y un taxista asomado. Necias conjuras que desnudan la paranoia oficial.
Fuente:El Nacional
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