JHONAS J. RIVERA RONDÓN / IDEAS EN LIBERTAD 15MAR2020
En 1921, transcurrido menos de cuatros años de la Revolución Bolchevique, la Unión Soviética solicitó a los países capitalistas ayuda para la hambruna por la que atravesaban; un cargamento de comida, medicinas y abrigos fueron enviados por Estados Unidos; siendo dirigido por Herbert Hoover –quien años más tardes sería presidente– y la Cruz Roja.
Este hecho fue un aprendizaje político para los comunistas: la lástima y el victimismo permitia acercarse y adentrarse a Occidente. En ese mismo año, en el III Congreso del Komintern, los soviéticos crearon el primer frente unido para congregar a todos los comunistas occidentales, sumar la mayor fuerza posible para salvar la revolución: el Worker International Relief configuró el primer frente comunista, plataforma política con proyección internacional; en los sucesivos años –superado el fuerte conflicto de las dos Guerras mundiales–, los frentes comunistas demostraran su eficacia en la tensa calma de la Guerra Fría: un nuevo tipo de guerra exigía de un armamento convencional adecuada para esos tiempos de “paz” [1].
Las guerras políticas, avanzada la segunda mitad del siglo XX, adquirieron relevancia con el predominio de las democracias liberales, ¿Por qué la izquierda política, en diversos contextos nacionales, demuestra mayor habilidad en ellas? El estrato histórico de la experiencia soviética es la clave. Desde la constitución del primer frente comunista, la política exterior soviética encontró la manera de sumar adherente no comunistas y de crear plataformas de desestabilización social. El Frente Unido (1921), y luego el Frente Popular (que tomó empuje en los años 30’), fueron modos de penetración comunistas para generar conflictos en los países capitalistas: buscando así catalizar la utopía marxista; solo eran necesario pocos militantes que se inmiscuyeran en movimientos antiimperialistas, de rebelión campesina o grupos estudiantiles para promover propaganda política y acciones subversiva. Las nuevas reglas del juego se iban estableciendo: los símbolos y las palabras iban convirtiéndose en armas de ataque.
En la guerra política, como veremos, los símbolos y las palabras son el armamento a utilizar. Toda esa experiencia que dejó la Unión Soviética, de algún modo, quedó plegada en las prácticas políticas de las izquierdas a nivel mundial; la penetración comunista alcanzó a los diversos grupos socialistas y socialdemocrátas: las enseñanzas fueron bien recibidas[2].
Muchos de los aprendizajes obtenidos de la política exterior de la Unión Soviética guardan relación con los principios de la guerra política que formuló el escritor estadounidense, David Horowitz. Esto explica un poco la habilidad de los grupos de izquierda en combates de este índole; esta guerra tiene la particularidad que se desarrolla en tiempos de paz, y los comunistas rápidamente crearon mecanismo para actuar allí, el historiador James D. Atkinson agrega;
“Para ellos la guerra autentica es la guerra política, librada a diario bajo la máscara de “paz”. Como tan acertadamente’ lo enunció Lenin, halla en plena marcha una “política de lucha”. Por ello es dable observar que la propaganda comunista ‘y la contienda política han adquirido un grado de penetración, mientras que las operaciones psicológicas de las naciones no comunistas han resultado en apariencia inconsistentes como ineficaces.”[3]
El lenguaje marxista, al universalizar el conflicto, ponía en constante guardia a los militnates para la guerra política: la lucha de clases, una dialéctica de ricos contra pobres es una narrativa que tiene fuerza de movilización; Lenin como principal artífice de estas estrategias, prestaba especial atención a lo discursivo, simbólico y psicológico; aspectos definitorios para una contienda electoral. Ciertamente, los adversarios de la izquierda –como los republicanos de los años 90’ que cuestionó Horowitz en su texto, El arte de la guerra política– han mostrado desconocer los principios básicos de esta guerra política, lo que supone una desventaja. Teniendo claro estos principios, habremos entendido, indirectamente, cómo luchar esta guerra[4].
Antes que nada, hay que tener presente que estos principios no son absolutos. Así como tales planteamientos pueden aplicar a determinadas situaciones, en otras, simplemente, no: la política es contexto; en un contexto de guerra, así sea sólo político, esta mentalidad belicista crea una atmosfera de hipocresía y desconfianza. Las mentiras y las astucias están a la postre de los actores políticos.
Así como la política puede ser una guerra, también es un juego; aspectos lúdicos intervienen en las relaciones humana, definiendo su carácter competitivo y dando posibilidad a la innovación política; en los juegos existe un factor de azar, que no esta exenta en la guerra política; la Fortuna hay que afrontarla, esa indómita mujer que hay que dominar con virtú, tal como creía Maquiavelo, por lo que decía; “…puesto que nuestro libre albedrío no se ha extinguido, creo que quizás es verdad que la fortuna es árbitro de la mitad de nuestras acciones, pero que también es verdad que nos deja gobernar la otra mitad, o casi, a nosotros.”[5] En ese margen de acción es puesto a prueba el talento de los políticos.
En una guerra política, si sé es obligado a luchar: luche, pero luche para vencer; evadir la contienda podría traducirse en desprestigio: perdida de capital político. Por ello que Maquiavelo aconsejaba al príncipe tener fuerza, astucia y gallardía cada vez que fuera puesto a prueba por la fortuna. La forma en que se afronte los problemas y los combates podría sumar o restar dividendos en las campañas electorales[6].
Entonces, en la guerra política no hay normas rígidas, pero si teóricos de izquierda que han reflexionado sobre ella; conocer sus principios permite identificar las estrategias del adversario política, y explica de algún modo el éxito de la izquierda en la toma del poder en regímenes democráticos, entendiendo el por qué los proyectos revolucionarios y reformistas tienen tanta aceptación.
Primer principio: “la política es una guerra conducida por otros medios”
Esta lección no la saco Lenin de Karl Marx, sino de otro Karl. El teórico alemán de la guerra, Karl von Clausewitz, en su obra De la guerra, quien decía que: “la guerra no es otra cosa que la continuación del juego político con una mezcla de otros medios”[7]. Ese escenario agonístico de la política, Lenin le supo sacar provecho; los discursos, los símbolos, la propaganda, el lenguajes, la psicología… terminaron siendo los medios para llevar a cabo la guerra política.
La eficacia comunicacional es vital: llegar a ese “corazón del pueblo” –utilizando la expresión de Horowitz– termina siendo esencial para la aceptación de un candidato que representa unos valores vinculados a un proyecto y a un partido. Lo que caracteriza el éxito de una propuesta política sobre otra radica en la sencillez en la que es expuesta. Hay que tener en cuenta al público a quien se le habla: cada sector social expresa aspiraciones y demandas diferentes; incluso, aunque tengan una lengua oficial, sus códigos varían. Crear consenso es un objetivo principal.
Al final, lo que se está disputando en las contiendas electorales es el futuro de todo un país. La batalla debe ser contundente: el ataque iría dirigido en destruir los medios de lucha del otro; arrebatar un futuro político alternativo e imponer el nuestro. La propaganda no solo consiste en presentar la propuesta de uno, sino aniquilar la del otro. Encontrar modos de desprestigiar es una manera, ridiculizar al contrincante es una alternativa. No obstante, hay que tener siempre presente que esta dinámica se desarrolla bajo esquemas democráticos, donde el respeto, la pluralidad, la libertad de expresión y la justicia norman las reglas del juego, pero donde muchas veces la izquierda ha sabido hacer uso de una doble moral para transgredir reglas y asegurar victorias.
En sistemas socialistas y comunistas ya constituidos, la izquierda cuenta con la maquinaria del Estado; la destrucción de los medios de lucha del otro pueden sobrepasar las dimensiones competitivas de las democracias: la libertad de expresión y de pensamiento pueden desaparecer; lo único que importa en un sistema autoritario y totalitario es la aniquilación total, no de sus medios, sino de la integridad del otro contrincante; solo habría espacio para una oposición ficticia. Países como China, Cuba y Venezuela son un ejemplo de ello, a pesar de seguir rituales democráticos como el voto, no existe alternabilidad del poder.
Segundo Principio: “La política es guerra de posición”
La desprestigiada dualidad política de amigo/enemigo del teórico alemán, Carl Schmitt, toma sentido en este principio; la posición por la que se combate en la guerra política precisamente esta en quien termina representando al amigo y quien al enemigo. La contienda desarrollada aquí se establece en un plano simbólico y psicológico: simbólico porque la disputa se centra en que nomus –críterio de división de los buenos y los malos– prevalece[8]; la consignas contra el imperialismo y la retórica de los explotadores ha mantenido vigencia en el imaginario política de izquierda, y la que muchas veces se ha impuesto electoralmente.
Psicológicamente todos quieren estar del lado del amigo; el amigo es el aliado porque comprende mi situación, mis necesidades, me brinda una esperanza; esa es la sensación que debe despertar el político en esta lucha; el enemigo, no solo despierta emociones adversas como desprecio y miedo, sino que también tiene que representar lo grotesco y perverso: su estética tiene que estar asociada a los “anti-valores” que promueve[9], contra los que hay que luchar. El establecimiento de estas representaciones que se manejan en un plano discursivo es lo que defina la disputa simbólica para crear determinadas sensaciones y asociaciones. Esta parte de la guerra política radicaría en la lucha por definir el territorio de la batalla: la lucha por establecer los criterios de lo bueno y lo malo[10].
Tercer principio: “En la guerra política, el agresor generalmente prevalece”
Este principio guarda relación con el punto anterior. Debe entenderse que el primero que ataca tiene la oportunidad de ser quien defina el nomus, oportunidad para hacer prevalecer su criterio sobre los buenos y los malos. La defensa preventiva puede ser visto como señal de debilidad, dando amplio rango de acción para el desprestigio; cualquier acusación, así sea falsa, puede dañar la imagen de los contendientes; construir un estereotipo tiene una resonancia cognitiva importante al momento de tomar decisiones, al final, los prejuicios no necesitan de una corroboración con la realidad, sino solo contar con “victimas” que le den fuerza.
En el caso de ser uno el atacado, hay dos estrategias de contraataque: La primera consistiría en difundir propagandísticamente como esa falsa imagen levantada no corresponde con la realidad: actuar totalmente contrario a lo que sugiere el prejuicio; segundo: la manipulación retórica de esas palabras evaluativas en contra de uno: un calificativo con valor neutro o negativo puede ser invertido de manera positiva. Ello puede hacerse mediante extensión metafórico, y crear nuevos calificativos que definan positivamente las acciones de uno. Tal como ocurrió con palabras como perspicaz o penetrante, calificativos que quería asumir las personas en su actividad comercial en los primeros años de la modernidad, momento en el que la iglesia condenaba la “usura”[11].
Pero así como la política es guerra, también es oportunidad, es contexto. El agresor también se expone, las personas prefieren vincularse con el pacificador que con el atacante y conflictivo; ser agresor es una espada de doble filo, en cualquier momento uno puede pasar de ser el aliado a enemigo del pueblo. La moderación, muchas veces, es bien visto por la mayoría, especialmente por ese sector electoral indeciso que busca identificarse con alguna propuesta o un candidato.
Pareciera ser predominante que el agresor es quien termina prevaleciendo al final: lo que sugiere este principio de guerra política es que nunca digas “nunca” a una batalla. No hay que darle oportunidad al contrincante para que establezca con facilidad su nomus; allí radica el núcleo de la lucha simbólica por establecer un determinado imaginario político.
Cuarto principio: la posición es definida por miedo y esperanza
Emociones análogas que son determinantes al momento de posicionarnos con algún candidato o grupo político: es amigo aquel quien brinda esperanzas a mis aspiraciones y demandas; el enemigo, por cuestión lógica, representa su obstáculo. Pasamos a otras esfera del combate simbólico de la guerra política; la utopía tiene apertura. En la medida que los proyectos políticos despierten una u otra emoción, allí asegura el éxito de ser aceptada y compartida.
El pensamiento utópico de la izquierda ha constituido todo un imaginario alrededor de ella: se ha erigido como su garante; la idea de transformar el mundo por uno mejor es muy atractiva, los pobres y desposeídos se alinean alrededor de tales esperanzas, la idea de justicia social también resulta llamativa para otros sectores sociales. La hipocresía del ideal de auto-sacrificio: un ingenuo optimismo político que alimenta esperanzas, pero que al analizar de fondo las propuestas económicas socialistas y comunistas terminan mostrando su ineficacia, promesas llenas de falacias; otros intereses predominan en los proyectos revolucionarios y reformistas. La doble moral permite vender ilusiones.
Los enemigos vendrían a ser todos aquellos que obstaculizan a ese ideal utópico: un manejo estratégico de los símbolos refuerza tal valoración. De allí que a la izquierda le haya sido fácil sumar mayorías al apropiarse de símbolos relacionados a los pobres y oprimidos, articulando así una lógica victimista, en donde cualquier ataque es válido: la agresión resulta expresión de la defensa personal, nunca radicalismo ni fanatismo.
El marxismo cultural ha tenido éxito en esta estrategia de insuflar nuevas esperanzas y enarbolar un discurso victimista. Lo que le dio impulso a movimientos intelectuales y políticos, tales como el multiculturalismo, el feneminismo, el poscolonialismo… Logrando así apropiar la identidad de determinados sectores sociales, que toman determinadas decisiones políticas en pro del ideal augurado.
El miedo también es un recurso a utilizar, esa emoción del que Maquiavelo aconsejaba no abusar. Si bien en ciertas situaciones donde uno se presenta como la única esperanza ante una amenaza inminente; ello también podría hacer que seamos visto como enemigos; los impersonales males siempre andan en busca de un culpable, que puede llegar a ser uno; hay que tener un buen sentido de la oportunidad para saber usar el miedo a su favor, tal como lo plantea la retórica antiimperialista que enarbola fantasmales amenazas transnacionales; solo se está a un paso de ser protector a un tirano opresor
Quinto principio: las armas de la política son símbolos que evocan miedo y esperanza
Este principio ha sido insinuado en el trascurso de la exposición: crear y consolidar estereotipos es importante. propaganda, redes sociales, rumores, en fin, todo aquello que plasme una marca psicológica de asociación es importante cuando juega a nuestro favor, la cual se solidifica al contar con toda una base de apoyadores: para eso está el partido o el Estado (no debería ser así en un Estado de derecho). Todos tenemos un flanco débil, el inconsciente, que incide en nuestra toma de decisiones, la equivocación es una posibilidad.
Asimismo, las consignas y las frases impactos son medios para tal fin, ¿Quien de los venezolanos que vivió consciente en los noventa no recuerda la frase “por ahora”? Imágenes y palabras bien articuladas pueden dejar una impresión duradera en nuestra psiques. Sugestión para una decisión: los símbolos y las imágenes dan un mensaje, ellas pueden despertar esperanzas o miedos, la cuestión radica en cómo se articule.
Sexto principio:La victoria esta al lado del pueblo.
Este principio le da razón al filósofo de izquierda, Ernesto Laclau, cuando sostiene que el populismo es “…un modo de construir lo político”[12]. Los razonamientos de este pensador brinda recursos teóricos para esa batalla política que intenta llegar al “corazón del pueblo”: identificar las demandas sociales y asociarse con ellas. Aunque resule difícil de aceptar, dentro de la racionalidad política electoral, la victoria se obtiene cuando se cuenta con el consentimiento del “pueblo”, agente político abstracto que pretende representar una voz mayoritaria; la voluntad general. Idea que comparte el propio Horowitz.
Una de las victorias de la izquierda en la guerra política ha sido precisamente en presentarse como representantes de los desfavorecidos y de los pobres: creando la ficción de mayoría; de este modo retoman la vieja práctica heredada por la URSS: la lastima como una herramienta política. Las pasiones juegan un papel fundamental en todo esto, de allí la importancia de estudiar el concepto de libertad en J. J. Rousseau.
Apelar a las pasiones políticas termina siendo un recurso que asegura la eficacia comunicacional al momento de presentar proyectos políticos. Al consolidar un consenso electoral es la expresión de una serie de batallas que abrieron paso a la victoria definitiva, la victoria de la guerra política.
A modo de conclusión: si bien no nos hemos extendido en señalar algunos ejemplos históricos ha sido por una cuestión de espacio, ello haría un texto mucho más denso. Lo que intentamos responder fue cómo luchar en una guerra política: donde la izquierda ha tenido una especial ventaja por toda su experiencia histórica en este tipo de estrategias. Dos cosas valen resaltar de los principios de la guerra política esbozados por David Horowitz.
La primera radica en la importancia en esos aspectos sutiles de la política, el lenguaje y lo simbólico; el mínimo gesto de un candidato político puede tener una resonancia psicológico en las personas; la vida de los políticos al estar expuestas al público, deben cuidarse aún más de los ataques que sus adversarios puedan hacer. Una mala imagen, por falsa que sea, puede causar mucho daño: el agresor –que ataca simbólicamente– prevalece.
Segundo, una de las cosas respetable de la izquierda es su compromiso político por sus ideales. Podrán perder unas elecciones, pero eso no los detiene por alcanzar su fin último: transformar al mundo. De ahí que su ideal utópico, más que una experiencia política, es religiosa; experiencias que degeneran en fanatismos, y pueden atentar contra las democracias y la libertad. Por lo que defenderlas exige igualmente compromiso.
Referencias
[1] James D. Atkinson: Política de la Subversión. El frente comunista y la lucha política. Buenos Aires: Troquel, 1970. pp. 53-54.
[2] Ibídem. p. 55
[3] Ibídem. p. 6.
[4] A partir de ahora haremos un recorrido por las ideas expuestas en el capítulo II de la obra de David Horowitz, la edición consultada fue una traducción portugués, A Arte da guerra política, realizada por Luciano Ayan. Consultese en: http://lucianoayan.com/estudos-de-casos
[5] Maquiavelo: El Príncipe. Barcelona-España: Altaya, 1993. p. 103.
[6] El sociólogo –y luego simpatizante del régimen chavista–, Luis Brito García sistematizó la performatividad populista, destacando la importancia de la demostración de fuerza física y carisma paternal en el liderazgo político. Véase: La Mascara del Poder. Del Gendarme Necesario al Demócrata Necesario. Caracas: Alfadil-Trópicos, 1988.
[7] Fragmento extraído en: James D. Atkinson: Política de la Subversión. El frente comunista y la lucha política. p. 18.
[8] Véase Pierre Bourdieu: El campo político. La Paz: Plural, 2001.
[9] Véase Umberto Eco: Construir al enemigo y otros escritos. Barcelona,-España: Lumen. [Formato epub] editor digital. Titivillus [03.08.16]. 2012.
[10] El trabajo de la historiadora Jo-ann Peña sistematiza este procedimiento simbólico y discursivo utilizado en la democracia representativa en Venezuela en gobiernos anteriores, así como también, por el difunto mandatario venezolano, Hugo Chávez Fría, véase: Sacralización y Satanización Política: El Imaginario Cultural en Venezuela (1990-2006). Tutor: Luis Manuel Cuevas Quintero. Escuela de Historia. Facultad de Humanidades y Educación. Universidad de los Andes, 2008.
[11] Véase Quentin Skinner: Lenguaje, política e historia. Buenos Aires: Universidad Nacional de Quilmes. 2007. p. 258.
[12] La Razón Populista. México D.F: Fondo de Cultura Económica, 2004. P. 11.
Imagen: Obra “The Self-Seers II (Death and Man)” de Egon Schiele
Tomada de: Ideas en Libertad
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